De la requisitoria del Juez Instructor emerge el nombre de un cómplice, hasta ahora en la sombra, un empleado laico de la Secretaría de Estado, experto en infomática
MARCO TOSATTIROMA
Paolo Gabriele, el mayordomo del Papa, será sometido a un proceso por haber robado cartas reservadas y haberlas publicado. Pero de las Requisitoria del Juez Instructor emerge también el nombre de un cómplice, hasta ahora escondido, un empleado laico de la Secretaría de Estado, experto en informática; pero, lo que se deduce con claridad, a pesar de la voluntad de la magistratura vaticana de circunscribir el caso a aspectos judiciales, es la sombra de un complot con muchas más personas, que, con Paolo Gabriele, negociaban e intercambiaban documentos.
¿Quiénes son estas personas? Desgraciadamente, la requisitoria con el nuevo proceso de Gabriele no indica los nombres, solo letras mayúsculas: X, W, Y, todos ellos testigos que fueron escuchados durante las fase instructoria. Se extrajeron muchos testimonios durante la investigación, pero no se indican las particularidades de ninguno de ellos.
Claudio Sciarpelletti, de 48 años, ciudadano italiano, empleado de la Secretaría de Estado es el “recién llegado” a la investigación. En su escritorio encontraron un sobre para Paolo Gabriele, con el sello de la Secretaría de Estado – Oficina de Informaciones y Documentaciones, que contenía doceumentos reservados. Dijo Sciarpelletti: «Este sobre no me fue entregado por Paolo Gabriele, sino por W para que yo lo guardara y se lo entregara a Paolo Gabriele».
Por lo que parece, Gabrielle había pedido hace algún tiempo a Sciarpelletti que arreglara un encuentro con W, «y mediante él, conocer a Y», otro personaje desconocido; pero, evidentemente, siempre dentro del ámbito de la Secretaría de Estado y de la Curia Romana. Sciarpelletti habría entregado el sobre de W a Gabriele y viceversa. Y otra persona desconocida, X, entrega a Sciarpelletti un sobre para Gabriele: «X pensó en confiarme este sobre porque frecuento la Secretaría del Santo Padre. Tan es así que cuando sucedió fue el mismo Paolo Gabriele el que me acompañó».
Sciarpelletti deberá responder por haber favorecido estos encuentros. Pero lo que parece evidente, a pesar de los pocos elementos, es que Paolo Gabriele no estaba solo. Si la magistratura considera los hechos judiciales, hay cuestiones de enorme relevancia moral de las que tal vez alguien tendría que ocuparse. Pensemos, sobre todo, en el director espiritual de Paolo Gabriele, también cubierto por un simpático anonimato con la letra “B”, que recibió del mayordomo «un conjunto de documentos (importantes porque estaban relacionados con la Santa Sede)». El sacerdote los destruyó, porque eran el fruto de una actividad ilegítima y poco honesta, y «temía que se pudiera hacer de ellos un uso otro tanto ilegítimo y poco honesto». Paolo Gabriele, en otra reunión de la Familia Pontificia negó cualquier responsabilidad: «Por otra parte –declaró– con esta actitud de negar las responsabilidades también seguía las indicaciones de mi padre espiritual, que me había dicho que esperara las circunstancias y, salvo que hubiera sido el mismo Santo Padre en persona quien me lo pidiera, que no afirmara mi responsabilidad». Si es cierto, tal vez alguien tendría que indagar sobre la rectitud de esta guía espiritual.
Vatican Insider
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