Las investigaciones continúan. Que en el Vaticano haya celos, envidias y luchas intestinas no lo dicen solo los periodistas demasiado fantasiosos
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
Lo cierto es que el ayudante de cámara Paolo Gabriele era, hasta ayer, el único imputado por el robo de documentos reservados de la secretaría personal del Papa y que fueron divulgados a comienzos del año en el programa italiano “Gli Intoccabili”, después en el periódico “Il Fatto Quotidiano” y finalmente en el libro “Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI”, escrito por Gianluigi Nuzzi. Pero el que se cerró ayer, con la sentencia de reenvío a juicio para el ex mayordomo papal y un experto informático de la Secretaría de Estado (acusado de encubrimiento y no considerado “cómplice” de Gabriele), es solo el primer capítulo de esta historia laberíntica. La magistratura vaticana mantiene abiertas las hipótesis de delitos más graves, como delitos en contra de los poderes del estado y el vilipendio de las instituciones del mismo. No hay que excluir que después de las vacaciones de verano puedan surgir nuevas responsabilidades.
La indicación de Benedicto XVI fue la de proceder con la mayor transparencia. En la requisitoria y en la sentencia de reenvío a juicio, los nombres de las personas escuchadas e involucradas en diferentes modos y grados fueron escondidos con siglas. Esto significa que no hay acusaciones en su contra o que de cualquier forma no se han encontrado evidencias hasta este momento, como, en cambio, sucedió con el técnico informático Claudio Sciarpelletti, el empleado laico que jugó un papel marginal en la historia. En estas últimas horas, son muchos los que se están preguntando: “¿quiénes serán «W» o «X»?”, por citar a dos personas que aparecen en la sentencia, mismas que habrían enviado algunas cartas a Gabrielle mediante Sciarpelletti. También hay dudas sobre la identidad del actual director espiritual de Gabriele, que recibió la copia de los documentos reservados y aconsejó al mayordomo que no admitiera su responsabilidad, si no se lo pedía el Papa en persona.
Ninguna de las siglas encriptadas parecería esconder los nombres del ex secretario de Ratzinger, el obispo Josef Clemens, ni del cardenal Paolo Sardi o de la profesora Ingrid Stampa, indicados hace algunas semanas en el periódico alemán “Die Welt” como presuntos autores intelectuales. Tampoco se puede deducir nada con respecto a los posibles autores intelectuales o responsables morales.
En los dos documentos publicados ayer el espacio reservado a los motivos aparece reducido a lo esencial, las razones que indujeron a Paolo Gabriele a entregar los documentos a Nuzzi para provocar un «“shock” mediático». El ayudante de cámara, que tenía muchas relaciones en el Vaticano y a quien se dirigían muchas personas con la esperanza de hacer llegar reservadamente algunas señalaciones a altos niveles, dijo que pensaba que el Papa no estaba bien informado de lo que sucedía en el Vaticano: sorprende, al leer el libro “Su Santidad”, el hecho de que muchos documentos están relacionados con cuestiones financieras. Es probable que en los largos interrogatorios y en las testificaciones de otras personas se haya dicho más sobre las razones que indujeron a Gabriele a hacer lo que hizo, para sorpresa de quienes le estimaban y conocían, como indican muchos pasajes de la sentencia y la misma declaración del secretario del Papa Georg Gänswein.
Las investigaciones continúan para alejar cualquier duda, pero podríamos comenzar a resignarnos a la idea de que los “vatileaks” empezaron y terminarán con Pablo Gabriele. Una cosa muy diferente de las eventuales responsabilidades directas es el ambiente en el que podrá desarrollarse la historia: al respecto, más que una investigación judicial, podría ser reveladora la investigación de los cardenales; que en el Vaticano haya tensiones y algunas luchas intestinas no es una invención de los periodistas a la Dan Brown.
Vatican Insider
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