Tras decenios de hostilidad, el diálogo institucional entre el gobierno y los obispos de la isla parece normalizarse
ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZCIUDAD DEL VATICANO
En Cuba se vive una “nueva relación” entre la Iglesia y el Estado. Así lo piensa el arzobispo de San Cristóbal de La Habana, Jaime Lucas Ortega y Alamino. Tras decenios de hostilidad, el diálogo institucional entre el gobierno y los obispos de la isla parece normalizarse. Pero el cardenal tiene detractores, duros críticos dentro y fuera del país. Ellos exigen reformas verdaderas, las siguen esperando.
El 18 de octubre pasado Ortega cumplió 75 años y presentó su renuncia obligatoria, como lo establece la ley fundamental de la Iglesia católica: el Código de Derecho Canónico. Apenas 10 días después el mismo purpurado reveló la decisión del Papa Benedicto XVI de mantenerle indefinidamente en el cargo.
“La Iglesia católica en Cuba vive una nueva relación, no sólo con el Estado sino con el pueblo cubano. Esto es posible gracias a un nuevo clima que también nosotros hemos podido respirar en nuestra pastoral”, dijo el arzobispo, según reportó la agencia vaticana Fides.
Sus palabras no fueron casuales. En los últimos meses el pastor de La Habana ha protagonizado un diálogo histórico con el gobierno de Raúl Castro. Como resultado de esas conversaciones fueron liberados unos 130 “presos de conciencia”, entre ellos 52 activistas y periodistas independientes de la llamada Causa de los 75.
Las liberaciones han sido reconocidas como un éxito no sólo por El Vaticano sino también por Estados Unidos. En agosto de 2010 el cardenal se reunió con el asesor de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama, Jim Jones, y posteriormente con el responsable de la diplomacia estadounidense para América Latina, en ese entonces Arturo Valenzuela.
Pero no todos han sido elogios para Ortega y Alamino. Entre sus críticos se cuentan las Damas de Blanco, un grupo que reúne a las esposas, madres, hijos e hijas de los disidentes encarcelados. Ellas le reconocen su buena fe pero le reprochan haber negociado con el gobierno comunista el exilio en España de los liberados.
Efectivamente, la mayor parte de los cubanos que recuperaron su libertad lo hicieron con la condición de mudarse a Europa. En Miami no le perdonan al cardenal haber acordado el destierro de los disidentes excarcelados.
En esa ciudad estadounidense se ubica la más grande comunidad cubana fuera de la isla. Para la mayoría de sus líderes el purpurado es un “colaboracionista” y por ello ha sobrevivido por más de 30 años al frente de la arquidiócesis de La Habana.
Pese a los detractores el cardenal sigue apostando a un cambio pacífico y diplomático. Sabe que, tras la salida de escena de Fidel Castro, el régimen comunista necesita aire. Por ello decidió emprender sus conversaciones con la Iglesia católica. El purpurado quiere aprovechar la oportunidad para relanzar las negociaciones en 2012, cuando se cumpla el aniversario número 400 del descubrimiento de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. Una interlocución que supere el tema de los presos políticos.
En Roma un alto funcionario apoya la fórmula del diálogo para concretar una transición sin derramamiento de sangre. Se trata de Giovanni Angelo Becciu, el “número tres” de la Santa Sede. El clérigo italiano conoce bien la realidad cubana porque ocupó el puesto de nuncio apostólico en La Habana entre julio de 2009 y mayo de 2011, antes de ser designado como sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado del Vaticano.
Más allá de los innegables avances registrados en los últimos años, Cuba está lejos de vivir en plena libertad. Así lo confesó al Vatican Insider en Roma un católico cubano. Para él la Iglesia en su país eligió seguir las huellas de los primeros cristianos: vivir en comunidad y dedicarse a los desfavorecidos, en el más rotundo silencio.
Una estrategia de supervivencia obligada por las circunstancias. Porque los católicos pueden subsistir siempre que no se conviertan en un fastidio para el gobierno. Según el testigo, que pidió mantener el anonimato, “los miembros del partido comunista tienen ascendencia católica y prefieren tener a la Iglesia como interlocutora antes que a las sectas protestantes, que ven como una amenaza de Estados Unidos”.
En este contexto el gobierno ha otorgado diversas concesiones. Dio el permiso para celebrar, en noviembre de 2008, la primera beatificación en la historia de la isla (en Camagüey se elevó a los altares al religioso José Olallo Valdés) y además autorizó la construcción del Seminario de La Habana, inaugurado en 2010.
Todos estos logros han sido producto de un “régimen de excepción”, no por un cambio real en las leyes. Algo que reclaman con ahínco los disidentes. Entre otras cosas la Iglesia no tiene reconocimiento jurídico (y no lo quiere). Conseguirlo significaría someterse, aún más, al poder político.
Una situación lejana a lo ideal que no desanima otro grupo de fieles laicos, del cual forma parte Lázaro Álvarez, colaborador de la revista diocesana Palabra Nueva. Él prefiere destacar los cambios positivos en un país que apenas 20 años atrás se declaraba abiertamente ateo y hoy permite las procesiones religiosas por las calles o la asistencia espiritual en las cárceles.
“¿Puede la Iglesia realizar su labor? La principal, que es evangelizar, sin duda que puede”. Eso afirmó Álvarez, quien sostuvo sus palabras con argumentos. Explicó que actualmente es posible ver en la televisión cubana la misa de Navidad del Papa y la gente en general puede asistir a las catequesis los fines de semana. Situaciones impensables hace 30 años.
Reconoció que todavía existen asignaturas pendientes como una mayor presencia católica en la prensa y en la educación. Consideró como el principal reto la verdadera formación de los fieles, la mayoría de los cuales son adultos bautizados pero con escasa conciencia cristiana. Son analfabetas del alma, hijos de un sistema que pretendió desaparecer a Dios del horizonte humana.
En cuanto al rol social de la Iglesia, no dudó en señalar que existen quienes, dentro y fuera de la isla, pretenden usar al arzobispo de La Habana para sus intereses.
“Si la Iglesia deja saber su posición sobre un tema, normalmente no sale todas las semanas con una nota para remarcarlo. Tal vez algunos esperan que asuma el papel de un partido político de oposición, algo que la jerarquía eclesial ha declinado siempre. Pero es eso, más o menos, lo que espera la disidencia del cardenal Ortega: que se enfrente con las autoridades”, consideró.
“El arzobispo de La Habana ha optado, junto con la Iglesia, por la prudencia del diálogo. Su apuesta es por la reconciliación entre todos los cubanos, los de aquí y los que viven en el exterior, él estima que un objetivo así no se logra echando más leña al fuego, como algunos desearían”, apuntó.
Vatican Insider
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