Una entrevista con mons. Giorgio Lingua, nuncio apostólico de Irak y Jordania, que narra las dificultades de los cristianos y se anuncia la enésima Navidad blindada
MARTA PETROSILLO*ROMA
El 4 de septiembre de 2010, cuando Benedicto XVI le nombró Nuncio Apostólico en Irak y Jornadania, aceptó el cargo con «temor y temblor». Monseñor Giorgio Lingua no estaba preocupado por la difícil misión en una «tierra turbada, en la que los cristianos están discriminados cuando no son perseguidos», sino que se sentía «inadecuado y pequeño para representar al Papa en la patria de Abraham y de Juan Bautista».
El mandato del representante pontificio, que nació en Fossano en la provincia italiana de Cuneo, inició con su participación en el Sínodo de los Obispos para Medio Oriente. Pocos días más tarde, el nuncio tuvo que dar su apoyo a sus fieles, heridos por el golpe más grave en contra de la comunidad cristiana iraquí: la masacre de la catedral siro-católica de «Nuestra Señora de la Salvación».
Ayuda a la Iglesia que Sufre, dedica la colecta de fondos que anualmente celebra con motivo de la Navidad a la Iglesia en Irak. Para narrar «la Navidad bajo asedio» de los cristianos iraquíes, la Obra de Derecho Pontificio ha recogido numerosos testimonios de obispos, párrocos, estudiosos y simples fieles (que pueden ser consultados en la página www.acs-italia.org). También monseñor Lingua ha descrito para Ayuda a la Iglesia que Sufre- Italia a los cristianos iraquíes como «testigos del Evangelio» que se «abren camino entre los puestos de control» para ir a Misa.
Excelencia, durante su primer año de nunciatura en Irak y Jordania, usted vivió mucho tiempo en Bagdad experimentando las enormes dificultades y la falta de seguridad. ¿Qué impresión ha recibido?
La capital es una ciudad que sufre, llena de cemento y alambre de púas, en la que uno se siente impotente. El suministro de corriente eléctrica se interrumpe continuamente: como mucho tenemos dos horas de energía y no todos pueden permitirse el lujo de comprar un generador eléctrico ni comprar el gasóleo necesario para su funcionamiento.
¿Cómo es la vida de los cristianos en la ciudad?
Para un cristiano vivir en Bagdad significa ser testigo coherente del Evangelio. Las dificultades a las que hacen frente nuestros hermanos en la fe cada día, son de todos los tipos y requieren una fuerte fe y una gran coherencia en la vida. Podemos decir que los fieles miran la realidad del mismo modo que lo hacía María que, impotente a los pies de la cruz, mientras observaba a su Hijo morir seguía teniendo esperanza en la Resurrección. Los cristianos en Iraq están sufriendo su impotencia, pero su esperanza no se apaga.
¿Ha recibido otras enseñanzas de sus fieles?
En Irak he conocido un robusto apego a las raíces de nuestra religiosidad. Me ha sorprendido el gran amor de los cristianos iraquíes hacia el Santo Padre que con el tiempo he entendido que representa la base misma de su fe. También esto es un signo de esperanza: un árbol puede ser abatido por una tempestad, pero si las raíces siguen siendo sanas, germinará de nuevo y se fortalecerá.
En Irak la Navidad ha sido reconocida oficialmente en 2008. Sin embargo, todavía hoy, el miedo a las represalias hace que los fieles renuncien a las tradiciones navideñas o que las respeten dentro de sus casas y de las iglesias. Y para una mayor seguridad en muchas ciudades la Santa Misa se celebra exclusivamente de día. ¿También la próxima será una Navidad blindada?
Es verdad, a los cristianos iraquíes no les conviene llamar demasiado la atención. Y por prudencia, es mejor no exhibir las tradiciones típicas de nuestra religión: el árbol, el belén y la hoguera el día de Navidad. Las señales externas de la fe son apreciables, pero no son esenciales. Lo importante es la participación de nuestra comunidad en las celebraciones litúrgicas y con inmensa alegría puedo decir que el pasado año –a penas dos meses después del terrible atentado en la catedral siro-católica- las iglesias estaban llenas. Incluso en Bagdad.
Su primera Navidad en Iraq coincidió con una de las más triste para la comunidad cristiana. ¿Cómo la pasó?
Celebré hasta tres misas, una la víspera y dos el día de Navidad. La principal tuvo lugar en la catedral latina, dónde por tradición el Nuncio celebra el 25 de diciembre. Me quedé asombrado inmediatamente por las impresionantes medidas de seguridad. Con todas esas personas y esas armas, tenía la impresión de estar en guerra... Me preguntaba continuamente como era posible celebrar el nacimiento de Jesús -precisamente el día en el que se le recuerda como el Príncipe de la Paz- ante semejante despliegue de fuerzas armadas. Sentí una profunda admiración por la valentía de los fieles que se estaban abriendo camino entre los puestos de vigilancia para llegar a las iglesias. Ante una escena tan sobrecogedora y discordante me hice muchas preguntas. Sin embargo, en ese momento, era evidente de que modo la verdadera paz, la interior, no depende de las circunstancias externas, sino de nuestra relación personal con ese Niño, del lugar que le preparamos en nuestro corazón. Y recordé algunos versículos del Evangelio: «Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron, les dio el poder de convertirse en hijos de Dios».
Para el próximo mes de diciembre ha sido anunciado el retiro de las tropas estadounidenses de Irak. ¿Qué consecuencias considera que tendrá el regreso a casa de los soldados estadounidenses?
No creo que la vida cotidiana de los iraquíes vaya a cambiar mucho. No es mi cometido juzgar la influencia que tendrá la vuelta a casa de los militares estadounidenses sobre los equilibrios interregionales. Considero que el actual Gobierno es absolutamente capaz de evaluar de manera responsable los riesgos a los que se expone. Pero, independientemente de la presencia estadounidense, el primer paso que hay que dar urgentemente es la construcción de un verdadero camino de reconciliación interiraquí que respete a todos los componentes de la sociedad y que tutele, de modo particular, a los más vulnerables.
Durante los últimos años, un número altísimo de cristianos ha abandonado y sigue abandonando Irak. ¿De qué manera se puede ayudar a los fieles a permanecer en su país?
Lo primero, hay que evitar que se hagan ilusiones. Muchos se fueron sin saber lo que se encontrarían y han hallado dificultades enormes: falta de trabajo, problemas para aprender otro idioma, estrecheces económicas. Además es necesario infundir esperanza y optimismo en la comunidad cristiana, por ejemplo reconociendo a los fieles la heroicidad de su testimonio. Hacer más grandes de lo que son los aspectos problemáticos y la inseguridad es inútil además de dañino. Y para terminar, es oportuno invertir en proyectos sociales, educativos y sanitarios, para ofrecer la oportunidad de una vida digna a quién no ha dejado Irak. En el país, han permanecido únicamente los más pobres, aquéllos que no tenían recursos suficientes para correr el riesgo de una aventura en el extranjero y necesitan muchísima ayuda.
*Sala de prensa de Ayuda a la Iglesia que Sufre.
Vatican Insider
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