Sunday, June 14, 2009

Lecturas: El Cuerpo y la Sangre de Cristo

ÉXODO 24, 3-8

Entonces escribió Moisés todas las palabras de Yahveh; y, levantándose de mañana, alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes de los israelitas, que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para Yahveh. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar.

Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: «Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh.»

Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: «Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras.»

En la primera lectura se hace referencia a la Alianza. Una alianza se sellaba siempre con el sacrificio, que constituía algo así como comprometerse ante los dioses. En la Alianza de Dios y el Pueblo, el sacrificio sella la Alianza. La víctima inmolada y la sangre derramada son vínculos, atan y comprometen a una parte con otra, indisolublemente.

Todo esto muestra un estadio muy primitivo de la religiosidad de Israel: el Pacto. Se entienden las relaciones con Dios como un pacto de amistad entre dos: Dios y el pueblo. Cada uno cumple su parte: Israel permanece fiel a Dios cumpliendo sus leyes morales y rituales; Dios protege a Israel para que conserve su tierra y su templo entre todos los pueblos. La ceremonia representa este pacto y se sella con sangre, según la costumbre primitiva.

De la misma manera, la comunidad cristiana que aún depende fuertemente de su religiosidad judaica, entiende la Alianza realizada en Jesús, la Nueva y perfecta Alianza Dios-hombre, sellada en su Cuerpo y su Sangre.

Pero todos estos signos no nos sirven hoy absolutamente para nada. Son una prehistoria de nuestra fe tan lejana que más que aclararla la enturbian. En Jesús hemos conocido a Dios Padre, engendrador y amante. Jesús, el hombre lleno del espíritu, entrega su vida hasta el límite y en eso conocemos el amor de Dios. ¿Qué añade a esto la idea de "pacto", "alianza sellada con sangre" y otras expresiones anticuadas y provisionales? Absolutamente nada.


HEBREOS 9, 11-15

Pero Cristo se presentó como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo.

Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!

Por eso es mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera Alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida.


La lectura de la carta a los Hebreos vuelve a hacer lo mismo: retomar un tema que para la espiritualidad judaica tenía importancia, y mostrar a Jesús como cumbre y plenitud de esa línea. El Sumo Sacerdote penetraba en el Santuario para ofrecer el sacrificio de un animal como expiación por los pecados del pueblo. Sobre esta imagen se muestra la superioridad de Cristo como Único y Eterno Sacerdote y de su sacrificio, que es Él mismo, entregado por nosotros.

Leyendo este texto nos sentimos como ante la lectura del Éxodo, o peor todavía. El fragmento más intolerable es sin duda el siguiente:
"Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!"

Hay que hacer maravillosos equilibrios para despojar al texto de su significado obvio y poder aplicarlo a la Eucaristía. Ante todo, porque parece decir que la mera aspersión de sangre y cenizas de vaca tenía algún efecto espiritual. Y además, porque la aplicación directa a Jesús reduce la obra salvadora a un efecto cuasi-mágico, como si el derramamiento de su sangre nos salvara "desde fuera", por una aspersión purificatoria.

La gran ruptura de la iglesia con el judaísmo reflejada en los Hechos de los Apóstoles tuvo un ámbito muy especial en el culto. Ya en vida de Jesús, los evangelistas jamás presentan a Jesús ofreciendo sacrificios ni asistiendo a los sacrificios del Templo. Y en cuanto se constituye la comunidad cristiana, y mucho más cuando se establecen comunidades cristianas fuera de Jerusalén, el Templo y sus sacrificios desaparecen por completo sustituidos por la celebración de la eucaristía, que no tiene nada que ver con los sacrificios de la antigua Ley.

Pero hemos retrocedido en la celebración de la eucaristía, y hemos vuelto a explicarla -en ámbitos teológicos- desde dos dimensiones completamente superadas por Jesús: el sacrificio ritual y la presencia de Dios en el Templo, olvidando las dimensiones primeras y primarias de la eucaristía que son la comida fraternal y el recuerdo de Jesús en el signo del pan y del vino.

En realidad, las palabras "este es mi cuerpo", "esta es mi sangre de la alianza derramada por muchos" más bien pueden entenderse como una abolición de los ritos antiguos que como una continuación o consumación.

Como sugerencia práctica, cambiar las lecturas, al menos las dos primeras. Podrían resultar bien las de los ciclos A y C.

Ciclo A 1ª lectura: Deut 8, 2-3 y 14-16
2ª lectura: 1 Cor 10, 16-17
Ciclo C. 2ª lectura: 1 Cor 11, 23-26

Se podría utilizar el episodio del maná ( Éxodo 16).


José Enrique Galarreta, S.J.

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