Saturday, November 26, 2011

Adviento, tiempo de esperanza


El nuevo año litúrgico se inicia con el tiempo de Adviento, cuatro semanas antes de la Navidad. El calor de la fiesta familiar y entrañable de la Navidad mantiene un clima de renovada esperanza en nuestro mundo. Porque Adviento significa precisamente eso: esperanza

En la sociedad actual la esperanza resulta difícil y fatigosa. Más bien se respira resignación, desengaño e incluso se llega a la frustración y a la desesperación. De modo especial en medio de la crisis económica que vivimos, más grave y persistente de lo que parecía en sus inicios.

Son cada día más fuertes las voces que nos ayudan a ver que la crisis no es tan sólo financiera o económica, sino también una crisis de valores, una crisis moral. El cristiano ha de saber que sus valores no son los del mundo y que ha sido llamado a vivir su fe entre contrariedades y luchas.

Adviento es tiempo de esperanza hoy y en medio de nuestro mundo. El Señor viene continuamente. En la celebración litúrgica del Adviento coexisten tres dimensiones históricas: el memorial del pasado en Belén cuando el Hijo de Dios plantó su tienda en medio de nosotros, el misterio de la Navidad que se actualiza en el presente y la anticipación del futuro. Fundamentados en la fe en un Salvador que ya vino, vivimos ahora en el amor a aquel que por nosotros se hizo hombre y está siempre con nosotros, y vivimos la esperanza de que Cristo volverá a dar plenitud a su redención. Por ello, las oraciones de la Iglesia, sobre todo en este tiempo de Adviento, rebosan esperanza. Y en todas las celebraciones de la Eucaristía, cuando Jesús vuelve a nacer en el altar, le decimos: “Ven, Señor Jesús”

Inauguramos este año el ciclo litúrgico con el grito de Isaías que nos invita a reconocer y a vivir la primacía de Dios en medio de tiempos de crisis, también de crisis religiosa: “Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor. También hoy es realidad aquello que constataba el profeta: “Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa.”

No obstante, Isaías, tan realista, no es un profeta de calamidades, ya que confía plenamente en Dios, y por eso confiesa esperanzado: “Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano.”

Quisiera recomendar, como lectura espiritual para este tiempo de Adviento, la segunda encíclica de nuestro Santo Padre, dedicada precisamente a la esperanza cristiana. Su título, citando a san Pablo, es Salvados en esperanza. En este documento, Benedicto XVI nos recuerda que “quien no conoce a Dios, aunque tenga muchas esperanzas, está en el fondo sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos continúa amando hasta el extremo, hasta el cumplimiento total”.

La palabra del Papa, de este modo, se hace eco del mensaje de Isaías: “Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre.” Aquí se basa la esperanza invencible del creyente y en especial del creyente cristiano en el primado de Dios.

† Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona

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