CIUDAD DEL VATICANO- «El Belén y el árbol de Navidad tienen la capacidad de recordar los grandes contenidos del misterio de la Encarnación». Guido Marini, maestro de las celebraciones litúrgicas vaticanas, explica la importancia de estos dos símbolos navideños y recuerda cómo vivió la tormenta que se desató sobre la explanada de Cuatro Vientos durante la vigilia de oración presidida por el Papa durante la JMJ de Madrid.
–¿Por qué los cristianos deben colocar el Belén en sus casas cuando llega la Navidad?
–El símbolo típico de la Navidad claramente es el pesebre. De una forma singular tiene la capacidad de representar el gran misterio de la Natividad, uniendo la celebración del misterio con la piedad popular. Hace así muy cercano al sentimiento de la gente, de la forma más sencilla, este gran misterio que está en el corazón de nuestra salvación.
–¿Y el árbol? ¿Está bien ponerlo?
–También el árbol de Navidad tiene su simbología rica e importante, porque los adornos de colores y de luces que se hacen recuerdan la humanidad nueva que brota del misterio de la Encarnación. Es por tanto como un revestimiento nuevo, una luz nueva, un color nuevo que la humanidad toma justo a partir de esa noche en la que el hijo de Dios se hace hombre para nosotros y para nuestra salvación. Desde hace muchos años, en la plaza de San Pedro está presente esta doble simbología del pesebre y del árbol de Navidad, porque ambos tienen la capacidad, si son entendidos bien, de recordar los grandes contenidos de este gran misterio.
–¿Qué importancia tiene la liturgia en las celebraciones de la Navidad?
–La liturgia, por supuesto, es otra cosa respecto a estos símbolos de la piedad popular, porque nos hace revivir el misterio de la Encarnación. Nos lleva al corazón de nuestra vida de fe. Ahí no estamos sólo frente a una representación, sino que entramos en el seno del misterio, que también podemos vivir nosotros y que se convierte en una gracia para el presente de nuestra vida.
–¿Qué significado tiene la Misa del Gallo?
–En la noche de Navidad vivimos el misterio de la Natividad. Estamos, por tanto, en el corazón, en el centro. La noche de Navidad tiene una capacidad de implicación en sentido positivo, del aspecto emotivo y sentimental, que de verdad pocas otras celebraciones tienen.
–Usted estaba al lado del Papa cuando estalló la fuerte tormenta durante la vigilia de oración de la JMJ de Madrid. ¿Consiguió que no se mojase?
–Con los paraguas fuimos capaces de cubrirlo bastante bien. Sólo se mojó un poco los zapatos, pero por el resto del cuerpo estaba bastante seco. Aquel fue un momento imprevisto. Hubo cuarenta minutos muy especiales, pero que al mismo tiempo también se revelaron providenciales. El hecho de que el Papa quisiera permanecer allí pese a la lluvia y la tormenta provocó mucha simpatía y empatía por parte de los jóvenes presentes.
–¿Vivió la situación con angustia?
–Estuvimos bastante serenos porque el Papa estaba muy sereno, también. La mayor preocupación era que el Santo Padre estuviera protegido de la lluvia, del viento y de posibles imprevistos. Más allá de esto, lo vivimos con una cierta serenidad y lo llevamos todos en el corazón como un recuerdo muy hermoso, como sucede en estos casos. Tal vez son estos imprevistos los que luego permanecen en el recuerdo como momentos particularmente sugestivos y, al final, de gracia.
–El Papa ha hablado varias veces de la renovación de la Iglesia a través de la liturgia. ¿Cómo debe realizarse?
–Este pensamiento se entiende en la medida en que se comprende que la liturgia es celebración del misterio de Cristo, y por tanto, el lugar privilegiado en el que la Iglesia vive su relación con el Señor, su apertura a la gracia y, por tanto, la posibilidad de una conversión y de un cambio para cada uno de nosotros. Dado que la liturgia nos lleva al corazón de la vida cristiana y de la vida de la Iglesia, la reforma litúrgica, como una forma de vivirla con mayor conciencia y verdad, tiene también como consecuencia la renovación de la Iglesia.
–¿Cómo debe ser la liturgia de las ceremonias pontificias?
–Es importante recordar que el gran liturgista de la Iglesia es el Papa, por lo que la liturgia siempre, y en cualquier circunstancia, está llamada a ser ejemplar.
Asistiendo al santo padre
El sacerdote genovés Guido Marini es desde hace cuatro años el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, un cargo que le lleva a estar al lado de Benedicto XVI en todas sus ceremonias públicas. El organismo que dirige recibe las indicaciones del Papa en esta materia y, a su vez, le presenta las sugerencias que llegan. Marini defiende la liturgia como «un tesoro de la Iglesia» y apuesta por el respeto de las tradiciones en las celebraciones. Estar tan cerca del Papa «supone un gran enriquecimiento, tanto por ser el vicario de Cristo como por la estatura de hombre de pensamiento de Benedicto XVI», afirma.
La Razón
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