Los Salmos son maravillosos poemas y cantos para nuestras oraciones.
Por supuesto, podemos usar nuestras palabras, o ir más allá de las palabras y emplear el silencio, en una comunión que no puede ser hablada. Sin embargo, a veces una frase de un Salmo puede captar nuestra atención, o reemplazar las palabras que buscábamos.
Así, siguiendo lo meditado en la semana anterior: "Sólo en Dios está el descanso, alma mía" (Salmo 62), podría serle útil repetir del Salmo 31: "A ti me acojo, Señor: no quede yo nunca defraudado; por tu justicia ponme a salvo. Préstame oído, ven aprisa a librarme, sé mi roca de refugio".
Necesitamos siempre esa protección, esa seguridad que viene de Dios. Es cierto que también la necesitamos en formas humanas y tangibles: de un amigo, de una persona que se preocupa por mí, de un esposo o una esposa, de un vecino. Y nosotros también ofrecemos esa protección. Pero el origen de todo es Dios. Qué bien resulta, cuando nos volvemos hacia la profundidad de nuestro corazón, en la quietud de nuestro ser, y oramos frente la misterio de Dios. Especialmente, si nos sentimos abrumados, podemos alcanzar hacia nuestro Dios que salva: "Préstame oído, ven aprisa a librarme, sé mi roca de refugio".
Espacio Sagrado
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