El inminente Sínodo de la Iglesia ortodoxa rusa es una prueba importante para descifrar el alcance del liderazgo del Patriarca. Entre los rumores más difuntidos, sus condiciones de salud y las incógnitas sobre el futuro del sistema de poder de Putin
GIANNI VALENTEROMA
Al final, habló. Pero «demasiado poco y demasiado tarde», susurran muchos en Moscú. El Patriarca Kirill, líder influente y normalmente intervencionista de la Iglesia ortodoxa rusa, esperó más de dos semanas para decir algunas palabras dobre las convulsiones políticas que se desencadenaron después de las elecciones legislativas del pasado 4 de diciembre. A pocos días de la importante reunión del Sínodo, del 27 al 29 de diciembre (y que debería reafirmar su poder, con la creación de nueve diócesis que serían confiadas a obispos amigos), el hombre fuerte de la Ortodoxia rusa ha sopesado sus palabras sobre el difícil momento que ha vivido su país, sin exagerar en el tono y sin tomar una posición explícita con respecto a las respuestas del poder de Putin.
El 17 y el 18 de diciembre, por dos ocasiones consecutivas, las televisoras rusas seleccionaron y transmitieron los pasajes de dos homilías en las que Kirill invitaba a sus conciudadanos «herederos de la gran Rusia, que sobrevivieron a las terribles pruebas del siglo XX» a que aprendan «la lección del pasado, y a no repetir los mismos errores que cometieron nuestros abuelos en 1917» y aquellas «personas que, en los años noventa, cambiaron improvisamente la vida de nuestro pueblo». El Patriarca alertó sobre las manipulaciones mediáticas y sobre los impulsos eversivos que podrían «destruir la vida de las personas», pero también invocó la protección divina sobre una perspectiva de convergencia nacional en la que las partes en conflicto, en medio del envenenado clima post electoral, «puedan entrar en un diálogo sincero y civil», sin destruir la unidad del país. El Patriarca también invitó a que las autoridades muestren «más confianza en el pueblo, y que faciliten el diálogo y la comunicación» necesarios para evitar que las diferencias degeneren en caos. «La sangre derramada durante el siglo XX», insistió Kirill, «no nos da el derecho para dividirnos».
La insólita tardanza de la reacción de Kirill y el tono cauto que se aprecia en sus recientes movimientos muestran que incluso el líder del potente patriarcado de Moscú se encuentra en una difícil operación de reposicionamiento ante la inestabilidad que afecta al espacio geopolítico ruso. Con el nacimiento del frente de contestación anti-Putin, el Patriarca y sus hombres se han atenido hasta ahora a llevar a cabo una práctica ponderada en las altas esferas eclesiásticas, expresando consideraciones que cualquiera puede interpretar como un público apoyo a su propia posición. Antes de las elecciones, su lenguaje había mostrado con mayor vigor el “endorsement” patriarcal en relación con el eje Putin-Medvedev y sus preocupaciones por las primeras muestras de crispación alrededor del sistema putiniano. El Patriarca habíaelegido palabras graves que todos supieran que las elecciones eran cruciales para el destino del país, y que según él la nación rusa «puede existir solo como un gran estado multinacional, o, de otra forma, dejará de existir». En octubre, durante su mensaje por el cumpleaños de Putin, había rendido homenaje a la “integridad” y al «inmenso amor por la patria», graciasl al que el actual primer ministro había logrado vencer por encima de las tendencias «que habrían podido orillar a nuestro país hacia el colapso». Visto desde este punto de vista neo-imperial, a mediados de noviembre, Kirill había recordado el 20 aniversario de la caída de la URSS, indicando entre los factores que desencadenaron ese proceso «el decaer de la autoconsciencia y del orgullo nacional».
Diferentes factores compiten para dibujar la nueva fase “lenta” del liderazgo de Kirill. El Patriarca debe considerar que la polarización política está provocando fuerzas centrífugas incluso dentro de la comunidad eclesial. Si los militantes de la Asociación de Expertos rusos ortodoxos (sigla del neo-identitarismo ruso con tintes religiosos) bendicen preventivamente la hipótesis de represión militar de las manifestaciones de protesta, algunos rostros conocidos del clero (como el arcipreste Vladimir Vigiljanskij, director de la sala de prensa del patriarcado, el archidiácono Andrey Kuraiev y el padre Fëdor Liudogovsky) han manifestado preocupación y simpatía por los “indignados” rusos. Vigiljanskij incluso se asomó a las manifestaciones de protesta en la plaza Bolotnaya en contra del fraude electoral, mientras que el padre Liudogovsky escribió una nota de fuego sobre las «elecciones a la farisea» en la que define la última ronda electoral como «un raro ejemplo de falsedad y de hipocresía».
En medio de este clima, en el seno de la Ortodoxia rusa las cuestiones pendientes podrán aflorar en el Sínodo que se desarrollará dentro de pocos días. La reunión episcopal, convocada para formalizar la creación de 13 nuevas diócesis en los territorios siberianos, tendría que reforzar la posición de Kirill al interior de la jerarquía ortodoxa, garantizándole el nombramiento de nuevos obispos de su confianza. Pero el protagonismo político-eclesial del líder de la Iglesia ortodoxa sigue causando indigestiones entre sus colegas del episcopado. Una hostilidad en la que crecen los rumores sobre la salud del Patriarca. Entre julio y agosto, Kirill fue hospitalizado por diez días. Los boletines médicos indicaron una infección viral aguda, pero según las reconstrucciones que partieron de Ucrania se habría tratado de un infarto al miocardio, relacionado con el estrés de la visita del Patriarca a ese país. El 20 de noviembre, cuando cumplió 65 años, durante la misa por la llegada del Santo Cinturón de la Virgen (la reliquia que se conserva en el Monte Athos que fue venerada por miles de fieles en Moscú durante algunos pocos días), el Patriarca no se habría sentido bien, y en los días siguientes, tuvo que anular su visita a Kirjistán, aunque las declaraciones oficiales del patriarcado hayan tratado de alejar cualquier alarma.
Es un hecho que las habilidades táctico estratégicas de Kirill tienen que vérselas con escenarios inéditos. Después de haber compartido los años del consenso con Putin, el Patriarca tendrá que evitar debilitarse por una eventual erosión del sistema de Putin. Una partida que no ha terminado, que se cruza fatalmente con los destinos del ecumenismo. Entre los actuales líderes de las Iglesias cristianas, Kirill parecía ser el mejor dotado y con mayores perspectivas para afirmar su papel protagonista. Una eventual decaída podría condicionar de forma impredecible el camino ya accidentado hacia una unidad sacramental entre los católicos y los ortodoxos.
Vatican Insider
No comments:
Post a Comment