Un obispo llama a los fieles para manifestarse en contra de las estructuras en las que se lleva a cabo esta práctica. «Expresan una cultura de muerte»
GIACOMO GALEAZZICIUDAD DEL VATICANO
«Las estructuras sanitarias en las que se practica la interrupción voluntaria de los embarazos son expresión de la cultura de la muerte». Cruzada anti-aborto en Nueva Zelanda. El obispo católico de Dunedin, Colin Campbell llamó a los fieles a manifestarse en contra de las clínicas para abortar, empezando por las que han abierto recientemente en Southland. En un mensaje que fue leído en todas las parroquias de la diócesis, el religioso indicó que el modelo de la propuesta debe ser el de las iniciativas del «movimiento pro-vida» y condenó al aborto como la «mayor amenaza para los derechos humanos». El obispo también exhortó a los católicos a hacer valer su voz en los ámbitos público y privado.
Monseñor Campbell cita el magisterio ético de la Iglesia: «La vida humana es sagrada porque, desde su inicio, implica la acción creadora de Dios y permanece para siempre en una relación especial con el Creador, su único fin. Solo Dios es el Señor de la vida desde su inicio hasta su fin: nadie, en ninguna circunstancia, puede reivindicar para sí el derecho de destruir directamente a un ser humano inocente». La vida humana, pues, debe ser respetada y protegida absolutamente desde el momento de su concepción.«Desde el primer instante de su existencia se deben reconocer los derechos de la persona, entre los que destaca el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida». Por lo demás, el catecismo de la Iglesia indica que desde el siglo primero la Iglesia denunciaba la malicia moral de todo aborto provocado: «Esta enseñanza no ha cambiado. Sigue invariable. El aborto directo, es decir querido como un fin o como un medio, va gravemente en contra de la ley moral». Por lo que, «la cooperación formal en un aborto constituye una culpa grave» y la Iglesia sanciona con una pena canónica de excomunión este delito en contra de la vida humana. Quien procura el aborto, si obtiene el efecto, incurre en la excomunión “latae sententiae”, por el hecho mismo de haber cometido el delito.
Benedicto XVI ha deplorado muchas veces la gravedad del crímen cometido, el daño irreparable que se provoca al inocente asesinado, a sus padres y a toda la sociedad. Por ello la movilización que promueve en Nueva Zelanda el obispo católico de Dunedin, Colin Campbell, siguiendo el modelo del Pontífice. El aborto, efectivamente, es una de las principales causas de muerte y ni siqueira se reporta en las estadísticas oficiales. La relación entre los abortos y los nacimientos es de uno por cada seis, es decir que «se le niega el derecho a la vida a un niño de cada seis». Alrededor del 95% de los decesos de los niños, hasta los nueve años de edad, se verifica en el vientre materno y en muchas naciones hay alrededor de 50 abortos al día. Tan solo entre el 10 y el 30 % de las mujeres que piden el aborto tienen problemas económicos, además, los casos de abortos voluntarios han aumentado justamente en las naciones en las que se ha legalizado la interrupción del embarazo.
Hoy, documenta el Movimiento pro vida, mueren en todo el mundo unas 50 millones de criaturas al año por abortos voluntarios. Esta cifra equivale al número de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial y, como con todas las guerras, las víctimas del aborto son las «más inocentes e indefensas». Muchas mujeres no quieren renunciar al «derecho a decidir sobre el propio vientre» y no quieren renunciar a «sus comodidades a causa de un embarazo indeseado». Así, se combate una guerra total bajo una cobertura humanista, pero no contra otros poderes o contra ejércitos o terroristas, sino contra niños indefensos. Por ello, los católicos neozelandeses se manifiestan en las calles en contra de la construcción de nuevas clínicas que practican el aborto.
Vatican Insider
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