Dijo Pierre de Coubertin que “Lo importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino participar” y que “Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien”. Y sobre eso, se ha construido toda una mística definida como “espíritu olímpico”. Se supone que las Olimpiadas son una oda a la universalidad, la igualdad de oportunidades, el juego limpio y los valores más nobles, más excelsos y más sublimes. He de reconocer que me gusta la idea, y que hace falta un poquito de mística en la vida cotidiana; que es mejor actuar en nombre de los altos ideales; que un enfrentamiento deportivo siempre será mejor que un enfrentamiento bélico; que los deportistas de élite son, a menudo, un ejemplo de consagración, sacrificio y esfuerzo para llegar a lo más alto, compitiendo contra los otros y contra sí mismos, renunciando a mucho por el camino; y que bien está la invitación a participar (que un siglo después un tal Torrebruno enriquecería enseñando a generaciones de niños que lo importante no es solo participar, sino también divertirse, lo cual es simpático, pero discutible, aunque eso es otro tema).
Pero no deja de asaltarme una veta cínica ante el despliegue olímpico con todo lo que tiene de ambigüedad y negocio. Ante un Comité Olímpico Internacional que da la sensación de ser una banda de vividores que han montado un chiringuito que conlleva, para ellos, toda clase de prebendas y agasajos. Ante tal cantidad de prohibiciones para la gente que accede a los estadios que refleja que vivimos en una sociedad donde la convivencia se consigue a base de prohibir. Ante la realidad reflejada en los medalleros, que vincula irremediablemente número de medallas con inversión en programas deportivos, y en consecuencia favorece, una vez más, a los más poderosos –aunque afortunadamente sigue siendo necesario el talento y la capacidad de los deportistas.
Cara y cruz, luces y sombras, contrastes, en definitiva. El material del que está hecho casi todo. Ahora bien, en nuestra mano está luchar para que sea lo más noble, lo más digno y lo más justo lo que prevalezca. En las Olimpiadas, y en la vida.
Ender
pastoralsj
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