"Benedicto continúa con los viajes de su predecesor"
"El Papa abre sus brazos para todos
los países de América Latina"
El viaje de Benedicto XVI a México y a Cuba puede definirse un regreso por dos motivos. Por la continuidad con los repetidos viajes de su predecesor —“totalmente en continuidad”, dijo conversando con los periodistas mientras el avión sobrevolaba Inglaterra— y por el hecho de haber estado ya en el gran país americano a principios de los años noventa. Allí ha vuelto el Papa, presentándose con sencillez a su llegada como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad, y abriendo los brazos a todos los países de América Latina, cuyo bicentenario de independencia acaban de celebrar. Verdaderamente para “estrechar las manos de todos los mexicanos” e, idealmente, de todos los latinoamericanos, acogido con cordialidad por el presidente Felipe Calderón y la calidez extraordinaria de los habitantes de León —miles por las calles para agasajarle.
Evocando expresamente el célebre íncipit de uno de los grandes documentos del Vaticano II —el concilio que se abrió hace medio siglo y cuyo aniversario caracterizará el próximo octubre el comienzo de un nuevo año de la fe, después del que quiso Pablo VI—, Benedicto XVI ha afirmado que comparte el gozo y la esperanza (“gaudium et spes”), y también los lutos y las dolorosas dificultades, de México. Donde ha regresado para dar ánimo y consuelo en la lucha del bien contra el mal. Y actualmente allí existe un “gran mal”, el narcotráfico, descrito por el Papa mismo en el libro “Luz del mundo” como un monstruo que podría llegar a envolver en su espiral al mundo y destruir a las generaciones más jóvenes.
Frente a este azote y al de una violencia feroz la Iglesia debe advertir la propia responsabilidad en un país en el que católicos son la gran mayoría. Y es que Dios ama al hombre y le llama a luchar contra el mal: para desenmascarar —término que Benedicto XVI repitió dos veces en el encuentro con los periodistas— la idolatría del dinero que hace esclavos y la mentira que aleja de la felicidad sin fin. Esta responsabilidad se concreta en la educación de las conciencias, y precisamente a este compromiso está llamada la Iglesia, interrogándose siempre sobre lo que debe hacer ante las necesidades del mundo. Al no ser un poder político y menos aún un partido, su tarea es justamente la de conducir hacia la fe auténtica, en sociedades donde se corre peligro de una esquizofrenia entre la esfera individual y el ámbito público del que, con frecuencia, se tiende a suprimir la dimensión religiosa.
De igual modo la visita a Cuba se sitúa en perfecta continuidad con la de Juan Pablo II y con sus palabras —calificadas por su sucesor de “actualísimas”— sobre la necesidad de una apertura recíproca entre la gran isla caribeña y el mundo. Entonces el Papa Wojtyła abrió un camino de colaboración, largo y que requiere paciencia: en efecto, la ideología marxista no responde a la realidad; es necesario encontrar nuevas vías para una sociedad fraterna y justa, y es obvio que la Iglesia está siempre de la parte de la libertad. En un escenario continental caracterizado por la urgencia de la nueva evangelización, puesta en marcha con el Concilio, y ante un mundo secularizado que tiene dificultades para reconocer a Dios como realidad. Un Dios que, en cambio, responde a la razón y a la vez a la intuición del corazón. Porque cerca está de cada persona el Dios que es amigo del hombre y quiere su salvación.
Giovanni Maria Vian
L'Osservatore Romano
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