¿ENCERRADOS? ¡DE NINGÚN MODO!
Por Javier Leoz
1.- Hermanos, seguimos celebrando la alegría y el gozo
inmenso de la Vigilia Pascual: ¡Ha resucitado el Señor! ¡Aleluya! ¡Feliz Pascua
2014! ¡El Señor ha pasado de la muerte a la vida! ¡Aleluya! ¿Acallar todo esto
y dejar el protagonismo al Viernes Santo? ¡De ningún modo! ¡Puede más el
sepulcro abierto que cruz teñida de sangre!
Hoy, amigos, con la Resurrección de Cristo, esta mañana nos
trae una gran alegría: el día eterno que estamos llamados a disfrutar todos.
Estamos alegres porque, la victoria de Cristo, nos trae una forma nueva a la
hora de entender y comprender el mundo, las personas, la vida, el amor, la
justicia, etc.
Para vivir esta realidad, como el discípulo, hemos de
aventurarnos y asomarnos al sepulcro. Es decir; si tenemos ojos para tantas cosas
del mundo, ¡cómo no los vamos a tener para asombrarnos ante el acontecimiento
de la Pascua de Resurrección!
¿Qué existe el dolor? ¿Qué nos sacuden sucesos que enturbian
nuestra felicidad? ¿Qué no todo marcha bien? ¡Por supuesto! Pero, la
Resurrección de Cristo, nos da la fuerza necesaria para dar luz a esas
situaciones. La Resurrección de Cristo no nos resuelve de un plumazo todo
aquello que atenta a nuestro bienestar, pero nos sitúa por encima para que
seamos capaces de enfrentarnos y darle solución.
2.- En este día de Pascua damos gracias a Dios por tres cosas fundamentalmente:
Primero: porque su Resurrección es motivo de esperanza.
Porque el horizonte de nuestra existencia, con la claridad de la Pascua, se
hace más risueño, creativo, emprendedor y –sobre todo- invitados a disfrutar lo
que Jesús para nosotros conquista: la vida de Dios.
Segundo: su Resurrección es una razón para cambiar en
aquello que haga falta. La cuaresma, entre otras cosas, pretendía generar en
nosotros un cambio y a mejor. ¿Lo hemos conseguido? ¿Cómo está nuestra oración?
¿Nuestra relación con los demás? ¿Nuestra vida personal? A la luz de la Pascua,
queridos amigos, se ve más necesario que nunca un cambio de actitudes y de
forma de ser. A Pascua reluciente, vida resplandeciente. Ojala alejemos de
nosotros aquello que nos impide ser “pascuas” nuevas. Es decir; pasos
convencidos, abiertos, generosos, comprensivos, perdonadores, orantes, etc.
Tercero: su Resurrección nos empuja a dar testimonio de su
presencia real y misteriosa. No nos podemos quedar enganchados a la cruz, ni
entre sollozos recogidos en el sepulcro. Nuestra vivencia de la Pascua nos hace
saltar de alegría y, sobre todo, conscientes de una gran misión y de un gran
pregón: ¡Ha resucitado! Desde luego, un cristianismo de segunda, temeroso,
vergonzante y tímido no es el fruto de la Pascua.
3.- El abrir los ojos y contemplar el sepulcro vacío implica, además, llenar el corazón de la presencia de Cristo Resucitado. ¿Seremos capaces de transmitir la gran verdad de nuestra fe en todos nuestros ambientes? Hoy, en millones de campanarios, voltearán enloquecidas las campanas que anuncian la Resurrección de Aquel que es su Señor. ¿Voltearán nuestras gargantas? ¿Sonarán nuestras voces? ¿Expresarán nuestros cantos el meollo y el núcleo de nuestra fe cristiana? Sí, amigos, es el momento de acabar de hacer preguntas. Lo que hemos visto y oído en estos días de la Semana Santa ha acabado en un final feliz (iba a decir casi en un final de película donde vence el bueno). Pero ahora falta el final. Y, en ese final, vemos que la muerte ya no es el final del camino. Y que, por lo tanto, en ese “no final” Jesús nos ha metido a todos nosotros para que tengamos vida y en abundancia. ¿La recogemos?
Quedarán guardados (en museos y estancias especiales) los
conjuntos escultóricos de la Semana Santa pero lo que nunca puede quedar en el
olvido es lo que Cristo nos ha conseguido: ¡VIDA PARA TODOS! ¡FELIZ PASCUA DE
RESURRECCIÓN!
4.- ¡ABRÉME LOS OJOS, SEÑOR!
También yo, en el amanecer de esta jornada
con el alma atenazada por la penumbra
pero con el corazón inquieto
me he acercado hasta el lugar donde creía y me dijeron
se encontraba tu cuerpo amarrado entre vendas, sudarios
o desfigurado por los sucesos de estos últimos días.
Más, cual ha sido mi sorpresa, Señor,
cuando al cruzarme con María Magdalena
con Simón Pedro y con Juan
me han dicho que, no tenga prisa,
que tu losa no está ya ni sellada ni centrada
que la piedra de tu sepulcro se encuentra movida
y que abra bien los ojos para la gran sorpresa que me espera
¡ABREME LOS OJOS, SEÑOR!
Pues quiero verte para nunca más perderte
Porque, después de avanzar hasta tu sudario
necesito certezas para comprender
y gritar al mundo que ¡Creo! ¡Creo! ¡Y mil veces creo!
Que has vuelto para devolvernos vida abundante
Que, a partir de hoy, la asignatura difícil de la muerte
ha sido resuelta y superada por el Maestro que más enseñó
con palabras de amor y con gestos de humildad
con milagros y promesas felizmente cumplidas.
¡ABREME LOS OJOS, SEÑOR!
Quiero, sin temor ni temblor,
y aunque algunos me digan lo contrario
asomarme y ver el vacío que tu triunfo
sobre la muerte ha dejado.
Quiero, con la emoción de los discípulos
y de la mano de Santa María Virgen
comprender y creer que, era cierto,
¡Has resucitado! ¡Lo has hecho por nosotros!
¡ABREME LOS OJOS, SEÑOR PARA VERTE Y NUNCA PERDERTE!
Betania
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