Wednesday, November 16, 2011

Las «amplias convergencias» de la Iglesia argentina

La elección de la nueva cúpula de la Conferencia Episcopal confirma también el consenso generalizado alrededor de la figura del cardenal Bergoglio

GIANNI VALENTE
ROMA

¿Un balance? «Que lo hagan los demás, no yo». El cardenal Jorge Mario Bergoglio se mantuvo, con su habitual bajo perfil, al margen de la presión de quien, en los días pasados, le pedía que hiciera las cuentas de los dos mandatos trienales que desempeñó como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Y, de hecho, más que inspirar balances sobre el pasado, el cambio en la cúpula del episcopado argentino ayuda a captar lo que se mueve alrededor de los pasos futuros de la Iglesia argentina y del arzobispo de Buenos Aires, su primado.

Los ciento doce obispos argentinos, reunidos en asamblea plenaria y electiva (de lunes a sábado en una casa de retiro de Pilar), eligieron como nuevo presidente al arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo. La elección fue por mayoría absoluta al tercer escrutinio, después de que las dos primeras votaciones —para las cuales era necesaria la mayoría cualificada de dos tercios— tuvieran a la cabeza a Arancedo y al obispo de Neuquén, Virginio Bressanelli (luego elegido por sus colegas como nuevo vicepresidente). Una competencia que no es indicio ni de rupturas ni de polarizaciones en el episcopado argentino, sino más bien confirmación de la amplia convergencia de los obispos argentinos en el área y en la sensibilidad eclesial que reconocen en ambos contendientes.

Arancedo, de 71 años, nacido en Buenos Aires, primo del expresidente Raúl Alfonsín (cuyo funeral celebró en el 2009), está vinculado a la línea eclesial «montiniana» y conciliar que respondía al cardenal Eduardo Francisco Pironio (fallecido en 1998 y para quien se encuentra en curso la causa de canonización). «Nosotros» explicó el nuevo presidente de los obispos argentinos en una reciente entrevista «estamos muy marcados por la figura de Pablo VI y por sus encíclicas —con sus imágenes del diálogo y de la evangelización— Ecclesiam Suam y Evangelii Nuntiandi como claves para interpretar el Concilio.» En la misma entrevista, Arancedo afirmó con convicción que la tradicional opción para los pobres que ha marcado la pastoral de las Iglesias latinoamericanas «no es una estrategia: es fidelidad al Evangelio. Este Papa, cuando estábamos en Aparecida, nos dijo: “la opción para los pobres es un tema cristológico”. No se puede prescindir de este tema. Es Cristo quien ha creado la opción para los pobres. Él ha ocultado su dignidad en el rostro del pobre. Una Iglesia que no se acerque a los pobres no es fiel a Jesucristo».

Bergoglio, por estatuto, no podía ser confirmado para un tercer mandato a la guía del episcopado argentino. Pero el pasaje del testimonio lleva el sello de la continuidad. En los últimos años, Arancedo ha colaborado en plena sintonía con Bergoglio en el seno de la Conferencia Episcopal, en calidad de segundo vicepresidente. También los demás elegidos para cargos ejecutivos están notoriamente en plena consonancia humana y eclesial con el cardenal jesuita. El ya citado primer vicepresidente Bressanelli es un dehoniano que durante veinte años vivió en Roma como superior general de su congregación religiosa, y regresó a la Argentina al finalizar su largo mandato «romano». Su designación como obispo diocesano de Neuquén —diócesis de la que ya era obispo coadjutor— llegó precisamente el 8 de noviembre, lo que le permitió asumir un cargo reservado a los obispos a cargo de Iglesias particulares. Como segundo vicepresidente fue elegido Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta, mientras que para el rol de secretario general fue elegido Enrique Eguía Segui, que desde el 2008 colabora con Bergoglio como obispo auxiliar en la archidiócesis porteña.

El “identikit” de los designados para los cargos electivos confirma a su modo el consenso que la Iglesia argentina continúa reservando a su primado. En los años vividos como presidente del episcopado, Bergoglio ha asegurado una sustancial unidad de intención compartida por la gran mayoría de los obispos. Sin imponer conformismos ni modelos únicos, su dedicación a la pastoral ordinaria, con el sello del «fervor apostólico» y de la «docilidad», ha mantenido a la Iglesia alejada de la tentación de autoconcebirse como corporación político-social, proporcionando un punto de referencia unitario para sensibilidades eclesiales de diferentes intensidades. Incluso las relaciones no idílicas con el kirchnerismo acabaron por encauzar las relaciones de la Iglesia con la política en una matriz institucional, limpiando el terreno de las promiscuidades que amenazaban con introducir la corrupción entre sectores gubernamentales y miembros del alto clero que habían marcado la estación de la presidencia Menem.


Para Bergoglio, en la condición actual, la misión continental que se les confirió a los episcopados en 2007 durante la asamblea en Aparecida comporta el pasaje de una idea de Iglesia «reguladora» de la fe a una Iglesia facilitadora de la fe. En una rara entrevista concedida el miércoles a los operadores del equipo de prensa y comunicación de la Conferencia Episcopal nacional, el arzobispo de Buenos Aires volvió a proponer algunos rasgos distintivos de su diligencia pastoral, focalizando la atención también sobre la tentación difundida del neoclericalismo: «Nosotros los sacerdotes tendemos a clericalizar a los laicos. Y algunos laicos nos piden de rodillas ser clericalizados... Es una complicidad pecadora (...). El laico debe vivir como laico con la fuerza del bautismo, que lo habilita para ser fermento del amor de Dios en la sociedad (...). Para sembrar esperanza y proclamar la fe, no desde un púlpito, sino en la vida cotidiana».

Liberado de los compromisos de la Conferencia Episcopal, Bergoglio podrá dedicarse por completo al servicio de su Iglesia diocesana. Esa que él llama «mi Esposa». En los últimos lustros, su autoridad tanto en Argentina como en el Colegio Cardenalicio creció precisamente en virtud de la abnegación con la que ha guiado y servido a la diócesis de la que es obispo. Su rehuir a los protagonismos y al afán de hacer carrera típico de la frivolidad clerical, su predisposición para aprender la fe de los pobres y de los pequeños responden, de hecho, a la imagen de pastor «casado» con su diócesis, que periódicamente Benedicto XVI vuelve a proponer a todo el episcopado. Con el pasar del tiempo, precisamente en este sentido se han cargado de resonancias singulares la armonía y la afinidad no ostentada entre el papa Ratzinger y el cardenal más votado después de él en el cónclave del 2005.

El próximo 17 de diciembre, Bergoglio cumplirá 75 años y habrá llegado entonces al umbral de la edad de jubilación para los obispos católicos. El cardenal mandará a Roma su carta de renuncia al cargo sin buscar sugerir ni pedir prórrogas para su mandato. Sin embargo, y a pesar del pataleo ansioso de algún frustrado buscador de carrera en clergyman, en Argentina es amplia y pacíficamente compartido el deseo de que el cardenal continúe guiando su archidiócesis durante bastante tiempo.


Vatican Insider

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