"el Jueves Santo la memoria de fe hace presente a Jesús de Nazaret celebrando con sus amigas y amigos su ágape final. Un encuentro lleno de símbolos, la humildad al lavar los pies, la consagración del pan y el vino como símbolo -sacramento- del amor y el envió misionero, entre otros. Por eso entregamos a ustedes esta bella reflexión que nos cuenta de una mujer y su familia, que entendió el sentido real del amor en el pan y la vida."
Las ‘patronas’ de México
Nancy Bravo de Ramsey
Doña Leónida Vásquez, (75 años), a quien conocen en su pueblo como la ‘Patrona Abuela’, explicó a los periodistas que recuerda con mucha claridad aquella mañana calurosa y húmeda, como tantas otras del pequeño recinto de algo más de 3.000 habitantes, cuyo nombre oficial es Guadalupe, perteneciente a la cabecera municipal de Amatlán de los Reyes, en el estado mexicano de Veracruz. Sin duda debe ser así, pues aquello transformó la vida de toda su familia y, con el paso del tiempo, hasta cambió el nombre de la población a la que se empezó a conocer como La Patrona.
Pues sucedió que dieciocho años atrás, Leónida había enviado a dos de sus hijas a la tienda en procura de pan, pero observó que cuando regresaron no traían nada en sus manos. Le explicaron a la madre que, al pasar junto al tren que diariamente atraviesa el pueblo, y que además de la carga lleva sobre el techado a cientos de migrantes provenientes de Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador, en su mayoría, les suplicaron que les regalaran la bolsa de panes que llevaban porque tenían días sin comer y casi desfallecían de hambre. En lugar de reñirlas, Leónida abrazó a sus hijas y las alentó diciéndoles que habían actuado de la mejor manera. “Y fue así como empezó la ayuda a los migrantes en La Patrona”, dijo ella. Al comienzo, únicamente la madre, doña Leónida, y sus cuatro hijas, trabajaban en la tarea humanitaria de entregar todos los días un poco de alimento a los maltratados migrantes que viajan en el techo del tren. Pero más adelante se unieron a la tarea algunas parientes y vecinas, conformando este grupo aproximadamente 12 mujeres, a las que se han sumado actualmente 2 hombres. Para lograr cumplir con esta tarea que ellas mismas se han impuesto, las ‘patronas’ empiezan a cocinar en la mañana un menú que casi siempre es el mismo. Luego empaquetan en una funda plástica el arroz con frijoles y verdura, 5 panes, 10 tortillas y, aparte, 2 botellas de agua fuertemente amarradas.
Las ‘patronas’ han arreglado con los maquinistas del tren para que al pasar por el poblado, a cambio de una comida para cada uno de ellos, disminuyan la velocidad de la máquina, a fin de que los alimentos que cuelgan del brazo extendido de cada voluntaria puedan ser agarrados al paso del tren en marcha, por los 100 o 150 migrantes que cada día se esfuerzan por lograrlo, sujetados de las escaleras de hierro y de las agarraderas metálicas del ferrocarril. Para muchos de los migrantes, este es el único alimento recibido en días durante la peligrosa travesía del transporte de carga que debe recorrer los 3.000 kilómetros que existen entre la frontera sur de México y sus límites con Estados Unidos, expuestos a los peores peligros, no solo por el tren, siempre en veloz carrera, del que se pueden caer al viajar a la intemperie, sino porque pueden ser víctimas de los diversos grupos del crimen organizado, como los secuestros de las bandas que los obligan a integrarse a ellas, pues se sabe que más de 20.000 migrantes son secuestrados al año en territorio mexicano.
Esta labor, desarrollada con tanto sentido de humanidad y genuino amor al prójimo necesitado, fue reconocida recientemente por la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México (CNDH), en la persona de Norma Romero Vásquez, la actual dirigente de las ‘patronas’ e hija de la fundadora. El presidente de esa nación, Enrique Peña Nieto, le entregó a la activista el Premio Nacional de Derechos Humanos 2013. Durante la ceremonia, Norma Romero lamentó que “México se encuentre fracturado”, marcado “por la violencia, la impunidad, la apatía, la discriminación y la falta de oportunidades reales”. Y añadió: “Más que avanzar, hemos ido en retroceso, porque la idea del progreso, sustentada en aprovecharse de los que menos tienen, no puede ser más que una violación a los derechos humanos”.
Iglesia de a pie
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