Monday, November 07, 2011

Haití, razones para una esperanza

Los apoyos externos animan a las comunidades locales a salir adelante por sí mismas


MIGUEL ÁNGEL MALAVIA, enviado especial a HAITÍ | Haití, el país más pobre de América, arrastra una serie de problemas que impiden su desarrollo. Y que eran muy anteriores al terremoto que hace casi dos años echó abajo lo poco que había en pie. Pero hay motivos para la esperanza protagonizados por iniciativas propias que, con apoyo externo, promueven cambios extraordinarios en los que se implican las comunidades locales. Uno de esos apoyos es Manos Unidas, con numerosos proyectos en el país. Vida Nueva ha acompañado a la ONG católica en su último viaje a Haití.

Pese a que se cumplen casi dos años desde aquel 12 de enero de 2010 en que Haití se derrumbó sobre sus cimientos de barro, parece como si el terremoto, sobre todo en Puerto Príncipe, la capital, se hubiera producido el día anterior. El único cambio es que, al fin, casi no hay escombros. Pero aún permanecen intactas las casas sin techo, resquebrajadas o hundidas sobre sí mismas –y, bajo ellas, quienes las habitaban en ese momento–. El palacio presidencial o la catedral mantienen tal cual el quebrado caparazón esquelético con que se desnudaron ese día.

Esa zona, Campo de Marte, en pleno centro, fue la más dañada de la capital. Su paso por ella, de noche y lloviendo, retrotrae a lo que pudieron ser aquellas horas que dejaron más de 220.000 muertos. Basura, muchísima basura acumulada en las calles, a las mismas puertas de las casas. Hogares que quedan en pie, pero con escasos recursos. La gran mayoría de sus pobladores se sitúa en las entradas, iluminándose con velas.





Si algo caracteriza Puerto Príncipe y el resto de ciudades haitianas es el bullicio


Cientos de campamentos de refugiados que empiezan a ser desalojados… sin haberse logrado una vivienda para quienes la perdieron. Animales de todo tipo, como gallinas, cabras y cerdos, forman parte del paisaje habitual, aunque lo normal es verlos revolverse entre la dominante basura. Pero, si algo resume el color que caracteriza Puerto Príncipe, y en general las ciudades haitianas, es el bullicio.

La fe ocupa, sin duda, el centro de las esperanzas de la población, que es predominantemente católica, seguida por numerosas comunidades protestantes. Y, en medio de ambas, el vudú, la herencia más vigente de las raíces africanas de este pueblo.

Un hecho este, el del sincretismo entre cristianismo y vudú, que muchos viven con naturalidad. Lo cual produce un fenómeno complejo, como se reflejó con el terremoto. Entonces, el peso del vudú hizo que muchos sintieran que Dios los había castigado, “como ya lo había hecho antes, al ser pobres”.

Testigo de esta compleja situación, configurada por aspectos muy anteriores al terremoto, Vida Nueva ha acompañado recientemente a una delegación de Manos Unidas, encabezada por su presidenta, Myriam García Abrisqueta, y su responsable de Proyectos para Haití y República Dominicana, Jimena Francos, con el fin de visitar el país para conocer de primera mano posibles iniciativas a apoyar, y que se sumarían a las muchas que ya se hacen… desde hace más de 30 años.

¿Cuáles son esas semillas de esperanza? Los proyectos que surgen de los propios haitianos y, aglutinando a una comunidad en torno a ese esfuerzo, con el apoyo material que a veces se necesita desde el exterior, producen grandes avances con muy pocos medios.

Un caso claro es el del padre Fredy Elie, sacerdote paúl. Un mes después del terremoto, este cura haitiano fue destinado a Carrefour, una localidad colindante a Puerto Príncipe y cercana a Leogane, epicentro del seísmo, destruida en un 80%. Lo primero que hizo fue llegar hasta un campamento de refugiados situado en terreno del expresidente Aristide –que ha comenzado a desalojarlo– y crear allí una capilla. “Todos pensaban que estaba loco cuando lo propuse, pero al final se implicaron y salió adelante”, se sonríe.

La misa del domingo es
el gran momento de encuentro,
el eje vertebrador para una población
que vive en tiendas de campaña.

Fue así como nació la Comunidad del Sagrado Corazón de Caradeux, cuyo templo se compone por un suelo de lona, palos de madera y un techo de contrachapado. Allí –Vida Nueva es testigo de ello–, la misa del domingo tiene una dimensión especial. Actuando como eje vertebrador en medio de una población que vive en tiendas de campaña, la misa es el gran momento de encuentro de todos. El clima de alegría y profundidad con que se vive la celebración –en la que dominan los bailes y la música, con tambores, batería, guitarras eléctricas y saxos– se complementa a la perfección con lo que sucede el resto de la semana en la capilla.

Y es que el templo también es la escuela en la que se forman 220 chavales del campamento, en un proyecto que el padre Fredy ha bautizado como Niños de esperanza. La iniciativa cuenta con la implicación de unas 20 madres, que organizan rifas, loterías y todo tipo de iniciativas para recaudar dinero. Además, cada domingo, después de misa, comen unas 80 personas en casa de madame Frank, una vecina que mantuvo su casa tras el terremoto.



El sacerdote paúl Fredy Elie con sus alumnos


Formar comunidades

Una dinámica, la de la generación de una comunidad de personas unidas por los mismos problemas, que se abre al resto del campamento. Así, han creado un comité para impulsar la limpieza y la higiene. Pese a que el sacerdote reconoce que a veces es muy difícil que la gente colabore, lo cierto es que se consiguen resultados concretos.

Como el de Esnel, un niño de nueve años que, hace dos, tras morir su padre y ser abandonado por su madre, quedó como un vagabundo. Fue entonces cuando el padre Fredy conoció a este habitual en las paleas callejeras y que, incluso, había participado en la violación de una chica: “Hablé muy duro con él y entendió que no podía seguir por ese camino. Desde entonces, su cambio fue radical”.

Hoy, en el coro parroquial –en el que la mayoría de los niños son huérfanos o abandonados por sus padres–, Esnel es el más integrado de todos, sin parar de sonreír un solo momento. Al fin, es un niño.

Cuenta de Manos Unidas (indicar ‘Para Haití’): 0049 0001 54 2210040002

Vida Nueva

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