Hoy, 03 de marzo, la Iglesia conmemora el nacimiento para el cielo de SANTA CATALINA MARÍA DREXEL quien descansara en el Señor en un día como hoy de 1955 en la localidad de Conwells Heigths en Filadelfia, Estados Unidos de América. Nacida en 1858 en Filadelfia, fue fundadora de la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento, para los indígenas y gente de color. En el año 2000 el Papa Juan Pablo II la inscribió en el Catálogo de los santos. Unidos, pues, a la congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento, y a la Iglesia de los Estados Unidos, brindemos nuestro reconocido aplauso a Santa Catalina Drexel.
Meditación
SANTA CATALINA: Permítenos conocer algo del testimonio de tu vida. Mi padre fue un famoso banquero y filántropo. Tanto él como mi mamá inculcaron en mí la idea de que la riqueza se nos daba en empréstito, y por tanto, debíamos compartirla con los demás. En un viaje que hice con ellos al oeste de los Estados Unidos, pude comprobar la situación de abandono y degradación en que vivían los nativos americanos. Esta experiencia, fue el inicio de mi compromiso personal y financiero con esta gente, que durará toda mi vida. Pero fue en una audiencia con el Papa León XIII cuando sentí con más claridad la llamada de Dios para entregarme a esta tarea. Yo fui a pedirle que enviara misioneros a estas regiones indígenas, con nuestra financiación, y él, con gran sorpresa mía, me dijo que yo misma debería llegar a ser misionera. Estas palabras tuvieron en mí un eco especial y me impulsaron a entregarme completamente al servicio de los indígenas y Afroamericanos. Ellos estaban muy lejos de ser libres y se les negaban muchos derechos constitucionales, en especial el de la instrucción. Las plantaciones eran instituciones sin ningún sentido social. Comprendí que era urgente cambiar en los Estados Unidos esta mentalidad y actitudes racistas, y ofrecer a esta gente una educación de calidad que les abriera la posibilidad a una vida en libertad. Así logramos crear 60 escuelas en el Oeste de los Estados Unidos, que yo financié directamente, y una universidad en Luisiana, que fue el ápice de nuestros esfuerzos. A esta intensa actividad, pude conjugar la oración y una dependencia total a la divina providencia. Estaba convencida que ella actuaría si nosotros hacíamos la pequeña parte que nos correspondía. En la Eucaristía encontré la fuente de amor por esta pobre gente y el ansia de combatir el racismo. Mi gran alegría fue ver en el tramonto de mi días que la Iglesia de los Estados Unidos había ido gradualmente siendo consciente de la necesidad de un apostolado directo con los Indígenas y Afroamericanos. Para algo sirvió el testimonio profético que, gracias al Señor, dimos con nuestra vida.
Radio de El Vaticano
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