Desde el anuncio del nuevo Papa los periodistas preguntan cuál es nuestra opinión. Para contestar en serio habría que esperar algunos días y semanas.
Pero ante su insistencia ofrezco ahora algunas reflexiones por si son de utilidad.
Cuatro cosas me han venido a la mente:
1. Folclore mediático,
2. Conocimientos necesarios,
3. Reflexiones sobre el para qué de lo que estaba ocurriendo, y
4. Si y a qué nos compromete.
1. Folclore mediático. La Plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente de todas razas y colores, con banderas variopintas, con rostros expectantes y sonrientes. La fachada del Templo estaba adornada con esmero calculado. Se dejaban ver también personas vestidas con capisayos y acicaladas como no se ven en las calles de la vida real, en campesinos y señoras del mercado. Imperaba el folk-lore -del inglés: costumbres populares-, aunque en la plaza de San Pedro las costumbres eran más sofisticadas y acicaladas que en las de los pueblos del terruño español y los cantones salvadoreños. Nada de esto era malo, pero no decía nada importante de quién iba a ser el nuevo papa, qué alegrías y problemas iba a tener y con qué cruz iba a cargar… Sí era chocante el despliegue de suntuosidad alejada de la sencillez de Jesús. Y se adivinaba una cierta jactancia en los organizadores: “todo está saliendo bien”. Cuando esta perfección expresa además poderío la suelo llamar pastoral de la apoteosis.
Y se escuchó el nombre del nuevo papa: Jorge Mario Bergoglio. Para los no iniciados fue una sorpresa total. Y una gran novedad. El papa es argentino, el primer papa de ese país. Y es jesuita, el primer papa de esa orden. Ambas cosas pueden ser trivializadas, como ha ocurrido en algunos medios. Por eso hay que entenderlo bien. Argentino es Messi, pero no todos los argentinos son estrellas. Jesuita fue Pedro Arrupe, pero -y aquí hablo de cosas más serias- no todos los jesuitas somos como él. Al folclore pertenece también titulares como “argentino y jesuita” sin mucho ingenio y con pereza mental. ¿No tendrán otra cosa que decir? Los momentos folclóricos y mediáticos duran poco. Triste es mantenerlos voluntaristamente, o seguir añadiendo detalles intranscendentes, sin acabar de entrar en el fondo del asunto: el papa, la Iglesia, Dios y nosotros. De los amos de los medios -y de la tolerancia de los espectadores- dependerá que lo folclórico siga siendo lo más socorrido.
Pero algo no fue folclórico ya el primer día: la vestimenta sencilla del papa, la pequeña cruz sobre su pecho donde no había oro ni plata ni brillantes, su oración que, inclinándose, pidió al pueblo antes de bendecirles él a ellos. Son signos pequeños pero claros. Ojalá crezcan como signos grandes y que acompañan a su misión. Clara quedó la sencillez y la humildad.
2. Conocimientos necesarios. Sin ellos es difícil hablar del nuevo papa -y no es fácil conseguirlos en breve tiempo. No soy experto en la vida, trabajo, gozos y sufrimientos de Bergoglio. Haré uso de algunos conocimientos personales. Y para no caer en irresponsabilidad he procurado conectarme con personas sobre todo de Argentina, a las que no citaré, que han tenido contacto directo con él. Espero comprensión por lo limitado de lo que voy a decir en este apartado. Y pido disculpas si cometo algún error. Bergoglio es un jesuita que ha ocupado cargos importantes en la Provincia de Argentina. Ha sido profesor de teología, superior y Provincial.
No es difícil hablar de sus tareas externas. Pero de lo más interno sólo se puede hablar con delicadeza y, ahora, con respeto y responsabilidad. Muchos compañeros lo han recordado como persona de hondos convencimientos y temperamento, decidido luchador y sin tregua. “Si le hacen papa, limpiará la curia”, se ha dicho con humor. También le recuerdan por su interés desmedido de comunicar a otros sus convicciones sobre la Compañía de Jesús, interés que se podía convertir en posesividad, hasta exigir lealtad hacia su persona. Muchos recuerdan su austeridad de vida, como jesuita, arzobispo y cardenal. Muestra de ello es su vivienda y su proverbial viajar en autobús.
Ya obispo, muchos de sus sacerdotes recuerdan su cercanía y como se les ofrecía a suplirles en su trabajo parroquial, cuando necesitaban dejar la parroquia para salir a descansar. La austeridad de vida iba acompañada de un real interés por los pobres, indigentes, sindicalistas atropellados, lo que le llevó a defenderlos con firmeza ante los sucesivos gobiernos. Los temas morales le han sido cercanos, y ciertamente el del aborto, lo que le llevó a enfrentarse directamente con el presidente del país. En todo ello se aprecia una forma suya específica de hacer la opción por los pobres.
No así en salir activa y arriesgadamente en su defensa en las épocas de represión de las criminales dictaduras militares. La complicidad de la jerarquía eclesiástica con las dictaduras es conocida. Bergoglio fue superior de los jesuitas de Argentina desde 1973 hasta 1979, en los años de mayor represión del genocidio cívico militar. No parece justo hablar de complicidad, pero sí parece correcto decir que en aquellas circunstancias Bergoglio tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. No fue un Romero. No tengo conocimientos suficientes, y lo digo con temor a equivocarme. Bergoglio no ofrecía la imagen de Monseñor Angelleli, obispo argentino asesinado por los militares en 1976. Muy posiblemente sí ocurría en su corazón, pero no solía aflorar en público el recuerdo vivo de Leónidas Proaño, Monseñor Juan Gerardi, Sergio Méndez…
Por otra parte, desde 1998, como arzobispo de Buenos Aires acompañó de diferentes maneras a sectores maltratados de la gran ciudad, y con hechos concretos. Un testigo ocular cuenta que en la misa del primer aniversario de la tragedia de Cromagnon –incendio ocurrido durante un concierto de rock que costó la vida a 200 jóvenes- Bergoglio se hizo presente y con fuerza exigió justicia para las víctimas. A veces usó lenguaje profético. Denunció los males que “trituran la carne del pueblo”, y les puso nombre concreto: la trata de personas, el trabajo esclavo, la prostitución, el narcotráfico, y muchos otros. Para algunos, quizás la mayor virtud y la mayor fuerza para llevar adelante su actual ministerio papal es que Bergoglio es un hombre abierto al diálogo con los marginados y desde el dolor. Acompañó con decisión procesos eclesiales en los márgenes de la Iglesia Católica, y los procesos que ocurren al borde de la legalidad. Dos ejemplos emblemáticos son la Vicaría de curas villeros de los barrios marginales y su apoyo a los curas que deambulaban sin un ministerio digno.
3. Reflexión. Qué le espera al Papa Francisco, solo Dios lo sabe. El nuevo papa habrá pensado bien lo que le puede esperar y lo que él deberá, podrá y querrá hacer. Ahora enumeramos algunas tareas que a nosotros, desde El Salvador, nos parecen importantes, y que pueden ser importantes para todos en la Iglesia. También nosotros debemos llevarlas a cabo, pero el papa tiene una mayor responsabilidad y, ojalá, tenga más medios. Las tareas coinciden mucho con las que José Ignacio González Faus ha propuesto recientemente.
La primera -la mayor de las utopías- es hacer realidad la utopía de Juan XXIII: “La iglesia es especialmente la Iglesia de los Pobres”. No tuvo éxito en el aula del Vaticano II, de modo que unos 40 obispos se reunieron fuera del aula, y en las Catacumbas de Santa Domitila firmaron el manifiesto que se ha llamado “El Pacto de las Catacumbas”. Por lo que muchos dicen, Bergoglio tiene sensibilidad hacia los pobres. Ojalá tenga lucidez para hacer real la Iglesia de los Pobres, y que ésta deje de ser iglesia de abundancia, de burgueses y ricos. No le faltarán enemigos, como no faltaron después de Medellín a muchos jerarcas que sí pusieron a los pobres en el centro de la Iglesia.
Los enemigos estaban dentro de curias eclesiásticas, y muy poderosamente en el mundo del dinero y el poder. Estos asesinaron a miles de cristianos y cristianas. Ojalá el Papa Francisco no se asuste de una iglesia perseguida y mártir, como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los canonice o no, ojalá proclame que los mártires, concretándolos también como los mártires por la justicia, es lo mejor que tenemos en la Iglesia. Es lo que la hacen parecida a Jesús de Nazareth.
Para ello no es esencial que canonice a Monseñor Romero aunque sería un buen signo. Y si el papa cae en alguna debilidad humana, sea ésta estar orgulloso de su patria latinoamericana, sufriente y esperanzada, mártir y siempre en trance de resurrección. Y estar orgulloso de toda una generación de obispos: Leonidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No llegaron a papas, la mayoría de ellos tampoco a cardenales. Pero de ellos vivimos.
La segunda es la conocida constelación de problemas al interior de la organización de la Iglesia que esperan solución urgente.
a) La muy urgente reforma de la Curia Romana.
b) Que los miembros de la Curia sean preferentemente laicos.
c) Que Roma deje a las iglesias locales la elección de sus pastores.
d) Que desaparezcan del entorno papal todos los símbolos de poder y de dignidad mundana, y ciertamente que el sucesor de Pedro deje de ser jefe de Estado, porque eso avergonzaría a Jesús.
e) Que Roma y toda la Iglesia sienta como ofensa a Dios la actual separación de las iglesias cristianas.
f) Que Roma solucione la situación de los católicos que fallaron en su primer matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión.
g) Que Roma repiense el celibato ministerial.
Y otras tres.
a) Que de una vez por todas arreglemos la situación insostenible de la mujer en la iglesia.
b) Que dejemos de minusvalorar, a veces menospreciar, al mundo indígena, a los mapuches de América del Sur y a todos los que el papa irá conociendo en sus viajes por África, Asia y América Latina.
c) Que aprendamos a amar a la madre tierra.
4. Compromiso. El nuevo papa en el balcón de San Pedro y los millones de personas en la Plaza no debieran convertirse en un gran actor, el papa, y en espectadores taquilleros, los fieles. Termino con la reflexión que escribí después de la renuncia de Benedicto XVI. Es utopía, pero por ella habrá que trabajar. Cierto es que la exquisita plaza de San Pedro, descrita al principio, no es el lugar cristiano de la utopía. Este es el portal de Belén, la casa de los pobres. Pero sea en un lugar o en otro, ojalá nos animemos unos a otros a lo siguiente:
Cuesta humanizar y desmitificar al papa. Cuesta creer que es como nosotros. Pero bueno será comprometernos, dentro de nuestras posibilidades a que salga elegido alguien que, además de amplias dotes de gobierno pastoral, se parezca a Jesús y nos anime a parecernos a Jesús. Y que, con la modestia del caso, le ayudemos a parecerse a Jesús. Esto es lo que hoy le pedimos y le ofrecemos al Papa Francisco.
Curas en la opción por los pobres/MOCEOP
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