Friday, April 04, 2014

Marzo, el mes de monseñor Romero por Ángel García Forcada


Marzo es, para mí, el mes de monseñor Romero; lo tengo presente durante todo el año, pero quizás marzo, el mes del aniversario de su muerte martirial, es especial. Releo sus homilías y dos nuevos libros: esta navidad me regalaron uno y compré otro. El primero “Monseñor Romero: vida, pasión y muerte en El Salvador”, de Roberto Morozzo, Ed. Sígueme, Salamanca, 2010, me gustó muchísimo. El segundo, “Oscar Romero, pastor de corderos y lobos”, de Alberto Vitali, Ed. San Pablo, Madrid, 2012, me gustó menos.
El primer libro recorre la vida de monseñor en paralelo a la de su país. Está extremadamente bien documentado. Además –y eso constituye para mí su mayor valor- está escrito desde el corazón y para el corazón, y por eso conmueve. Al fin y al cabo recorre un fragmento de la historia que es trascendente para muchos de nosotros: las décadas de los 60, 70 y 80, años en los que crecimos, estudiamos, nos formamos como personas y tomamos opciones vitales que han determinado nuestras vidas. Cada capítulo del libro suscita en mí reflexiones y recuerdos: los años de la transición política en España, la universidad, el grupo cristiano al que pertenecía, luego los años como estudiante jesuita, la visita a Centroamérica que me marcó como persona y como médico … Ofrece una lectura reflexiva llena de resonancias vitales.
Y nos pone en contacto con la vida, la obra y la muerte del profeta que fue Romero. Por eso, por su ser de profeta, su palabra sigue estando hoy viva y actuante. Han pasado más de tres décadas de su muerte y sin embargo su vida sigue siendo plenamente vigente y aplicable a nuestros conflictos de hoy, tal vez porque contiene, en el fondo, lo que él llamó “la eterna verdad del Evangelio”. Espero ofrecerles algunas de las reflexiones que ha me ha provocado el libro a lo largo de estas semanas, pero ahí van un par para comenzar y que tengo como relevantes para nuestros días. La primera, el diálogo como clave en la figura de monseñor Romero: habló con todos los actores del drama que se desarrollaba en El Salvador en sus días. A nadie cerró su puerta, de modo que se entrevistaba con los líderes de la guerrilla y con los militares, habló incluso con asesinos y torturadores si su misión lo requirió (así para mediar en secuestros y ocupaciones). Dialogaba incansablemente con unos y con otros, a nadie cerró su puerta ni excluyó de su mediación. A nadie negó su consejo, nunca bloqueó el diálogo con nadie. Intentó hasta la extenuación (de hecho hasta su muerte) evitar la guerra. Y no hablaba a través de los titulares de los periódicos y las televisiones, sino cara a cara, sin barreras de por medio. El objetivo era “el bien común del pueblo”, no la ganancia política o de partido, o el prestigio personal. ¿No debería esto hacernos reflexionar en la España y el mundo de hoy, donde sólo parece contar la descalificación a ultranza del adversario?
La segunda es la actitud de Romero frente a la violencia. Monseñor actuó y habló contra la violencia, independientemente de su color y proveniencia. Él, una persona humilde y de corazón no violento (aun cuando por su carácter tuviese arrebatos de impulsividad), se mantuvo como alguien neutral en un país tan polarizado en que esto resultaba casi imposible. Fue el hombre del perdón y la reconciliación. Y aun cuando quería la justicia, quería al mismo tiempo la paz. Es muy posible que para Romero la violencia no fuese un mal menor que la injusticia. Ciertamente negó que la violencia fuese un camino legítimo para conseguir la justicia y la paz, al menos no era el camino cristiano y mucho menos su camino. Romero no podía aceptar que el futuro de su pueblo fuese el resultado de la imposición de los violentos, por ambos extremos. Distinguió entre la “violencia institucional” o “violencia represiva” –que condenó día a día y que al final fue lo que le costó la vida- y la llamada “violencia insurreccional” o revolucionaria, y aunque comprendía que hundía sus raíces en la injusticia social, realizaba sobre ella un análisis crítico, lo cual está lejos de realizar un juicio positivo. De hecho la rechazó de forma tajante en entrevistas y homilías. La violencia, tenga las motivaciones que tenga, no es eficaz ni es digna.
Creo pertinente traer a colación el tema de la violencia en la vida y la palabra de monseñor Romero, porque no me cabe duda de que en nuestro país la tentación de la violencia como medio de conseguir reivindicaciones políticas ha existido y existe,. Esta no fue la vía de Jesús, no fue la de monseñor Romero y no debe ser la de los cristianos. Y no sólo es violencia matar: hay otras formas de violencia que no por ser menos graves dejan de ser violencia.
 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.
Ángel García Forcade
Confesiones de un médico
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