Tuesday, August 07, 2012

Confesiones de un médico: De la medicina a la vida por Ángel García Forcada


La medicina enseña muchas cosas que resultan útiles para otras facetas de la vida. Por ejemplo, que la cirugía es el fracaso de la medicina, aunque a veces resulte inevitable: siempre supone una agresión al organismo, que tarda tiempo en recuperarse. Sin embargo, el tratamiento de la mayoría de los cánceres sólidos (a diferencia de las leucemias y los linfomas, que son digamos “sanguíneos”) pasa por extirpar la parte enferma. Puede resultar muy traumático, pero por ahora no conocemos otro: luego hay que complementarlo con quimioterapia y a veces radioterapia, para evitar que las células cancerosas restantes se diseminen: porque esa es otra realidad, el cáncer no es una enfermedad localizada sino casi siempre generalizada, y como tal hay que tratarla.
Otra realidad que la medicina enseña es lo costoso y lento de las curaciones: las enfermedades muchas veces tardan tiempo en instaurarse, y por lo mismo pueden tardar mucho tiempo en curarse o, en la mayoría de los casos, solamente mejorarse: no puede volverse a la situación de “salud” previa y uno convive con las secuelas y las consecuencias de la enfermedad. Además los progresos son lentos y dificultosos, exigen mucho esfuerzo y tiempo: que se lo pregunten a “mis” lesionados medulares, que pasan en este hospital semanas y meses esforzándose en intentar recuperar las funciones perdidas o adaptarse a una nueva situación, en silla de ruedas o dependiendo de ventilación mecánica. No hay mejorías bruscas ni rápidas, aunque nos gustaría. Pero la medicina –y por ende la vida- no funciona así.
Valgan estas reflexiones para el momento actual de nuestro país, tan desolador en lo económico y en otras facetas: de este embrollo no saldremos sin el esfuerzo y el sacrificio de todos y para todos. Y posiblemente tampoco sin dolorosas cirugías. La concreción de los procedimientos a seguir y quimioterapias a aplicar no me corresponde a mí indicarlas, pero, como toda situación de enfermedad, implicarán sufrimiento y frustración. Porque así es la medicina y así es la vida. De poco servirá preguntarse qué ocurrió, quién fue el culpable de que se perdiese la salud: esos análisis serán importantes más adelante, para intentar que no se repita el cuadro clínico, para evitar recaídas, pero son de poca utilidad ahora: tenemos un problema y hay que resolverlo, las reflexiones no lo resolverán, y tampoco los gritos y las protestas: esto queda para la noche de cada cual, cuando en las salas se apagan las luces y el enfermo queda solo con sus pensamientos: durante el día hay que trabajar lo mejor que se pueda para –en el caso de los lesionados medulares- habitar una situación nueva y adversa de la forma más útil para uno mismo y para su familia. Del paciente depende que la vida que le quede merezca la pena o sea una vida desdichada para sí mismo y para quienes le rodean.
Todas estas disyuntivas tenemos como país. Me pregunto si sabremos resolverlas o si tendrán que venir de fuera a ayudarnos. También me pregunto cuánto sufrimiento habrá que pasar por los errores pasados.
Recen por los pacientes, por quienes los cuidamos y por este país.
Ángel García Forcada
Confesiones de un médico
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