Thursday, July 16, 2009

"Ratzinger se moja de verdad y se deja manchar las manos con el barro de la historia"


Se habrán cruzado muchas veces en su vida. Seguramente han sostenido conversaciones de largo alcance. Pero se trata de almas diferentes en casi todos los ámbitos de la vida, hasta llegar al último cónclave como estandartes de dos formas diversas de entender y comprender las urgencias eclesiales.

Ratzinger es un teólogo "devenido" en pastor, mientras Martini es un biblista "convertido" al pastoreo, que no es lo mismo. No en vano, quien fuera más de veinte años arzobispo de Milán y creador de una pastoral más allá de cuantas habían sido pensadas de antemano, está en otra dimensión que la vivida por el responsable de la fe eclesial tan largo tiempo y, desde esta óptica, perseverante en su tarea teológica.

Se habrán cruzado, pero uno tiene la percepción de que nunca alcanzaron una amistad íntima. Cuestiones de la genética y no menos de las opciones personales. Eso sí, ambos son tipos elegantes, cultos, profundos y respetados en sus diferentes trayectorias. Y ambos comunican la percepción de que Jesucristo y su Iglesia son objetivos prioritarios de sus vidas. Lo que produce una cierta coincidencia en matices existenciales decisorios. Que no es poco.
Pues bien, en pocos días, tanto Ratzinger como Martini han protagonizado noticias mediáticas de alto relumbrón. El uno con una carta encíclica de gran envergadura sobre las respuestas de la Iglesia a la crisis económica y axiológica que atravesamos, titulada Caridad en la verdad, y el otro por una entrevista editada en El País, del 12 de este mismo julio, en la que responde a las preguntas del director del diario La República, casi como quien habla ya desde la eternidad. Dos documentos muy diversos pero que, en su diferencia, aparecen como complementarios para todo creyente del momento, y tal vez también para toda persona que busque la verdad en profundidad. Permítanme que los comente con brevedad pero no sin evidente intención.
La carta encíclica de Ratzinger, en su servicio eclesial como Benedicto XVI, pone de manifiesto, una vez más, que el amor cristiano se basa en una clarividencia discerniente para detectar su objeto, su intención y su utopía hasta el punto de que solamente la verdad de las obras juzga la calidad del amor. Ratzinger se moja de verdad y se deja manchar las manos con el barro de la historia, hasta reclamar un verdadero "gobierno mundial" para responder a los desafíos ingentes de la tan llevada y traída globalización.
Le haremos caso o no, pero nadie medianamente honrado podrá seguir diciendo que este papa vive al margen de la realidad. Otra cosa es que, en general, se muestre mucho más inteligente que sus adversarios, tantas veces agresivos y sin respuestas sólidas. Pero lo escrito, la carta encíclica, está ahí para quien quiera entender y comprender de qué tiene que ir la fe en relación con la acción caritativa, es decir, con unas obras que deben de responder al "criterio de verdad" sin ambigüedades. Ratzinger/Benedicto XVI actúa en plan magistral desde la fe.
Martini, ya recluido en la casa de los jesuitas de Gallarate, cerca de Roma, y con su Parkinson aprisionándole, responde a su interlocutor con una "serenidad creativa" muy en la línea de Pedro Arrupe, quien acabara sus días no menos recluido que Martini por causas mayores.
Y lo más sugerente que nos comunica es lo siguiente: se hace necesario un concilio unidimensional para estudiar a fondo la cuestión de los divorciados en la pastoral de la Iglesia, además de otras cuestiones a las que haría bien en aproximarse pero no como objetivos sustanciales de la magna reunión. Por lo tanto, nada de la envergadura del Vaticano II, y más bien una reunión fraternal de los obispos, corresponsables de la Iglesia junto al papa, con intenciones pragmáticas ante una realidad que irá a más y que suscita problemas de conciencia muy graves tanto en los divorciados creyentes como en los sacerdotes que tienen que afrontar tal situación.
Martini no procede como maestro, antes bien como profeta, libre ya de toda atadura mínimamente humana en el contexto eclesial: las ve venir desde una eternidad muy próxima.

Pienso que hay que leer ambos documentos muy despacio, desde la diferente personalidad y rol eclesial de los dos protagonistas. Porque la Iglesia, pese a quien pese, no puede dejar de ser maestra de su fe, pero nunca debiera abandonar su tarea profética desde su indeclinable libertad. La caridad en la verdad tiene sabor a Ratzinger, pero la moviliza el sueño eclesial de Martini.
Norberto Alcover, escritor jesuita (Diario de Mallorca)
RD

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