“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:«He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo, no he venido a traer paz, sino más bien división”. (Lc, 12, 49-51)
Ha habido un expresidentes de Gobierno, de antipática memoria, que ha catalogado a los “indignados” de grupo de “extrema izquierda y antisistema”. Difícilmente él puede convertirse en anti-sistema si además de su pingüe jubilación como ex jefe de Gobierno gana una millonada asesorando a algunas de las más características y menos escrupulosas empresas del mismo meollo del sistema. A esa valoración se sumó hace unos meses un arzobispo del norte de España, el de Oviedo, exactamente, y en su momento ya lo taché de precipitado.
No escribo estas líneas para exaltar y canonizar a los miembros de ese movimiento que, nacido en España, alienta las protestas y denuncias contra el actual estado de cosas en tantos países como jamás hubiéramos sospechado que pudieran llegar nuestros productos de exportación. Y esta vez exportamos más que bienes de equipo, o tecnología, que ostentan la primacía, que son la crem de la crem de la exportación internacional. Esta vez exportamos ideas, metodología de análisis y de comunicación. ¡Casi nada!
No se puede estar de acuerdo hoy con el sistema que nos condena a media humanidad a la crisis, a la injusticia, a los privilegios de pocos, al cabreo, a la indefensión y el desánimo de muchos. Acusar hoy de antisistema a alguien no econstituye un insulto, sino una alabanza. Desde luego había que ser muy antisistema para proferir el texto que encabeza este pequeño comentario. Es del evangelio de la misa de hoy. Y se trata del Jesús de Lucas, un “agitador social” que no se casa con nadie y denuncia, implacable, la insoportable pesadez del ser religioso, político, social y económico de su tiempo.
Estamos demasiado acostumbrados a leer al Jesús del Evangelio con unas gafas endulcoradas, y con una enorme profusión de aromas y perfumes derramados sobre su figura, para hacérnosla digerible. Pero este Jesús incendiario se parece muchísimo al que llamó “¡hipócritas!” a Sumos Sacerdotes y senadores, al que los acusó de “colar el mosquito y tragar el camello”, o al que dijo, refiriéndose a Herodes “decidle a esa zorra”, o al que calló la alabanza de la mujer de pueblo a su madre, María, corrigiéndola: “dichosos, más bien, los que escuchan mi Palabra y la llevan a la práctica”. Y por éstos,anawim, pobres de Yavé, que somos nosotros todos, Él dio, da y dará la cara en el día definitivo.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
El Guardián del Areópago
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