Sunday, July 12, 2009

La homilía de Ciudad Redonda: Llamados a Evangelizar


Este domingo comienza la lectura de la carta de Pablo a los Efesios. Toca la introducción. Pero Pablo además de creyente y apóstol era muy inteligente y no daba puntada sin hilo. El comienzo de su carta es una alabanza a Dios pero de paso nos habla de lo que somos nosotros, los hombres y mujeres a los que Dios ama y bendice en la persona de Cristo.


De paso nos informa que nuestro destino es ser hijos, no siervos. Y que no ha derrochado medios para ayudarnos a completar en nosotros esa vocación a la que nos ha llamado porque “el tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros.”
Esa vocación no es para unos pocos sino para todos. No la tiene Pablo en exclusiva o los apóstoles en exclusiva sino todos los que escuchan la palabra de verdad, el evangelio de la salvación.
Vocación de hijos en el Hijo
Es bueno comenzar la reflexión de este domingo tomando conciencia de lo que estamos llamados a ser: hijos e hijas de Dios. No estamos llamados a ser siervos. La comunidad de los creyentes es una comunidad de iguales. Habrá diferentes servicios, diversos ministerios, pero esa variedad no diferencia a sus miembros porque básicamente somos todos iguales: hijos e hijas en el Hijo. Ese es el mayor título de gloria del cristiano. Luego, algo casi secundario por más que sea necesario, vendrán los cargos y los servicios en la comunidad. Eso ya lo explica Pablo más adelante. Pero conviene tener claro lo más importante, lo fundamental, lo central. Todos hemos sido salvados por Cristo, todos somos destinados a ser sus hijos.


Es además una vocación con proyección universal porque la Palabra de Dios no se dirige a un grupúsculo, a una secta sino que es para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. La Palabra de la Buena Nueva se pronuncia abiertamente para que todos la puedan acoger en sus corazones. Todos están llamados a formar parte de la familia de Dios. Todos estamos llamados a ser sus hijos. Esa es la gloria de Dios. Esa es la mayor alabanza que podemos rendir al Padre: formar todos una familia bien avenida, sin distinciones, sin violencias, sin envidias, sin rencores. Una familia donde reine el perdón y la reconciliación, la paz y la justicia.
De ahí a decir que la comunidad de los creyentes es un pueblo de profetas, de apóstoles y de evangelizadores hay sólo un paso. Porque el misterio de la voluntad de Dios que se nos ha dado a conocer no es sólo para nosotros, para los que ya estamos en la comunidad. Es para todos. Nadie queda fuera de ese misterio de la voluntad de Dios.
Enviados a reunir a los hijos de Dios
Desde esta perspectiva hay que releer el Evangelio de este domingo. Los Doce de que habla el Evangelio no son un grupo específico. Los Doce son el símbolo del nuevo pueblo de Dios. Como aquel estaba formado por 12 tribus, éste está formado por 12 apóstoles, símbolos de todas las familias del mundo. Ellos son enviados a predicar la buena nueva de la salvación. Y, en ellos, todos somos enviados.
La misión no pertenece en exclusiva a los sacerdotes o a las religiosas. La misión es para todos los cristianos. Todos somos enviados a liberar a los que están oprimidos por la injusticia, el egoísmo, la violencia, etc. Todos estamos llamados a curar las heridas de los que sufren de cualquier manera. Porque no podemos permitir que un hijo de Dios, un hermano nuestro, sufra o esté alejado de la mesa común a la que Dios nos ha invitado a todos a participar.
No todos comprenden así la buena nueva de la salvación. Hay quienes sienten como si tuvieran en propiedad la voluntad de Dios, como si tuvieran la exclusiva de su conocimiento. Hay a quienes les gusta determinar lo que se puede decir y lo que no se puede decir en nombre de Dios. Como se lee en la primera lectura, hay sacerdotes que se sienten los dueños del santuario y echan al profeta, lo expulsan. No quieren que se proclame la buena nueva de que todos estamos llamados a ser hijos e hijas de Dios en el hijo Jesús.
Pero eso no puede arredrar a los creyentes. Si no nos dejan hablar en un sitio, iremos a otro. Así se lo dijo Jesús a los discípulos: si no os reciben en un lugar... La Palabra de salvación no puede ser encadenada. La liberación no puede ser encarcelada. Allá donde estemos con nuestras acciones y con nuestras palabras daremos testimonio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, de la libertad que nos ha regalado, de la Vida a la que nos ha llamado. Sin temor, sin miedo. Porque hemos conocido su amor para con nosotros.

Fernando Torres Pérez, cmf
fernandotorresperez@earthlink.net

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