Domingo 9º TO ciclo A
LECTURAS
DEUTERONOMIO 11, 18-28
Moisés habló al pueblo diciendo:
Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal, y sean como una insignia entre vuestros ojos.
Enseñádselas a vuestros hijos, hablando de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado.
Las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos en la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres sean tan numerosos como los días del cielo sobre la tierra.
Porque, si de verdad guardáis todos estos mandamientos que yo os mando practicar, amando a Yahveh vuestro Dios, siguiendo todos sus caminos y viviendo unidos a él, Yahveh desalojará delante de vosotros a todas esas naciones, y vosotros desalojaréis a naciones más numerosas y fuertes que vosotros.
Todo lugar que pise la planta de vuestro pie será vuestro; desde el Río, el río Eufrates, hasta el mar occidental, se extenderá vuestro territorio. Nadie podrá resistiros; Yahveh vuestro Dios hará que se os tema y se os respete sobre la faz de toda la tierra que habéis de pisar, como él os ha dicho.
Mira: Yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición. Bendición si escucháis los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo hoy, maldición si desoís los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, si os apartáis del camino que yo os prescribo hoy, para seguir a otros dioses que no conocéis.
Deuteronomio significa “la segunda Ley”. Es una reedición de la Ley, escrita ya en los libros del Éxodo, Levítico y Números, recopilada por los sabios de Israel hacia el siglo sexto a.C., en forma de discursos puestos en boca de Moisés.
En el discurso de hoy se expresa el cimiento mismo de la fe de Israel: si eres fiel a Dios, Dios estará contigo. Desarrolla varias ideas interesantes:
“Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal... Las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas...”
Una estupenda imagen de la importancia que debe tener para el israelita la fidelidad a la Palabra. Y en los evangelios (incluso en escenas actuales) vemos cómo la tentación de Israel consistió en cumplir al pie de la letra el mandato, llevando una cajita de cuero que contiene palabras de la Ley en la frente o atada a la muñeca... y quedándose tranquilos porque con ello ya se ha cumplido el precepto. La letra del la Ley <> el espíritu de la Ley.
El último párrafo es lamentable: así entiende Israel a “su” Dios. Su Dios es suyo, y no de otros, más bien es suyo contra otros. Así lo entendió Israel. Aparece, de manera espeluznante en el discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia:
13, 16-19
16 Pablo se levantó, hizo señal con la mano y dijo:
«Israelitas y cuantos teméis a Dios, escuchad: 17 El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo durante su destierro en la tierra de Egipto y los sacó con su brazo extendido. 18 Y durante unos cuarenta años los rodeó de cuidados en el desierto; 19 después, habiendo exterminado siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su tierra...
Es sobrecogedor comprobar la indiferencia con que se hacen estas afirmaciones: Dios extermina siete naciones para asentar a su pueblo en Canaán, y esta atrocidad no produce sobresalto alguno. ¿Lo creía así Pablo? No parece que tengamos motivos para dudarlo. Dios es de Israel, Israel es el único pueblo de Dios. Esas siete naciones no son de Dios, y Dios las extermina para dar una tierra a su pueblo. Trágica fe, abominable.
Y el párrafo final, terrible, que encierra una verdad y una espantosa interpretación: ante nosotros está el acierto y el error, eso es la pura verdad, el ser humano tiene capacidad de elegir su camino, y ese camino le puede llevar a la plena realización y a destrucción.
Lo terrible es el papel que se atribuye a Dios en esa aventura humana. ¿Es Dios el que bendice a los que hacen el bien y maldice a los que hacen el mal? ¿Es Dios el que premia la sumisión y castiga (con atroces tormentos eternos) la desobediencia? ¿O es Dios más bien el que se preocupa de que el ser humano acierte, el que inspira, alimenta, alienta al buen camino, el que perdona constantemente los errores?
En una palabra, ¿hablamos del juez impasible o de la madre preocupada?
El Antiguo Testamento no puede considerarse sin más “palabra de Dios”, sin reservas, sin matices. Y desde luego no lo es cuando su mensaje contradice al de Jesús. Sólo Jesús es “LA PALABRA”, el resto puede ser un anuncio, una prehistoria de la Palabra, pero hay que leerlo siempre cotejándolo con lo de Jesús.
ROMANOS 3, 21-28
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen ‑pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios‑ y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús.
¿Dónde está, entonces, el derecho a gloriarse? ¡Queda eliminado! ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No. Por la ley de la fe. Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley.
La lectura del texto se hace sumamente complicada, especialmente por la utilización del término “justicia” y “justificación”. Sin entrar en demasiadas explicaciones recordemos que se trata de saber si lo que salva es el cumplimiento de la Ley antigua o la fe en Jesús. Y Pablo lo tiene muy claro.
Por otra parte, expresiones como “instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia” nos resultan extrañas, pues nos hacen entrar en el tema de la muerte de Jesús como precio de sangre exigido por Dios para perdonar nuestros pecados: la satisfacción vicaria sangrienta, tan lejana del mensaje de Jesús sobre Dios/Abba, tan lejana de “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”, y tan sorprendentemente presente en Pablo.
Ante temas tan complicados, sugiero que sustituyamos en la eucaristía la lectura anterior por la siguiente, que acompaña muy bien la idea central del evangelio.
DE LA PRIMERA CARTA DE JUAN (Jn 2, 1 y ss.)
Nos consta que conocemos al Padre si cumplimos el mandamiento de Jesús.
Quien dice que lo conoce y no cumple su mandamiento miente y no es sincero.
Pero quien cumple su palabra tiene realmente colmado el amor de Dios. En esto conocemos que estamos con él.
Quien dice que permanece en él ha de proceder como él procedió. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, sigue en tinieblas. Quien ama a su hermano está en la luz y no tropieza…
A nosotros nos consta que hemos pasado de la muerte a la vida si amamos a los hermanos… Si uno posee bienes del mundo y ve a su hermano necesitado y le cierra las entrañas y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios?
Hijos, no amamos de palabra y con la boca sino con obras y de verdad.
José Enrique Galarreta, S.J.
Fe Adulta
LECTURAS
DEUTERONOMIO 11, 18-28
Moisés habló al pueblo diciendo:
Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal, y sean como una insignia entre vuestros ojos.
Enseñádselas a vuestros hijos, hablando de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado.
Las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos en la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres sean tan numerosos como los días del cielo sobre la tierra.
Porque, si de verdad guardáis todos estos mandamientos que yo os mando practicar, amando a Yahveh vuestro Dios, siguiendo todos sus caminos y viviendo unidos a él, Yahveh desalojará delante de vosotros a todas esas naciones, y vosotros desalojaréis a naciones más numerosas y fuertes que vosotros.
Todo lugar que pise la planta de vuestro pie será vuestro; desde el Río, el río Eufrates, hasta el mar occidental, se extenderá vuestro territorio. Nadie podrá resistiros; Yahveh vuestro Dios hará que se os tema y se os respete sobre la faz de toda la tierra que habéis de pisar, como él os ha dicho.
Mira: Yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición. Bendición si escucháis los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo hoy, maldición si desoís los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, si os apartáis del camino que yo os prescribo hoy, para seguir a otros dioses que no conocéis.
Deuteronomio significa “la segunda Ley”. Es una reedición de la Ley, escrita ya en los libros del Éxodo, Levítico y Números, recopilada por los sabios de Israel hacia el siglo sexto a.C., en forma de discursos puestos en boca de Moisés.
En el discurso de hoy se expresa el cimiento mismo de la fe de Israel: si eres fiel a Dios, Dios estará contigo. Desarrolla varias ideas interesantes:
“Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal... Las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas...”
Una estupenda imagen de la importancia que debe tener para el israelita la fidelidad a la Palabra. Y en los evangelios (incluso en escenas actuales) vemos cómo la tentación de Israel consistió en cumplir al pie de la letra el mandato, llevando una cajita de cuero que contiene palabras de la Ley en la frente o atada a la muñeca... y quedándose tranquilos porque con ello ya se ha cumplido el precepto. La letra del la Ley <> el espíritu de la Ley.
El último párrafo es lamentable: así entiende Israel a “su” Dios. Su Dios es suyo, y no de otros, más bien es suyo contra otros. Así lo entendió Israel. Aparece, de manera espeluznante en el discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia:
13, 16-19
16 Pablo se levantó, hizo señal con la mano y dijo:
«Israelitas y cuantos teméis a Dios, escuchad: 17 El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo durante su destierro en la tierra de Egipto y los sacó con su brazo extendido. 18 Y durante unos cuarenta años los rodeó de cuidados en el desierto; 19 después, habiendo exterminado siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su tierra...
Es sobrecogedor comprobar la indiferencia con que se hacen estas afirmaciones: Dios extermina siete naciones para asentar a su pueblo en Canaán, y esta atrocidad no produce sobresalto alguno. ¿Lo creía así Pablo? No parece que tengamos motivos para dudarlo. Dios es de Israel, Israel es el único pueblo de Dios. Esas siete naciones no son de Dios, y Dios las extermina para dar una tierra a su pueblo. Trágica fe, abominable.
Y el párrafo final, terrible, que encierra una verdad y una espantosa interpretación: ante nosotros está el acierto y el error, eso es la pura verdad, el ser humano tiene capacidad de elegir su camino, y ese camino le puede llevar a la plena realización y a destrucción.
Lo terrible es el papel que se atribuye a Dios en esa aventura humana. ¿Es Dios el que bendice a los que hacen el bien y maldice a los que hacen el mal? ¿Es Dios el que premia la sumisión y castiga (con atroces tormentos eternos) la desobediencia? ¿O es Dios más bien el que se preocupa de que el ser humano acierte, el que inspira, alimenta, alienta al buen camino, el que perdona constantemente los errores?
En una palabra, ¿hablamos del juez impasible o de la madre preocupada?
El Antiguo Testamento no puede considerarse sin más “palabra de Dios”, sin reservas, sin matices. Y desde luego no lo es cuando su mensaje contradice al de Jesús. Sólo Jesús es “LA PALABRA”, el resto puede ser un anuncio, una prehistoria de la Palabra, pero hay que leerlo siempre cotejándolo con lo de Jesús.
ROMANOS 3, 21-28
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen ‑pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios‑ y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús.
¿Dónde está, entonces, el derecho a gloriarse? ¡Queda eliminado! ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No. Por la ley de la fe. Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley.
La lectura del texto se hace sumamente complicada, especialmente por la utilización del término “justicia” y “justificación”. Sin entrar en demasiadas explicaciones recordemos que se trata de saber si lo que salva es el cumplimiento de la Ley antigua o la fe en Jesús. Y Pablo lo tiene muy claro.
Por otra parte, expresiones como “instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia” nos resultan extrañas, pues nos hacen entrar en el tema de la muerte de Jesús como precio de sangre exigido por Dios para perdonar nuestros pecados: la satisfacción vicaria sangrienta, tan lejana del mensaje de Jesús sobre Dios/Abba, tan lejana de “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”, y tan sorprendentemente presente en Pablo.
Ante temas tan complicados, sugiero que sustituyamos en la eucaristía la lectura anterior por la siguiente, que acompaña muy bien la idea central del evangelio.
DE LA PRIMERA CARTA DE JUAN (Jn 2, 1 y ss.)
Nos consta que conocemos al Padre si cumplimos el mandamiento de Jesús.
Quien dice que lo conoce y no cumple su mandamiento miente y no es sincero.
Pero quien cumple su palabra tiene realmente colmado el amor de Dios. En esto conocemos que estamos con él.
Quien dice que permanece en él ha de proceder como él procedió. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, sigue en tinieblas. Quien ama a su hermano está en la luz y no tropieza…
A nosotros nos consta que hemos pasado de la muerte a la vida si amamos a los hermanos… Si uno posee bienes del mundo y ve a su hermano necesitado y le cierra las entrañas y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios?
Hijos, no amamos de palabra y con la boca sino con obras y de verdad.
José Enrique Galarreta, S.J.
Fe Adulta
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