No supe que día que era hasta después de un rato de levantarme: Miércoles de Ceniza. El evangelio empezó a situarme con las tres columnas del tiempo de Cuaresma: oración, ayuno y limosna. Inmediatamente se me llenó la cabeza de propósitos: buenos unos, irreales otros; frustrantes los más al recordar que ya formaban parte de la lista del pasado año.
Este día es peculiar e inolvidable para creyente y no creyentes; está insertado en nuestros registros interiores desde la tierna infancia. ¿Quién no recuerda a su madre o abuela, tomándole de la mano, de camino a la parroquia a que “el cura nos echara la ceniza” o bien como acto “académico-religioso” con todos los compañeros de colegio a la capilla del centro o a la iglesia más cercana? Y de vuelta a casa: potaje de garbanzos, espinacas y bacalao… para horror de muchos.
Dejando la frustración a un lado, pues es camino que no conduce a ningún sitio, me propongo un tiempo de Cuaresma íntimo como ya dice el evangelio de hoy, con signos que estén acordes con mi realidad y, desde luego, con un realismo que no me pierda en sueños, ilusiones y fantasías que, inevitablemente, llevan a nuevas frustraciones.
Voy a caminar en estos cuarenta días intentando ver qué significa la Cuaresma para este tiempo de crisis económica y de valores en el mundo que nos toca vivir.
Creo que Cuaresma y crisis tiene que ver con conversión.
Mari Paz López Santos
¿Hay alguien ahí?
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