Claudio Ramos y Jorge Salas acusan que el sacerdote Jeremiah Healy, conocido como el padre Derry, los agredió en los años ’80. El religioso, que dejó su cargo de director de los misioneros columbanos por esta investigación, reconoció ante CIPER la veracidad de la denuncia, pidió perdón si causó daño y aseguró que responderá ante la justicia. La Iglesia lleva cinco meses investigando y el caso llegó este miércoles 26 al Ministerio Público. El padre Derry es reconocido en el ala progresista de la iglesia por su defensa de los derechos humanos y su labor en la pastoral juvenil de sectores populares.
"Viendo el caso de James Hamilton y su denuncia contra el Padre Karadima, entendí que yo había sido una víctima. Antes me sentía como cómplice y solo ahí empecé a entender que no, que había sido una víctima. Pero no me sentía con valor para denunciar. Solo un año después me atreví. Y lo que me movió fue evitar que lo que me había pasado a mí, siguiera ocurriendo a otros jóvenes".
Claudio Antonio Ramos decidió contar su historia a CIPER apenas unos días antes de que el Ministerio Público comenzara a investigar los abusos sexuales que sufrió cuando tenía 16 años. Quería explicar por qué tardó 25 años en acusar ante la justicia eclesiástica y los tribunales civiles al sacerdote Jeremiah Francis Healy Kerins, conocido entre sus amistades como el padre Derry. El religioso de origen irlandés es director en Chile de la orden de los Misioneros de San Columbano y ampliamente reconocido en el ala progresista de la Iglesia Católica por su defensa de los derechos humanos durante el gobierno militar y su labor proclive al fortalecimiento de la pastoral juvenil en sectores populares
La investigación de la justicia civil partió al mediodía de este miércoles 26 de octubre, con la denuncia interpuesta por Jorge Antonio Salas, cuñado de Claudio Antonio Ramos, quien también acusa haber sido agredido sexualmente por el padre Derry. Y aunque es altamente probable que opere la prescripción del delito, a ambos les interesa que la investigación determine que se trata de un abusador de menores y que la iglesia le impida seguir en contacto con jóvenes.
La denuncia ante el Arzobispado de Santiago fue hecha por Claudio en mayo. Al mes siguiente Jorge interpuso una acusación similar (vea la denuncia original y la respuesta del arzobispo Ezzati), pero, por las normas que rigen a la Iglesia en estas materias, la investigación quedó en manos de la misma congregación de los Columbanos a la que pertenece el padre Derry, lo que despertó desconfianza en los denunciantes. En todo caso, esta indagatoria eclesial no debiese ser más que un trámite, debido a que el propio acusado admitió ante CIPER la veracidad de la denuncia y su decisión de responder ante la justicia:
-Me preocupan las personas que pueda haber dañado con mis actos y me hago responsable de mis actos. Y no tengo nada que decir contra ellas. En buen chileno, voy apechugar con las cosas. Y si hay gente que se siente ofendida por mí, estoy profundamente arrepentido por esto. Mi intención nunca fue dañar la vida de las personas”, dijo el acusado. (Vea el recuadro con su testimonio).
Tal como en el caso de Fernando Karadima, que se rodeaba de jóvenes de familias adineradas a los que impactaba con la predica de la santidad y en ese círculo selecto escogía a sus víctimas, el padre Derry también fascinaba a una feligresía joven, pero proveniente del mundo popular, a la que seducía con sermones de corte social. “Era como el Karadima de los pobres, porque trabajaba con muchos chiquillos vulnerables”, dicen sus acusadores.
El religioso irlandés llegó a Chile en 1981 y en estos 30 años ha trabajado en la Villa Frei, Pudahuel y Valparaíso, siempre en contacto con jóvenes. De hecho, sus conocidos lo consideran impulsor de la pastoral juvenil de la zona oriente. Una de sus víctimas, Claudio Ramos, dice que dejó de verlo hace muchos años, producto de los mismos abusos, pero que volvió a encontrarse con él este año en una de las marchas estudiantiles en la que el religioso tomaba fotos a los manifestantes.
Durante dos décadas y media Claudio Antonio Ramos cargó con su dolor solo y en silencio. Nunca, ni siquiera cuando interpuso la denuncia ante la iglesia, en mayo pasado, se atrevió a conversar esa decisión con su familia. Por eso mismo, supo hace poco que su cuñado Jorge Antonio Salas, el marido de su hermana mayor, Carolina, también había sido agredido por el padre Derry. Una historia angustiante que han ido reconstruyendo entre los tres y que partió por la amistad que inicialmente tejió Carolina con el religioso cuando era sólo una adolescente, al que llevó a su casa y lo convirtió en amigo y confesor de la familia.
DENUNCIA POR INTERNET
-A mí me costó harto contar esto. La primera vez que decidí contarlo fue cuando, después del caso Karadima, hubo un llamado de la Iglesia a denunciar. Incluso, te daban la facilidad de hacerlo por Internet. Y así lo hice. A los pocos días recibo un correo con el nombre de un seglar de la Conferencia Episcopal que decía algo así como que mi problema no lo trataba la Iglesia diocesana, por ser el sacerdote denunciado de una orden religiosa. Por lo tanto, yo debía escribirle al superior de esa orden en Roma. Y me mandaban un nombre y una dirección de correo.
El relato de Claudio Antonio Ramos está marcado por un tono sombrío, de pena más que de rabia. A sus 42 años, soltero, con un título profesional y un puesto administrativo en una empresa de telecomunicaciones, sabe que ventilar su intimidad le acarreará episodios que hubiese preferido evitar, pero después de una terapia sicológica que lo preparó para cerrar este capítulo, dice que está dispuesto a llegar hasta el final.
Al comienzo, admite, sintió desconfianza, porque consideró muy impersonal el correo de respuesta. Él esperaba que lo convocaran a una cita personal con alguna autoridad, por el tenor de la denuncia. También temió que la investigación “quedara en nada”, porque a fin de cuentas le estaban pidiendo que llevara su caso ante los mismos superiores columbanos del padre Derry, que quizás podían protegerlo, y además en Roma:
-Esto se me hacia muy lejano, pero estaba decidido a hacerlo, ya que no era sólo por mí, sino por los jóvenes que podrían estar en las mismas condiciones. Sabía que este cura era el director de la orden de los Columbanos en Chile y párroco en Valparaíso, que seguía viviendo rodeado de jóvenes. Así que hice la denuncia por correo a Roma, al nombre que me habían mandado. Pasó el tiempo y un día recibí un llamado del padre Miguel Hoban, un sacerdote norteamericano de los Columbanos que están en Santiago. Desde Roma le habían pedido que me entrevistara -comenta Claudio.
En la primera reunión entre Claudio y Hoban, que actualmente es vicario de la Zona Sur, el denunciante entregó su declaración inicial (vea el documento) donde relata, en dos folios, lo que le había pasado siendo menor de edad en la Parroquia de Santo Tomás Moro, de la Villa Frei, en Ñuñoa, donde el Padre Derry oficiaba como párroco a inicios de los años ’80.
-Yo le relaté lo que me había pasado, pero sentí, por parte de él, que tenía miedo de que esto se supiera. Así que le dije que yo quería que esto se hiciera público, porque aunque era exponerme a contar intimidades que uno nunca quiere que se sepan, lo hacía por los jóvenes que podrían estar siendo víctimas, ya que yo conocía otras víctimas de mi tiempo. Y le dije que la única manera que yo entendía que esto se cortara, era haciéndolo público –recuerda Claudio.
El denunciante recuerda al padre Derry como una persona carismática, con “mucha entrada” con los jóvenes, pero “también muy promiscua, ya que una vez le presenté a un amigo y esa misma noche, después me enteré por mi amigo, se lo había llevado a la cama (…). Yo sé que el abusó de muchos otros, ya que a la parroquia llegaban muchos jóvenes de escasos recursos y él los seducía. Empezaba a invitarlos a tomar once y se iba haciendo su amigo”.
Claudio relata que sufrió las agresiones cuando tenía 16 años y que duraron alrededor de seis meses, hasta que decidió alejarse del párroco: “Él me ayudó en momentos en que yo lo estaba pasando mal y me acogía en la parroquia. Yo me había cambiado de colegio y el nuevo era más exigente. Él se tomaba el tiempo de ayudarme a estudiar, cosa que nadie hacía. Creo que fue por esa amistad -y ahí reconozco que fallé- que nunca tuve el valor de enfrentarlo y decirle que había estado mal, que yo no quería hacer eso”.
Como suele pasar con las personas abusadas, Claudio considera que “falló” por no haberse atrevido en tantos años a enfrentar a su agresor. Su hermana Carolina también carga con un sentimiento de culpa, porque ella los presentó y porque en estos 25 años no se dio cuenta de lo que había pasado ni a su hermano ni a su esposo.
SU MISIÓN: TRABAJAR CON JÓVENES
Carolina Ramos Merino tiene 48 años, es artesana y se considera “ultra católica”. El 7 de septiembre del año pasado y después de 30 años de amistad con el padre Derry, lo encaró por las agresiones sexuales a su hermano. Dice que el sacerdote le reconoció que había abusado de su hermano menor y le pidió que lo perdonara, lo que ella aún no puede hacer. Ese día, el padre Derry le siguió mintiendo. Ella ya sabía que su marido también había sido abusado por el religioso, pero no estaba autorizada para decírselo, y el padre Derry le aseguraba que el único caso era el de su hermano:
-Cuando el caso del padre Karadima estaba en su auge, un día mi marido me dice que tiene algo que contarme. Con mucho dolor me dice que él también había sido abusado cuando joven, pero que nunca se había atrevido a contarme. Y lo peor era que su abusador era mi mejor amigo, el padre Derry Healy. Yo no lo podía creer.
Carolina conoció al padre Derry en 1981, cuando recién había llegado a Chile, en la Villa Frei:
-En una de las primeras conversaciones que tuve con él me impresionó porque me dijo que venía con la misión de hacer un trabajo con los jóvenes. Yo pensé, “qué bueno, un padre joven que viene a trabajar con jóvenes”. Y así fue. Siempre estuvo rodeado de jóvenes. Yo conocí todas las casas donde él vivió: la de Ñuñoa, la de Providencia, la de Pudahuel y la de Valparaíso. Y en esas casas siempre había jóvenes. Cuando mi marido me cuenta, enseguida me vinieron a la cabeza tantos jóvenes que yo había visto con él y sobre todo uno que yo intentaba alejar de estos pensamientos, para que al menos ese no fuera verdad: mi hermano.
Sacó cuentas y con espanto calculó que Claudio tenía solo 14 años la primera vez que ella invitó al padre Derry a su casa: “No podía dejar de pensar que seguramente Claudio también había sido abusado. Así que me acerqué a él con mucho respeto. Lo invité a tomar un café y le pregunté. Imagínate la pena y el sentimiento de culpa. Fui yo la que llevó a Derry a mi casa paterna y lo integré a mi familia”.
El mismo día del diálogo con su hermano, Carolina le envió un correo a Derry, quien se encontraba en Irlanda:
-Le escribí que necesitaba hablar urgente con él, que era un tema muy delicado y triste para mí, referente a mi hermano, y que apenas llegara a Chile me avisara. Un rato después recibí dos líneas. Me decía que al día siguiente llegaba a Chile y que me llamaría. Me llamó desde el aeropuerto y quedamos en un café del centro.
“MÍRAME A LOS OJOS”
La última vez que Carolina Ramos vio al padre Derry hacía mucho frío en Santiago. Ella lo recuerda porque el sacerdote llegó con una parka roja. También recuerda que estaba nerviosa y dolida:
-Era una amistad de muchos años con él, toda una historia de vida caminando juntos. Entramos a un café, nos sentamos y, mirándolo a los ojos, le dije: “Quiero saber si en todos estos años que fuimos amigos, y quiero que me respondas con la verdad, tú abusaste de mi hermano”.
Carolina recrea la escena siguiente con precisión. Dice que el sacerdote bajaba la cabeza y se escondía levantando el cuello de su parka roja. No respondía.
-Yo le dije “necesito saberlo, dime: ¿abusaste de mi hermano?”. Y me responde tímidamente: “Mira, no sé si podría llamarse abuso”. Yo me puse medio alterada. “Pero, ¿cómo?”, le dije. Y él me responde “en Chile podría ser que sí, en otro país, no”. Y yo le respondí: “No me vengai con esa cuestión, ¿abusaste o no de mi hermano Claudio?”. Ahí me dice: “Sí, sí abusé”. Y se tapaba la cara con la parca. Yo le tiraba la parca y le decía “mírame a la cara”.
No pudo contener el llanto: “Me venían mil situaciones a la cabeza. Mi hermano saliendo del colegio y pasando a la casa de Derry todos los días, porque se pasaba del colegio a la parroquia. No podía parar de llorar”.
-Él me pedía perdón y me decía: ‘Tú para mí no eres cualquier persona, de ti necesito el perdón’”. Yo me sentía estúpida. Yo siempre había pensado que él era otra persona. Lo agarré de la parka y le dije “¿y tú te vestías de cura? ¿Qué era eso para ti, un disfraz? ¿Qué es lo que era para ti vestirte de cura? ¿Qué cresta era eso?… y lloraba… 30 años engañada.
Después de un rato, cuenta Carolina, fue el padre Derry el que rompió el silencio: “Si me denuncias, estoy frito, es mi hundimiento”, recuerda que él le dijo.
-Intentaba manejarme y apelar a nuestra amistad para que esto se quedara ahí. Él se protegía y quería imponerme la idea de que si bien esto había pasado, había sido sólo una vez y que yo lo perdonara. Incluso, en su intento de que dejáramos esto hasta ahí, insinuó que era homosexual, pero que no le gustaban los niños. Él no sabía que yo ya estaba enterada de que también había abusado de mi esposo, por lo tanto todo lo que estaba intentando, lo dejaba más al descubierto.
Carolina tiene la convicción de que Jeremiah Healy Kerins debe pagar por sus delitos y que debe ser alejado de por vida del trabajo con menores: “Hoy me doy cuenta de que fue muy inteligente. No es un pedófilo que anda por la calle: él hace que tú lo hagas entrar en tu familia. Se gana tu confianza. Llevaba a su casa a jóvenes de escasos recursos, les servía once y yo pensaba que estaba haciendo una buena labor, pero como es un perfecto pedófilo tenía todo planeado. Tenía la coartada perfecta: era sacerdote y se movía entre jóvenes “para formarlos”.
EL IMPACTO EN LOS HIJOS
Carolina Ramos ya declaró como testigo en la investigación por las agresiones a su hermano que lleva el religioso columbano Miguel Hoban. Pero ella admite sin ambages que no tiene muchas esperanzas en este proceso:
-No confío en lo que van hacer, porque (Hoban) es columbano y va a conversar con el Derry. Yo no quiero que él siga caminando por la vida como si aquí no ha pasado nada, riéndose de todos los que se ha reído por 30 años. Él se ha reído de jóvenes vulnerables, de gente pobre, de gente humilde.
La primera denuncia judicial contra el padre Derry finalmente se presentó más de un año después de que Carolina enfrentara al religioso. Ella dice que respetó los tiempos que su esposo y su hermano necesitaron -ambos concurrieron a terapia psicológica- para prepararse.
El resto de la familia se enteró una tarde del último junio, mientras tomaban once. Ese día, el esposo de Carolina, Jorge Antonio Salas, recibió una llamada en su celular que lo dejó pálido. Era el columbano Hoban que quería citarlos por una denuncia contra el padre Derry. Sus tres hijos que estaban en la mesa se dieron cuenta de que algo estaba pasando. Apenas Jorge colgó, le preguntaron qué sucedía.
“Muchas veces habíamos conversado con mi mujer acerca de que debíamos comentarle esto a nuestros hijos, pero hasta entonces no habíamos encontrado el momento”, explica Jorge. No querían herir los sentimientos de sus dos hijas y su hijo menor, que habían crecido viendo a Derry en casa. Él los había bautizado. Con él habían hecho su primera comunión. Ahora, ya no quedaba alternativa. Jorge conversó con los chicos, los preparó y remató con una frase que marcó a sus hijos: “Tanto su tío Antonio como yo fuimos abusados sexualmente por el cura de esta familia”.
-Se produjo un silencio. Un intercambio de miradas. Fue algo surrealista. Como que no podía ser verdad lo que les estábamos comunicando. Quedó la escoba. No podían creerlo. Todos hablaban al mismo tiempo y por momentos lloraban. Recriminaban a Carolina, le decían que cómo ella no se había dado cuenta en 30 años. Una de mis hijas dijo: “Yo nunca más piso una iglesia”. Y así fue, siendo que hacía pocos días se había confirmado -cuenta, aún con tristeza, Jorge Salas.
El matrimonio dejó de frecuentar la iglesia: “Solo vamos a las actividades pastorales del colegio de mi hijo menor, que va a los Salesianos”, dice Jorge, quien relata que fue abusado por el padre Derry en el año 1987, cuando él tenía 23 años.
A los pocos días de la traumática confesión en la mesa familiar, Jorge Salas decidió seguir los pasos de su cuñado e interpuso su propia denuncia en el arzobispado. Después se armó de valor y se presentó ante el investigador columbano, Miguel Hoben, para ratificar la veracidad del relato que le tomó 24 años poder contar (vea la transcripción de su declaración).
Religioso acusado: “Es el momento de decir ‘perdón Dios mío’ y pedir perdón a las víctimas”.
A las 13:00 del lunes 24 de octubre el sacerdote Jeremiah Healy Kerins, conocido como el padre Derry, salía en su auto desde la casa que los Misioneros Columbanos tienen en calle Marín. Ahí se encontró con CIPER. El religioso accedió a volver a la casa y en una pequeña sala de visitas, adornada con un mural de un planisferio con todas las misiones columbanas repartidas por el mundo, habló sobre las denuncias de agresiones sexuales que formulan en su contra los cuñados Claudio Ramos y Jorge Salas.
Hasta mayo pasado, cuando se concretó la primera denuncia, el padre Derry era el director en Chile de los columbanos, una orden fundada por el irlandés San Columbano, quien en el Siglo VI “denunció proféticamente el abuso y la inmoralidad de las autoridades”, según se lee en la web de la congregación. El cargo de director está vacante desde esas fechas, cuenta el padre Derry:
“Yo supe que iba a haber una denuncia en el arzobispado en mayo y fue ahí que decidí poner mi cargo a disposición, siendo que era el director de la Congregación de los Columbanos aquí en Chile. Se hizo la denuncia y me comuniqué con nuestro superior general de la congregación, el padre Tomás Murphy, que reside en Hong Kong. Le dejé claro que no voy a negar la verdad y colaboraré para que se aclaren las cosas y, si es necesario, enfrentando a la justicia chilena. En estos momentos siento mucha tristeza, pena y preocupación por las víctimas, por las cuales siento mucho respeto. Voy a enfrentar la verdad, aunque ésta me lleve a enfrentar a la justicia. Me preocupan mucho las víctimas, por los procesos que están pasando en sus vidas.
-¿Usted estima que las personas que lo acusan fueron víctimas o considera que participaron en actos consentidos?
Me preocupan las personas que pueda haber dañado con mis actos y me hago responsable de mis actos. Y no tengo nada que decir contra ellas. En buen chileno, voy apechugar con las cosas. Y si hay gente que se siente ofendida por mí, estoy profundamente arrepentido por esto. Mi intención nunca fue dañar la vida de las personas. Me siento muy apenado por esto. La Iglesia está pasando por un momento en el que tenemos que enfrentar una realidad que fue no ser coherente con la enseñanza del evangelio y es el momento de decir con humildad “perdón Dios mío” y pedir perdón a las víctimas. Lo que está pasando es bueno para todos, ya que en la Tierra tenemos una sola vida y por lo tanto una sola oportunidad para rectificar las cosas que se hacen mal. Y este es el tiempo de rectificar cosas, de sanar cosas, de tratar de reparar el daño hecho y, si ésta es la hora, hay que hacerlo. Más allá de los tribunales o de lo que diga el Vaticano, la vida al final pasa por la historia personal de cada uno. Así que no voy a ocultar la verdad.
-¿Usted reconoce entonces los hechos por los que se le acusa?
(Baja la mirada y se queda un momento en silencio) Yo no voy hablar ahora de los hechos. Ya respondí ante las preguntas del investigador (eclesiástico) de la causa y no voy a negar la verdad.
-¿Usted se comunicó con las víctimas?
No, no quise hacerlo para, justamente, no interferir en la investigación, aunque me hubiera gustado mucho poder hacerlo, para pedirles perdón. Son personas que conozco hace mucho tiempo y a las cuales respeto mucho y me preocupa la situación que están pasando. Rezo por ellos todos los días de mi humilde manera. Yo les voy a dar la cara cuando se pueda. Les voy a dar la cara y si usted me puede ayudar para que eso pase, se lo agradezco, porque, como le digo, más allá de la justicia, mas allá del Vaticano, aquí hay familias, hay vidas, hay cosas que sanar. Pero que sepan que voy a dar la cara. Me gustaría tener con ellos un reencuentro, por todos los dolores que les ocasioné y lo que esto significa.
-¿Usted pensó que esto podía ocurrir en algún momento y que estas personas podían llegar a denunciarlo?
-Uno pasa momentos muy complejos en la vida y yo los he pasado. Amistades donde uno se deja llevar por una afectividad mal llevada, que crea ciertas confusiones en la vida. Esto no justifica los hechos, pero eso es lo que pasa. Por eso le digo que es bueno que pase esto, para uno poder proyectarse en el futuro.
-Una de las personas que lo acusa me ha dicho que durante años se sintió culpable de haber provocado cosas en usted, ¿qué le diría?
Yo soy el único responsable y esas personas son buenas personas. Uno al comienzo de la misa hace referencia a que es pecador y tenemos que ser capaces de reconocer nuestros pecados. Y es sólo de esta manera que podemos obtener el perdón.
-¿Usted piensa que estas situaciones tienen algo que ver con el celibato?
No, nada que ver con el celibato. Pienso que es posible ser célibe. Aquí no se trata de no poder contener instintos. Esto simplemente no debería pasar.
Al día suguiente de la publicación de este reportaje, el 27 de octubre de 2011, el Padre Álvaro Martínez, vicedirector de la región de Chile de los Padres de San Columbano difundió una declaración pública sobre la denuncia contra el sacerdote Jeremiah Healy. Vea acá el documento original.
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