Este es un espacio para alimentar y vitalizar la dimensión espiritual y humana de las personas comprometidas con la construcción de una sociedad más humana, justa y solidaria. Todos somos peregrinos. "sal de tu tierra, de tu casa y vete a la tierra que yo te mostraré; haré de tí una gran nación y te bendeciré." (Gén. 12, 1 ss)
Sunday, March 06, 2011
La homilía de Betania: EDIFIQUEMOS NUESTRA CASA SOBRE ROCA FIRME
Por José María Martín OSA
1.- ¿La fe o las obras? La primera y la tercera lectura de este domingo, el pasaje del Deuteronomio y el del evangelio según san Mateo, subrayan claramente la necesidad que tenemos de tener en cuenta los preceptos del Señor. Porque no basta con escucharlos y recordarlos si después nos desviamos del camino que nos marcan esos preceptos; como no basta confesar con los labios que Jesús es el Señor, si no cumplimos fielmente lo que nos dice.
"Sostenemos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley": el texto de Pablo de la liturgia de hoy nos dice que la salvación es un don de Dios. Pero a la vez, la fe es un compromiso voluntario del hombre en favor de la justicia y del amor radical. No basta con hablar para que las cosas se hagan. No basta con rezar mucho y oír muchas misas, es bueno y necesario hacerlo, pero no basta para manifestar la verdad de lo que creemos. ¿La fe o las obras?, ¿qué es lo que salva?
Lo que nos salva es la fe... y las obras. No es lícito separar los dos extremos, elegir uno y desechar el otro. Ambos pertenecen al mensaje, la fe y las obras. Más exactamente, el que nos salva es Dios en Jesucristo. La fe es la aceptación agradecida de esa salvación. Creer es también hacer, porque es obedecer. Porque es responder a la palabra de Dios con el alma, con el corazón y con toda la vida. No es recordar, saber o retener unas verdades, sino vivir. Porque la fe sin obras es fe muerta y estéril como la muerte misma. Porque la fe se realiza en las obras, pero las obras no valen para el cristiano sin la fe.
2.- ¿Cómo es nuestra casa interior? Hay casas sobre roca, casas sobre arena; casas sobre mezcla de roca y arena. En Haití el terremoto del año pasado fue una catástrofe porque las casas estaban construidas con materiales endebles, con gran cantidad de arena. En otro lugar no hubieran muerto tantas personas. Pero la pobreza, fruto de la injusticia, lo provocó. La lectura de Mateo es un aviso para revisar nuestra edificación existencial. Supongo que todos queremos una casa firme, preferiblemente cimentada sobre roca. Una casa sobre la que el agua devastadora de la vida no haga estragos, no nos lleve por delante. Una casa sobre la que el viento impetuoso de las circunstancias desfavorables no deteriore la fachada, ni interiores… ¿Quién no quiere una casa así? Sin embargo, no siempre nos encontramos con tanta solidez. No siempre somos gente prudente. No siempre escuchamos sus palabras. No siempre decimos “¡Señor, Señor!” y, al mismo tiempo, le pedimos que se cumpla su voluntad…, porque no estamos seguros de que nos guste su voluntad. Nuestras vidas son las casas, que no están terminadas totalmente. Que necesitan mantenimiento y, en ocasiones, reforzar los cimientos o sanearlos, o buscar y encontrarlos de nuevo. No encontraremos mejor cimentación que la de Cristo, el Señor. Revisemos nuestras vidas, que son las casas, y pidamos con la súplica del Salmo “Sé la roca de mi refugio, Señor”.
3.- Escuchar y actuar. Jesús dice: "el que escucha estas palabras y las cumple". Hoy, la palabra evangélica nos invita a meditar con seriedad sobre la infinita distancia que hay entre el mero “escuchar-invocar” y el “hacer” cuando se trata del mensaje y de la persona de Jesús. No podemos olvidar que hay modos de escuchar y de invocar que no comportan el hacer. «No todo el que me diga: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial». Esta es la forma de entrar en su Reino, que ha comenzado aquí, que hay que empezar a construir aquí, manifestar y hacer realidad aquí y que un día se consumará en plenitud allí. Es necesario, por tanto, escuchar y cumplir. ¿Cómo cumplir? No se trata de cumplir por cumplir o de practicar el “cumplo y miento”, sino de adaptar nuestra vida a las exigencias del Evangelio. Preguntémonos: ¿Dios y el prójimo me llegan a la cabeza, soy creyente por convicción?; en cuanto al bolsillo, ¿comparto mis bienes con criterio de solidaridad?; en lo que se refiere a la cultura, ¿contribuyo a consolidar los valores humanos en mi país?; en el aumento del bien, ¿huyo del pecado de omisión? En una palabra: ¿soy una persona sensata que, con hechos, edifico la casa de mi vida sobre la roca de Cristo?
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