La fiesta del Santo, esposo de María, y la vida de tres grandes Papas
MICHELANGELO NASCAROMA
Cuando todavía era Nuncio apostólico en París, monseñor Angelo Giuseppe Roncalli, en una carta (de abril de 1949) a su sobrina, definió a San José como «el santo diplomático que sabe callar, que sabe hablar con medida y siempre con gran caridad». Una definición, o mejor dicho, el principal aspecto programático que caracterizaría la vida de Roncalli y del futuro Juan XXIII. “El patrocinio del santo”, de hecho (como indica el “Catequismo” de la Iglesia, n. 2156), ofrece un modelo de caridad y asegura su intercesión a todos los bautizados. Y así, no solo en Roncalli sino también en Joseph Ratzinger, encontramos los rasgos que pertenecieron a su ilustre y Santo protector. El obispo Roncalli, en abril de 1947, escribía a su hermano: «San José nunca se ha mostrado sordo a mis oraciones. Mi vida, si se mira bien, es un poco como la suya. Entre estos escribas y fariseos –como les has llamado tú– tengo la tarea de presentar y defender al Señor. ¿No es así?».
Hace algunos años, Benedicto XVI usó, para describir la experiencia de la oración cristiana, la imagen del «silencio interior» citando la figura de San José: «El suyo es un silencio permeado de contemplación del misterio de Dios, en actitud de absoluta disponibilidad para con los designios divinos. EN otras palabras, el silencio de San José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de la fe que él tiene en el corazón, y que guía cada uno de sus pensamientos y de sus acciones [...] No exageraríamos si pensáramos que justamente del “padre” José, Jesús haya aprendido –en el nivel humano– esa interioridad robusta que es el presupuesto de la auténtica justicia, la “justicia superior”, que Él enseñaría un día a sus discípulos (cfr. Mt, 5, 20)».
Las palabras del Pontífice aclaran la principal identidad vocacional del Santro Patriarca. Sería erróneo, pues, considerar al esposo de María como una presencia al margen de la vida y del crecimiento educativo de Cristo. José debe (al lado de la Madre de Dios) defender y hacer que crezca el Hijo de Dios a través de un acto de obediencia extremadamente personal. Y nosotros podemos entender hasta dónde puede llegar Dios al pedir que sus criaturas se dediquen completamente a Su Divinidad justamente en la figura de San José.
El “trabajo” que José debe llevar a cabo es, efectivamente, el de darle espacio a Dios, para que, mediante su personal “fiat” se pueda cumplir el misterio de la salvación con la encarnación de Cristo. Un tipo de fedundidad muy particular, la de San José, que es esencialmente don de sí y disponibilidad para acoger la voluntad de Dios completamente.
Otro gran Pontífice, conocido por su personal devoción mariana, lleva consigo el patrocinio del Santo Patriarca: el Beato Juan Pablo II.
A menudo, el Papa Wojtyla recordaba en sus escritos los beneficios espirituales que el carisma del Carmelo le había ofrecido durante su crecimiento vocacional. También sabemos que el Papa Wojtyla llevaba siempre el Escapulario del Carmine, pero tambiéncon una particularidad, un poco menos conocida, que confirma la atención espiritual que relacionaba a Juan Pablo II con la historia carmelitana. Karol Wojtyla, de hecho, el 16 de octubre de 2003, en un acto oficial, regaló al convento de su pueblo natal, Wadowice, su anillo papal para que pudieran decorar un cuadro de San José de ese mismo convento. Juan Pablo II era muy devoto del S. Patriarca, de quien llevaba el segundo nombre (Karol Józef Wojtyla era el nombre de bautismo del Pontífice), a quien reconocía como segundo Patrón de su Bautismo, por lo que le rezaba devotamente «cada día».
En el texto de la segunda Bula Pontificia de Juan Pablo II se lee que «en mi ciudad natal, San José, el segundo Patrón de mi Bautismo, extiende su protección al Pueblo de Dios desde la Iglesia de los Carmelitas descalzos “sobre la Colina”, en la que se venera en el cuadro del altar principal. Agradecido al defensor de Cristo por su protección [...] ofrezco en el vigésimoquinto año de mi Pontificado el anillo papal para la decoración del cuadro de Aquel que alimentaba al Hijo de Dios, venerado en la Iglesia carmelitana de Wadowice» (“Redemptoris Custos”, 1, 17-18).
Vatican Insider
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