El terremoto de Japón nos muestra imágenes devastadoras. Miles de víctimas sometidos al imperio de la naturaleza. En una sociedad como la nipona completamente tecnificada y preparada para los desastres, la naturaleza ha vuelto a mostrarse con toda su furia devastadora. Debemos reconocer que el azar puede truncar toda una vida en cuestión de segundos. Porque las sacudidas espeluznantes apenas duran unos minutos y generan la fuerza destructiva de una bomba atómica. Queda al descubierto nuestra fragilidad y la vida se muestra con otra perspectiva. Lo importante, reduce considerablemente su listón. Queda patente la condición perecedera de nuestra existencia que puede llegar de manera súbita e inesperada.
Estamos en Cuaresma tiempo para la solidaridad con los más necesitados, pero también días para la introspección para poner en la balanza lo importante que cobra un valor diferente en la mirada de Jesús. No son los poderes del mundo, ni los oropeles de la fama lo más importante. Ellos también son reflejo de la fragilidad, están ahí por un momento y desparecen mostrando su vacuidad. Deberemos ayudar a nuestros hermanos japoneses, pero también meditar sobre nuestra condición humana. Construir sobre roca como nos propone el Evangelio. Construir lazos más fuertes que la condición efímera de la vida. Esos lazos son el amor y el respeto que hacen posible resurgir de las cenizas como el ave Fénix.
Estoy segura que se volverá a reconstruir la zona asolada. Lo harán con criterios de seguridad que son norma obligada en Japón. Y también se volverán a reconsiderar dónde y cómo se construyen determinadas fábricas o aeropuertos. El hombre pondrá de su parte la inteligencia para prever riesgos. Pero ni aún así podrá someter a la naturaleza. Estamos aquí como dioses con pies de barro. Y sólo el respeto hacia el otro determina que la riqueza y el beneficio no sean el motor de la existencia. Japón lo sabe, conoce la fragilidad de su suelo, el vaivén al que le someten las fuerzas telúricas. Vivir en esa zona frágil sabiendo que nuestra existencia pende de un hilo, debe dar una mirada diferente sobre la vida y la condición humana.
El terremoto muestra la cara más amarga de nuestra sociedad. Un país preparado para el seísmo como Japón opuesto a una sociedad paupérrima como Haití, a la que ya hemos olvidado pero que está ahí mostrando la cara oculta de la condición humana. Haití ya no es noticia y sigue asolada. No puedo dejar de pensar que los gobiernos corruptos deberían poder ser juzgados por tribunales independientes. Las catástrofes como el seísmo de ayer solo pueden reducir su impacto con el esfuerzo de la inteligencia humana que pone medidas paliativas. Pero en Líbia es una catástrofe provocada por el mesianismo de un tirano. Y Haití es la miseria de un pueblo olvidado por los poderes corruptos.
Las imágenes cambian en la pantalla del televisor. Se diluye la catástrofe de Líbia, se olvida la miseria del pueblo en Haití, se cambian las escenas en la pantalla. Pero queda una realidad común en todos esos escenarios. Queda la fragilidad humana que puede ver desaparecer la obra de toda una vida, hacienda, bienes personales, para quedar al raso en el mejor de los casos o sepultados por los escombros y el fango en el peor de los resultados. Queda por tanto la escala de valores puesta en la picota. ¿Qué es lo más importante?. Y la respuesta siempre nos devuelve la mirada de Jesús: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.» san Lucas (5,27-32).
Seamos sinceros, Jesús habla del pecado, de la naturaleza caída en el fango. Y pide la conversión del corazón. Que estos días nos sirvan para caminar relativizando lo perecedero y lo permanente. Japón, Haití o el Líbia, nos muestran la fragilidad de nuestra existencia. Por eso nos producen una convulsión interior al saber que nosotros podríamos estar en el lugar que ellos se encuentran ahora.
Carmen Bellver
Diálogo sin fronteras
RD
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