Todas las «espinas» más relevantes de la comunicación entre la prensa mundial y Benedicto XVI
Se analizaron los gruesos errores cometidos a lo largo de los años por los medios de comunicación, debidos a superficialidad, a la incompetencia y a la obsesión de encontrar «pepitas de oro». Por ejemplo, Antonio Pelayo (vaticanista de «Antena 3 TV») investigó lo que aconteció con el discurso de Ratisbona. Pues bien, «después de haber hecho las debidas averiguaciones en estos años», Pelayo pudo concluir que «fueron los títulos de la prensa italiana los que difundieron la alarma en los países musulmanes a través de sus embajadas en Roma. Estas no leyeron el texto íntegro del discurso, pero no perdieron tiempo, después de haber hojeado los periódicos italianos del 13 de septiembre de 2006, en informar a sus gobiernos sobre el “ataque del Papa al islam”». Y lo dicho vale también para otros casos. Vale para la «tempestad perfecta» del escándalo de los abusos sexuales en Estados Unidos, analizada por John L. Allen jr. («National Catholic Reporter»). Y vale para el «alboroto» causado por las palabras sobre el preservativo que el Papa pronunció el 17 de marzo de 2009 durante el vuelo hacia África, del que habló John Hooper («The Guardian»).
Existe, por tanto, el problema de la preparación de los periodistas que se ocupan de cuestiones religiosas, del papel de las agencias de prensa, de la aproximación, de la minimización de los hechos y de la maximización de las faltas. Allen habló de «mitología, desinformación y prejuicio».
Ciertamente, también se han cometido errores en la Iglesia y por la Iglesia, y este reconocimiento es uno de los aspectos más interesantes de la jornada. Entre ellos destaca «el desastre mediático y de comunicación» del caso Williamson, analizado por Paul Badde («Die Welt»). Un caso histórico también porque, con la carta del 10 de marzo de 2009 («uno de los documentos más conmovedores del actual pontificado»), el Papa «asumió personalmente la responsabilidad del desastre, defendió a sus colaboradores y puso fin a toda especulación».
A veces, por lo demás, las respuestas de la Iglesia han sido contraproducentes. Allen, también respecto al escándalo americano, fue lúcido al analizar la «cobertura mediática que, aunque es muy útil para obligar a la Iglesia a admitir la crisis y a actuar, a veces ha sido desequilibrada, inexacta y destructiva. Mientras algunos han hecho esfuerzos heroicos para dar una respuesta honrada y completa, con demasiada frecuencia la reacción ha sido defensiva y tardía, comentando el prejuicio popular respecto de la Iglesia en vez de corregirlo». Entre otras razones, porque -esto es una gran paradoja- Benedicto XVI, «el gran reformador por lo que se refiere a la crisis de los abusos sexuales» que ha hecho «de la recuperación espiritual y estructural un signo distintivo de su pontificado», para la opinión pública mal informada se ha convertido en «el símbolo principal de la incapacidad de la Iglesia, llegando, en casos extremos, a pedir que dimita o que se someta a un proceso penal ante tribunales internacionales».
En cambio, Jean-Marie Guénois («Le Figaro»), en su análisis, partiendo del lado alemán de Benedicto XVI (no es connotación geográfica, sino preciso punto de ataque) ha reconstruido cómo el Papa alemán, poco mediático y exprefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, ha logrado cambiar las cosas a lo largo de los años. El «frágil timonel» ha afrontado la pesadilla mediática de la crisis de la pederastia logrando respeto precisamente por el modo como ha afrontado esa crisis. Benedicto XVI, «el Papa alemán, ha salido de ella más grande, pues hacía falta una gran fuerza interior para atravesar esta gigantesca tempestad».
Por lo demás, en la línea de lo que emergió de las relaciones históricas, se vio que en la base de todo está la cuestión siempre actual de la relación entre la Iglesia y las lógicas del tiempo actual. De hecho, es neta y sustancial la separación entre la mirada profética de la Iglesia y el espíritu contingente del tiempo actual.
También emergió la inadecuación vaticana en el campo telemático. Badde recordó las palabras del Papa: «Me han dicho que, si hubiera seguido con atención las noticias que se pueden encontrar en internet, habría podido conocer a tiempo el problema. Saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esa fuente de noticias». Sin embargo, se ha visto claro que la institución milenaria ha dado también un salto importante, «catapultada en la era de internet».
Así pues, se pueden tomar medidas para superar las incomprensiones. Aunque hay mucho que hacer en el ámbito mediático, a la Iglesia le corresponde dar indicaciones concretas. La nueva evangelización querida por el Papa puede resolver también este obstáculo. «Si existen pasos que la Iglesia puede dar sin traicionar su identidad para promover una mejor comprensión —dijo Allen— hacerlo es un imperativo moral».
También aquí el cardenal Ravasi fue lúcido y acertado. Su indicación, en efecto, consistió en tratar de transformar los cinco errores de los periodistas (ley de la banalización, de lo inmediato, de lo picante, de la aproximación y del prejuicio) en virtudes para la comunicación de la Iglesia. Aprender lo esencial, estar en la cotidianidad, ser incisivos, superar la autorreferencialidad y no dejar espacios en blanco. Porque la comunicación no puede ser autodefensiva «por principio», sino que necesariamente debe tener «cierta consistencia».
En 1950 (lo recordó nuestro director) Montini dijo a Jean Guitton: «Es preciso saber ser antiguos y modernos, hablar según la tradición pero también según nuestra sensibilidad. ¿De qué sirve decir lo que es verdadero, si los hombres de nuestro tiempo no nos comprenden?».
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