VIDA VERDADERA
Aquí estoy, Señor,
con hambre y sed de vida.
Soñando que me lo monto bien,
creyendo que sé vivir,
consumo febrilmente
ligeros placeres,
no más que golosinas,
precarias sensaciones
arañadas aquí y allá...
Y mi hambre y sed no desaparecen.
Esto ya no es vida sino simulacro,
una vida sin calidad de vida.
con hambre y sed de vida.
Soñando que me lo monto bien,
creyendo que sé vivir,
consumo febrilmente
ligeros placeres,
no más que golosinas,
precarias sensaciones
arañadas aquí y allá...
Y mi hambre y sed no desaparecen.
Esto ya no es vida sino simulacro,
una vida sin calidad de vida.
Aquí estoy, Señor,
con hambre y sed de vida.
Pero acostumbrado a lo refinado y elaborado,
lo auténtico sólo entra con filtros.
Demasiado educado para ser blasfemo.
Demasiado tradicional para ir más allá de lo legal.
Demasiado cauto para saborear triunfos.
Demasiado razonable para correr riesgos.
Demasiado acomodado para empezar de nuevo...
Y mi hambre y sed no desaparecen.
Esto ya no es vida sino simulacro,
una vida sin calidad de vida.
Aquí estoy, Señor,
con hambre y sed de vida.
Mas sin pedirte mucho, para no desatar tu osadía;
amando sólo a sorbos, para no crear lazos;
rebajando tu evangelio, para hacerlo digerible;
soñando utopías sin realidades;
caminando tras tus huellas sin romper lazos anteriores...
Y mi hambre y sed no desaparecen.
Esto ya no es vida sino simulacro,
una vida sin calidad de vida.
No hagas caso, Señor,
de nuestros prejuicios,
tristes saberes
murmuraciones
y desencuentros.
Unas veces son estos oídos sordos,
otras, estas entrañas yermas,
a veces esta cabeza hueca
o un corazón interesado y no enamorado,
quienes acaparan nuestros anhelos y palabra.
de nuestros prejuicios,
tristes saberes
murmuraciones
y desencuentros.
Unas veces son estos oídos sordos,
otras, estas entrañas yermas,
a veces esta cabeza hueca
o un corazón interesado y no enamorado,
quienes acaparan nuestros anhelos y palabra.
Silba, Señor, tu canción
ofreciendo alimento y vida;
que se oiga por lomas y colinas,
barrancos y praderas.
Despiértanos de esta siesta.
Defiéndenos de tanta indolencia.
Condúcenos al banquete de tu promesa.
Danos vida verdadera,
aunque no te la pidamos
o vayamos por otra acera.
Florentino Ulibarri
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