Sunday, June 21, 2009

La homilía de Betania: UNA ENCUESTA IMPOSIBLE

Por Gustavo Vélez, mxy


“Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca. Los discípulos despertaron a Jesús, diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? San Marcos, cap. 4.


1.- Muchas aldeas que en tiempos de Jesús rodeaban el lago de Genesaret, ya no existen. Queda sin embargo Tiberiades, fundada por Herodes Antipas. Un viajero nos cuenta su experiencia desde el hotel de esa ciudad: “Lluvias torrenciales se abatían con furia sobre el corredor del lago, mientras terribles vientos hacían estallar olas hasta de seis metros, contra el muelle. La tormenta rugió toda la noche bajo la oscuridad. Pero al amanecer volvió la calma y un sol tímido apareció sobre los acantilados del Golán”.


Jesús se ha pasado la tarde conversando con su auditorio desde una barca. Luego pide a los apóstoles que busquen la otra ribera, tal vez para librarse de la multitud. Ya estarían por la mitad del lago, a unos 6 kilómetros de ambas orillas, cuando una horrible tempestad comenzó a zarandear la barca. Mientras tanto, Jesús dormía en la popa. Entonces los discípulos aterrados le gritaron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”.



2.- Con frecuencia los evangelistas le dan un toque dramático a sus relatos. Pero aquí san Marcos no exagera. Cuenta simplemente lo ocurrido. Se trató de un temporal desmesurado, que hizo temblar a estos avezados pescadores. De inmediato Jesús se puso en pie y con una palabra serenó la tormenta. Pero enseguida les dijo a los discípulos: “¿Aún no tenéis fe?”


Podríamos recordar las numerosas tempestades que nos han golpeado. ¿Mantuvimos entonces nuestra confianza en Dios? Tal vez sí, aunque borrosa y vacilante, en medio de plegarias desgarradas, frecuentes quejas y dolorosos desconciertos. No era fácil seguir creyendo en Alguien que sabemos presente, pero que permanece inmóvil, con los ojos cerrados y en silencio.


No les reprochemos entonces a los apóstoles su conciencia de náufragos, su grito, su impertinencia ante el Maestro que está rendido de cansancio. Pero conviene recordar que ese Dios dormido continúa siendo el dueño de los cielos y la tierra. Que su poder no se evalúa únicamente por los signos visibles, sino por su promesa de nunca abandonarnos.



3.- Los expertos en tempestades, ya desde la psicología o desde la fe, señalan que algunas de ellas son propias de todo ser humano. El hecho de pensar, de reír y de amar, de luchar y esperar atrae de por sí los huracanes. Pero otras tormentas son causadas por nuestra ambición, afán de dinero, egoísmo, intransigencia, desesperanza. Los impactos sonoros y lumínicos del mundo en que vivimos, como también la puja social que él promueve, nos golpean el alma y desequilibran las fuerzas interiores. Como resultado, tanta gente que apenas sobrevive bajo innumerables borrascas, que les roban la paz y la salud. Que pueden afectarles la razón.



4.- Seguramente no hemos buscado el equilibrio y paz por los caminos del Evangelio. “Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Quien a Dios tiene nada le falta”, nos enseñó santa Teresa de Jesús. Un psicólogo creyente desearía una encuesta, aunque él la considera imposible: Preguntar a los jóvenes que se van de este mundo por propia iniciativa: ¿Alguna vez, en alguna de sus oscuridades le han gritado al Señor, con todo el corazón, “Maestro no te importa que nos hundamos?”

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