No sé si la habrán leído. Pero, a mí me ha encantado la carta que el Papa Francisco envió a los Obispos de Argentina, con motivo de su Asamblea Plenaria. La he encontrado esta tarde de sábado. Y la he gozado. Una confesión: La he buscado en dos o tres lugares, para saber que era cierta.
El tono del Papa Francisco, ya lo conocemos: sencillo, cercano y directo. Y hasta con ironías. Empieza con un “queridos hermanos”, ¡como si nada! Y la excusa por no asistir a la Asamblea Episcopal Argentina no se puede decir con más gracejo: “excusarme por no poder asistir, debido a compromisos asumidos hace poco” y él mismo les pregunta: “¿suena bien?”. Suena, pero que muy bien, Santidad.
Pero, dentro de la sencillez, verdades como templos: ante todo, un rescate de Aparecida. El documento de la V Asamblea del Episcopado Latinoamericano está cayendo en un cierto desuso (eso, en América Latina. En España, alguna Editorial me ha dicho: aquí, Aparecida no vende). Francisco les dice: “me gustaría que los trabajos de la Asamblea tengan como marco referencial el documento de Aparecida y el ‘navegar mar adentro’”. Les pide quetoda la pastoral sea “en clave misionera”. “La salida” le evoca un tema del que habla una vez sí, y otra también: “debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales y crecer en parresía (valentía)”.
La salida de la Iglesia arde en el corazón de Francisco. Nos percibe muy cerrados en nosotros mismos. Miedosos y “resignados” con lo que va quedando y con los que van quedando. Y ahí va la reflexión: “una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro”. Una Iglesia encerrada es una Iglesia enferma.Pienso y comparto: si la salida es también hacia las periferias existenciales; el encierro lo puede ser también en las actitudes existenciales. Es decir, que el papa quiere una Iglesia abierta y no una Iglesia cerrada. En la actividad misionera, esto es importante: muchos misioneros/as vivimos una Iglesia cerrada, “encorvada sobre sí misma”, como dice el Papa, y pensamos que la misión es ir llevando “cápsulas de Iglesia cerrada” por los distintos lugares del mundo, cercano o lejano. En la mente del Papa, parece que el primer acto de misión es la apertura de la Iglesia. El Papa reflexiona: “es verdad que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente” ¡Cuántas casas son testigos del miedo de la salida: “no vaya a ser que…”! ¿Me quedo o salgo? “Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma”.
Por ahí va su pensamiento, cuando dice que “la enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la (enfermedad) referencial”: quien es para el mundo se hace para sí misma: “mirarse a sí misma”. Francisco llama a esto un “narcisismo eclesial”. Y añade otra de sus ideas “machaconas”: el resultado es una “mundanidad espiritual” y un “clericalismo sofisticado”. Parece extraño que una mundanidad pueda ser espiritual. Quizás, lo comprendemos mejor a la inversa (…y el orden de los factores no altera el producto): una espiritualidad mundana. Sería el intento de espiritualizar los criterios del mundo. Si se me permite el refrán: “hacer pasar gato por liebre”. Y lo del “clericalismo sofisticado” va por lo que significa: refinado, elegante y falto de naturalidad. Se trata, además, de una enfermedad que arrastra consecuencias: “impide experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar”. Por algo será lo que ya dijo San Pablo: “ay de mí, si no evangelizo”.
A sus hermanos, obispos argentinos, les desea Francisco una “alegría-crucificada”. Es un buen remedio para la “enfermedad referencial”. “Salva del resentimiento, de la tristeza y de la solteronería clerical”. El clericalismo sofisticado, el narcisismo y la mundanidad espiritual son expresiones muy típicas del “solterón clerical”. Somos gozosamente célibes, a veces nos toca serlo austeramente, pero no solterones. Y el camino lo sabemos. Francisco habla de alegría fecunda (el solterón quedó seco de fecundidad): “gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios”. Y de “alegría convertida”: “crecerá más y más en la medida en que nos tomemos en serio la conversión pastoral que nos pide la Iglesia”.
En el lenguaje de Aparecida, esa conversión pastoral significa “el paso de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera”, desde la “conmoción que le impida a la Iglesia instalarse en la comodidad, el estancamiento y la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres” (DA 362). Implica también “el abandono de las estructuras caducas que ya no favorecen la transmisión de la fe” (nº 365), una “renovación eclesial que implica reformas espirituales, personales e institucionales” (nº 367). Por ahí va la referencia a Aparecida del principio de la carta.
Un último deseo, dicho en primera persona de plural (el Papa también se incluye): “que el Señor nos libre de maquillar nuestro episcopado con los oropeles de la mundanidad, del dinero y del ‘clericalismo de mercado’”… y, en contraste: la humildad y el trabajo silencioso y valiente.
Nos ha acostumbrado también el Papa a pedirnos que recemos por él. En este caso, se lo pide a los obispos argentinos. Y les ofrece una intención especial: “para que no me la crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero”.
Lo sencillo, lo claro y lo valiente de esta carta de “andar por casa” me ha dejado impresionado. Me ha dado mucho que pensar. Me ha avivado el deseo misionero. Me ha hecho pedir perdón… Y, por eso, he querido leerla en voz alta. Para compartir.
Lo sencillo, lo claro y lo valiente de esta carta de “andar por casa” me ha dejado impresionado. Me ha dado mucho que pensar. Me ha avivado el deseo misionero. Me ha hecho pedir perdón… Y, por eso, he querido leerla en voz alta. Para compartir.
TEXTO COMPLETO DE LA CARTA
Carta del Papa Francisco a la 105º Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina
Queridos Hermanos:
Van estas líneas de saludo y también para excusarme por no poder asistir debido a “compromisos asumidos hace poco” (¿Suena bien?) Estoy espiritualmente junto a Ustedes y pido al Señor que los acompañe mucho en estos días.
Les expreso un deseo: Me gustaría que los trabajos de la Asamblea tengan como marco referencial al Documento de Aparecida y “Navega mar adentro”. Allí están las orientaciones que necesitamos para este momento de la historia. Sobre todo les pido que tengan una especial preocupación por crecer en la misión continental en sus dos aspectos: misión programática y misión paradigmática. Que toda la pastoral sea en clave misionera. Debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales y crecer en parresía.
Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
Les deseo a todos Ustedes esta alegría, que tantas veces va unida a la Cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de la soltenoría clerical. Esta alegría nos ayuda a ser cada día más fecundos, gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios; esta alegría crecerá más y más en la medida en que tomemos en serio la conversión pastoral que nos pide la Iglesia.
Gracias por todo lo que hacen y por todo lo que van a hacer. Que el Señor nos libre de maquillar nuestro episcopado con los oropeles de la mundanidad, del dinero y del “clericalismo de mercado”. La Virgen nos enseñará el camino de la humildad y ese trabajo silencioso y valiente que lleva adelante el celo apostólico.
Les pido, por favor, que recen por mí, para que no me la crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero. Rezo por Ustedes.
Un abrazo de hermano y un especial saludo al pueblo fiel de Dios que tienen a su cuidado. Les deseo un santo y feliz tiempo pascual.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Vaticano, 25 de marzo de 2013
Pedro Jaramillo Rivas
Todo tiene su momento
RD
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