«La visita de Benedicto XVI puede ser el golpe decisivo al régimen». Lo dicen en voz baja los 200 mil fieles que ayer participaron en la misa papal
GIACOMO GALEAZZISANTIAGO DE CUBA
Son muchos los cubanos que ponen sus esperanzas en el viaje de Joseph Ratzinger, así como habían hecho con el de Juan Pablo II en 1998. Ahora, el impacto puede ser mayor, porque la dictadura castrista se encuentra débil. Hace 14 años, Fidel era fuerte; hoy, Raúl no lo es: es una copia descolorida y sin carisma del hermano. El “líder máximo” logró que Juan Pablo II condenara explícitamente el bloqueo de los Estados Unidos, mientras Benedicto XVI ha indicado la necesidad de que llegue un cambio moral y no dejó de subrayar el respeto de los derechos humanos al exhortar a los cubanos a seguir a Cristo sin temores ni complejos. Tampoco funcionó la estrategia de Raúl para atacar a los Estados Unidos instrumentalizando la visita del Papa.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos había advertido al Vaticano: el régimen usará la visita de Benedicto XVI para protestar contra el bloqueo. Este riesgo se materializó inmediatamente cuando el avión papal llegó a Santiago. Raúl Castro acogió a Benedicto XVI con 21 cañonazos y atacó a Washington por «los 53 años de hostilidades hacia la Revolución cubana», denunciando que el bloqueo político y económico de los Estados Unidos sigue oprimiendo a la isla. A pesar de ello, aseguró Raúl Castro, Cuba está cambiando, ensancha sus horizontes y tiene buenas relaciones con la Iglesia. Benedicto XVI no se dejó intimidar por estas palabras y dijo lo que se había propuesto decir en su viaje misionero, para abrir Cuba al mundo y viceversa: se deben respetar «las justas aspiraciones y los legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren». En su mensaje contra cualquier forma de represión de la libertad religiosa y civil se materializan incluso las esperanzas de los exiliados de Florida, que desde hace tiempo alzan sus voces en contra de la «debilidad» de la Santa Sede para con Castro. En su primera misa en la isla, en la que desde hace medio siglo se niega Dios a la Iglesia católica y en donde sufre persecución y ve su libertad religiosa reducida, Benedicto XVI propuso una verdadera teología de la liberación, basada en el testimonio de la fe y en la libertad del hombre que se abre a Dios, como indicó la agencia del Pime.
Ayer en la plaza, poco antes de la celebración del Pontífice, un hombre gritó: «¡Abajo el comunismo!» y fue detenido por la policía. Solo «una sociedad abierta y renovada», que refleje «la bondad de Dios» se puede volver «más digna del hombre», subrayó Benedicto XVI que después regaló una rosa de oro a la Virgen de la Caridad del Cobre. La exhortación del Pontífice teólogo y pastor fue inequívoca: «Cercana ya la Pascua, decidámonos sin miedos ni complejos a seguir a Jesús en su camino hacia la cruz. Aceptemos con paciencia y fe cualquier contrariedad o aflicción, con la convicción de que, en su resurrección, él ha derrotado el poder del mal que todo lo oscurece, y ha hecho amanecer un mundo nuevo, el mundo de Dios, de la luz, de la verdad y la alegría. El Señor no dejará de bendecir con frutos abundantes la generosidad de su entrega». Los 200 mil cubanos que se reunieron en la plaza Antonio Maceo saben que el Papa no está en Cuba para prestarse a la propaganda de un régimen en declive.
El muro del Caribe está por caer y el recuerdo de la Guera Fría parece evocar esos últimos días de la Alemania del este. Es decir, una reedición caribeña de la “ospolitik” que cambió la historia del siglo XX con la caída pacífica del Muro de Berlín. Ayer, el Pontífice volvió a invitar a los cubanos a «que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta».
Vatican Insider
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