ALEJANDRO SOLALINDE GUERRA
El caso de Alejandro Solalinde abrió un inexorable debate sobre el rol de los sacerdotes católicos
ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZCIUDAD DEL VATICANO
Alejandro Solalinde Guerra es, quizás, el sacerdote católico más famoso de México. En los últimos años acaparó la atención de la prensa gracias a su trabajo a favor de los migrantes que atraviesan su país en busca de una vida mejor en los Estados Unidos. Esta semana su figura quedó envuelta en una encendida polémica por una supuesta remoción de su cargo y abrió un debate sobre el rol de los curas, ¿hombres de Dios o activistas sociales?
En 2007 Solalinde fundó el albergue “Hermanos en el Camino”. Contrariamente a cuanto pudiera pensarse, ese refugio no se encuentra en la frontera norte sino, más bien, al sur del territorio mexicano. En la localidad de Ixtepec, estado de Oaxaca.
Hoy por hoy todo México es ruta de paso para personas de las nacionalidades más diversas (incluso africanos y asiáticos) que buscan llegar a Estados Unidos. A pié, en tren o en viejos camiones recorren miles de kilómetros antes de alcanzar su objetivo. Un camino peligroso, que los convierte en el blanco preferido no sólo de las bandas criminales sino también de los corruptos agentes de la ley, acostumbrados a la extorsión.
Por su servicio, Solalinde fue integrado a la sección de pastoral de la movilidad humana en la Conferencia del Episcopado Mexicano. Se acercaron a él exponentes históricos de la izquierda mexicana, dentro y fuera de la Iglesia. La prensa comenzó a reverenciarlo y, para algunos, fue útil alimentar su carisma público. Así se convirtió en un “paladín” de los derechos humanos.
De manera repentina, el 7 de agosto, anunció que su obispo y pastor de la diócesis de Tehuantepec, Óscar Armando Campos Contreras, le había pedido dejar su labor en el albergue, supuestamente a causa de su “protagonismo”, y continuar su misión en una parroquia, como todos los presbíteros.
“No me parece muy evangélico. Me dijeron que mi tiempo libre lo dedique a los pobres, pero a los pobres no se les deben dar las sobras. Así que no acepto tomar una parroquia. Yo puedo luchar contra cárteles pero no contra la Iglesia”, señaló.
La noticia corrió como reguero de pólvora. Los primeros en salir en defensa del clérigo fueron activistas, políticos y periodistas. Casualmente los mismos que constantemente critican y denuestan a la Iglesia, con el Papa a la cabeza. Y la polémica llegó hasta la nunciatura apostólica en México a cuyo titular, Christophe Pierre, el equipo del albergue envió una carta en la cual se expresó “consternación”.
Tanta fue la presión pública que el obispo Campos se vio obligado a aclarar que nunca pidió al defensor de los migrantes dejar su puesto y negó haber devaluado su trabajo. Sólo así se aplacó la tormenta mediática.
Así las cosas, el caso abrió un inexorable debate sobre el rol de los sacerdotes católicos. Toda la defensa de Solalinde se basó en una denuncia: “lo pretenden confinar en una parroquia”. En un principio él mismo aceptó dejar el albergue, pero aclaró que no se retiraría de la atención a los migrantes. Y dijo estar dispuesto a perder su estado clerical por eso.
Pero sus detractores consideran incongruente su actitud, una ofensa al resto de los presbíteros. Ninguno se siente “confinado” en una parroquia. No sin razón, sostienen que cualquier feligrés puede ayudar a los migrantes, pero sólo los sacerdotes tienen el poder de impartir los sacramentos. Y Solalinde está dispuesto a renunciar a este don, sacrificar lo más por lo menos. Porque, para el cristiano, no existe mayor tesoro que el cuerpo de Cristo. Ni siquiera los más desfavorecidos de la tierra.
Vatican Insider
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