Ya está, ¿ya llega la calma después de la tormenta de los últimos días? Tal vez sí, pero no deberíamos conformarnos demasiado pronto con la calma. Hace menos de una semana que el Papa Francisco lanzó «Evangelii Gaudium». Tiene fecha de 24 de noviembre, pero en realidad se hizo pública el martes 26. Es decir, seis días han pasado. Al principio cayó como un ciclón, como una bomba o como una lluvia sanadora en medio de la sequía, según cómo haya sido recibida. En general, bien. Fue portada al día siguiente en los principales periódicos del mundo, Trending Topic en Twitter, y motivo de innumerables artículos de opinión. Todo el mundo parecía contento con un lenguaje cercano y comprensible, el énfasis en lo esencial del evangelio y algunas verdades como puños que para muchos llevaban demasiado tiempo ausentes del lenguaje “oficial”, y que este papa porteño está poniendo sobre la mesa. Incluso, sin haber leído el documento, casi cualquiera que esté un poco informado podría citar alguno de sus titulares más jugosos, pues se han repetido hasta la saciedad. Está bien. Pero no basta.
No basta vivir a golpe de titular, de estallido mediático y de fuego de artificio. Si algo nos tiene que distinguir a los creyentes es la disposición a formarnos e informarnos a fondo, al menos en aquello que tiene que ver con la fe y la iglesia. A leer los documentos, para no convertirnos en tertulianos de la fe, que opinan cada día de lo que toca, sin que nada dure demasiado en la agenda pública. A tratar de comprenderlos y profundizar en sus implicaciones. A no conformarnos con la algazara de gallinero, en la que todos cacareamos, encantados, pensando en los demás que se tienen que aplicar tal o cual cuento, sino aceptar que, probablemente, cada uno de nosotros tenemos que examinar nuestra vida, preguntándonos, en ella, por la alegría del evangelio y el impulso misionero que pueda guiar nuestros pasos.
José Mª Rodríguez Olaizola sj
pastoralsj
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