Nelson Mandela, con su muerte, se ha
sumergido en el inconsciente colectivo de la humanidad para ya nunca irse de
ahí, porque se ha transformado en un arquetipo universal, de una persona
injustamente condenada que no guardó rencor, que supo perdonar, reconciliar
polos antagónicos y transmitirnos una inquebrantable esperanza en que el ser
humano todavía tiene solución. Después de pasar 27 años en reclusión y ser
elegido presidente de Sudáfrica en 1994, se propuso y realizó el gran desafío
de transformar una sociedad estructurada en la suprema injusticia del
apartheid, que deshumanizaba a las grandes mayorías negras del país
condenándolas a ser no-personas, en una sociedad única, unida sin
discriminaciones, democrática y libre.
Y
lo consiguió al escoger el camino de la virtud, del perdón y de la
reconciliación. Perdonar no es olvidar. Las llagas están ahí, muchas de ellas
todavía abiertas. Perdonar es no permitir que la amargura y el espíritu de
venganza tengan la última palabra y determinen el rumbo de la vida. Perdonar es
liberar a las personas de las amarras del pasado, pasar página y empezar a
escribir otra a cuatro manos, de negros y de blancos. La reconciliación sólo es
posible y real cuando hay plena admisión de los crímenes por parte de sus
autores y pleno conocimiento de los actos por parte de las víctimas. La pena de
los criminales es la condenación moral ante toda la sociedad.
Una
solución de esas, seguramente originalísima, supone un concepto ajeno a nuestra
cultura individualista: el Ubuntuque
quiere decir: “yo sólo puedo ser yo a través de ti y contigo”. Por tanto, sin
un lazo permanente que ligue a todos con todos, la sociedad estará, como la
nuestra, en peligro de desgarrarse y de conflictos sin fin.
En
los manuales escolares de todo el mundo deberá figurar esta afirmación
humanísima de Mandela: “Yo luché contra la dominación de los blancos y luché
contra la dominación de los negros. Cultivé el ideal de una sociedad
democrática y libre, en la cual todas las personas puedan vivir juntas en
armonía y tengan oportunidades iguales. Este es mi ideal y deseo vivir para
alcanzarlo. Pero, si fuera necesario, estoy dispuesto a morir por este ideal”.
¿Por
qué la vida y la saga de Mandela fundan una esperanza en el futuro de la
humanidad y en nuestra civilización? Porque hemos llegado al núcleo central de
una conjunción de crisis que puede amenazar nuestro futuro como especie humana.
Estamos en plena sexta gran extinción en masa. Cosmólogos (Brian Swimme) y
biólogos (Edward Wilson) nos advierten que, si las cosas siguen como están,
hacia 2030 culminará este proceso devastador. Esto quiere decir que la creencia
persistente en el mundo entero, también en Brasil, de que el crecimiento
económico material nos debería traer desarrollo social, cultural y espiritual
es una ilusión. Estamos viviendo tiempos de barbarie y sin esperanza.
Cito
a una persona libre de toda sospecha, Samuel P. Huntington, antiguo asesor del
Pentágono y un analista perspicaz del proceso de globalización, que al final de
su libro El choque de civilizaciones dice: “La ley y el orden son el primer
pre-requisito de la civilización; en gran parte del mundo parecen estarse
evaporando; a escala mundial, la civilización parece, en muchos aspectos, estar
cediendo ante la barbarie, generando la imagen de un fenómeno sin precedentes,
una Edad de las Tinieblas mundial que se abate sobre la
humanidad”(1997:409-410).
Añado
la opinión del conocido filósofo y científico político Norberto Bobbio que como
Mandela creía en los derechos humanos y en la democracia, como valores para
equilibrar el problema de la violencia entre los Estados y para una convivencia
pacífica. En su última entrevista declaró: “no sabría decir cómo será el Tercer
Milenio. Mis certezas caen y solamente un enorme punto de interrogación agita mi
cabeza: ¿será el milenio de la guerra de exterminio o el de la concordia entre
los seres humanos? No tengo posibilidad de responder a esta pregunta”.
Ante
estos escenarios sombríos Mandela respondería seguramente, fundándose en su
experiencia política: sí, es posible que el ser humano se reconcilie consigo
mismo, que sobreponga su dimensión de sapiens a la de demens e inaugure una nueva forma de estar
juntos en la misma Casa. Tal vez valgan las palabras de su gran amigo, el
arzobispo Desmond Tutu, que coordinó el proceso de Verdad y Reconciliación:
“Habiendo encarado a la bestia del pasado frente a frente, habiendo pedido y
recibido perdón, pasemos ahora la página. No para olvidar ese pasado sino para
no dejar que nos aprisione para siempre. Avancemos en dirección a un futuro
glorioso de una nueva sociedad en la que las personas valgan no en razón de
irrelevancias biológicas u otros extraños atributos, sino porque son personas
de valor infinito, creadas a imagen de Dios”.
Mandela
nos deja esta lección de esperanza: nosotros podremos vivir si, sin
discriminaciones, hacemos realidad el Ubuntu.
Leonardo Boff
Koinonía
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