V Domingo de Pascua, “C” (Act 14, 21b-27; Sal 144; Apc 21, 1-5; Jn 13, 31-33. 34-35)
La experiencia pascual no se puede contener. Jesús, al final de sus apariciones, dio un mandato a los suyos: “Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»” (Mc 16, 14-15).
En el quinto domingo de Pascua, tanto la lectura de los Hechos de los Apóstoles, como la del Evangelio, se hacen eco del envío misionero del Señor.
En el primer caso se nos presenta a Pablo y a Bernabé predicando por Listra, Iconio, Antioquía de Pisidia, Panfilia, Perge, y Atalia, para volver a Antioquía de Siria. Este gran periplo misionero fue una experiencia gozosa del acompañamiento providente de Dios, al ver cómo los gentiles se adherían a la fe (Act 14, 21b-27).
En el primer caso se nos presenta a Pablo y a Bernabé predicando por Listra, Iconio, Antioquía de Pisidia, Panfilia, Perge, y Atalia, para volver a Antioquía de Siria. Este gran periplo misionero fue una experiencia gozosa del acompañamiento providente de Dios, al ver cómo los gentiles se adherían a la fe (Act 14, 21b-27).
En el segundo caso, el Evangelio hace referencia al testimonio de amor mutuo que debemos dar los cristianos. Para siempre el código de los seguidores de Cristo resucitado será la caridad, el amor de unos a otros, el perdón, la misericordia entrañable. “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35).
Sorprende la elección que hace la Liturgia para este domingo del texto del Apocalipsis, en el que se describe “la nueva Jerusalén, arreglada como una novia”. ¿Cómo comprender esta imagen en los momentos actuales, cuando cada día se intenta presentar a la Iglesia como pecadora? ¿Cómo no sucumbir al pesimismo que pueden producir los datos más dolorosos de la historia de la comunidad eclesial?
La sociedad civil tiene sus leyes, sus códigos, sus jueces, sus penas, y cuando los hechos de los cristianos sean punibles, se deberán ejecutar y cumplir. Pero tendríamos que estar muy atentos, porque puede que la campaña de descrédito, con hechos más o menos objetivos, hiera lo más sagrado de la identidad cristiana, el amor mutuo, y nos convirtamos también en jueces.
El salmista nos ofrece una imagen providente de Dios: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad”. Sin justificar lo que no es justificable, sin volver la cabeza, para no ver la maldad, desde la fe en Cristo resucitado, después de todas las diligencias legales que sean necesarias contra el mal cometido, no se podrá olvidar que “el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal 144). La mayor desnaturalización de la Iglesia sería que los cristianos perdiéramos la capacidad de amar y de perdonar.
Ecclesia
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