EN EL MERCANTILISMO RELIGIOSO CAEMOS TODOS
Por José María Maruri, S.J.
1. - Desde lo alto de la Torre Antonia un centinela romano mira, el Templo de Jerusalén, el llamado Atrio de los Gentiles, que está abarrotado de mercaderes, cambistas y peregrinos. Le ha llamado la atención un pequeño revuelo allá en un rincón, unas ovejas balando se han dispersado, un par de cambistas andan recogiendo monedas del suelo, y un hombre con unas cuerdas en la mano les dice algo a los que rodean. El pequeño tumulto pasa pronto. No es necesario llamar al Centurión para que apacigüe el alboroto. Tal vez, algún peregrino, que se ha sentido timado por los cambistas, se ha encolerizado demasiado. Y el centinela romano sigue la guardia tranquilo.
Más o menos así sería la escena que narra el Evangelio, porque de haber sido un alboroto generalizado entre los miles de peregrinos del Atrio de los Gentiles, las cohortes romanas no se hubieran estado quietas. Y el haber promovido ese alboroto hubiera sido una acusación bien clara durante la Pasión de Jesús.
¿Qué quiso Jesús enseñar a sus discípulos con este acto simbólico? Jesús va contra el mercantilismo religioso. Y no precisamente contra si se venden en –por ejemplo—en Roma, o en Lourdes, Fátima o Guadalupe, estampas y medallas, aunque eso hiera la sensibilidad de no pocas personas. La enseñanza de Jesús es más profunda. O, al menos, así lo creo yo.
2. - Dios, su Padre, ha dado una ley al hombre que es ley de amor. Amor a Dios, Padre de todos los hombres, y amor a esos hombres que por ser hijos del mismo Padre son hermanos entre sí.
Y Jesús se encuentra con un pueblo atado a 643 preceptos religiosos, que da culto al Padre sacrificando miles de machos cabríos, como si la sangre de esas ofrendas pudieran satisfacer a Dios. “El culto que yo quiero es que socorráis a viudas y huérfanos, que deis libertad al preso, que os améis unos a otros. Jesús nos enseña que Dios quiere un culto de amor, amor a un Padre Dios y por tanto a nuestros hermanos hijos del mismo Padre.
3. - En el mercantilismo religioso caemos todos. Qué son si no esas promesas que hacemos de dar una limosna, de comulgar todos los días una temporada, de dejar de fumar, SI... nos sale bien un examen, un negocio, aun asunto cualquiera.
¿Y a que vienen nuestros enfados con Dios cuando no nos concede lo que le pedimos? Enfados que mostramos en esas frases tan repetidas: “con lo que se lo he pedido al Señor y no me oye”. Y esos enfados nos separan del Señor. En otra forma más infantil e inocente es el poner de espaldas a la imagen de San José cuando no traía la ayuda económica al asilo de ancianos.
No está mal pedir –“pedida y recibiréis—pero no podemos convertir a Dios en El Corte Inglés(*), que en cada piso encontramos lo que buscamos. Si fuéramos a visitar a nuestros padres sólo cuando vamos a pedirles dinero, seríamos unos peseteros y poco amor verdadero habría allí.
4. - Hay otro mercantilismo mucho peor que es cuando acudimos a la religión, o para engañarnos a nosotros mismos, o para engañar a los demás, ¡tal vez sin darnos cuenta del engaño, claro!
Cuando hay un hondo rencor en nuestro corazón, o una situación irregular en nuestra vida, o una injusticia en nuestros negocios, o una precisión absoluta de los demás en nuestras relaciones humanas... acudimos a la misa y a la comunión algo así como a un sedante, algo que adormezca nuestra conciencia y no nos deje ver el verdadero problema que tenemos.
Y peor aun cuando tratamos de hacer de Dios nuestro “compinche”, cuando tratamos de ocultar baja capa de religión nuestra soberbia, nuestras injusticias, dándole a Dios una pesetas para sus templos o para sus pobres, para poder continuar nuestros trapicheos humanos.
Un buen católico es uno que va a misa cuando sabe que la Eucaristía sólo será el banquete que nos da el Padre Dios cuando todos nosotros seamos hermanos. No vengamos a estar con nuestro Padre Dios a darle el disgusto de nuestras desavenencias de hermanos. Vamos a tratar vivir una religión de amor a los demás
(*) Para los lectores no españoles, puntualizamos que El Corte Inglés, es un “Gran Almacén” muy extendido en España y sinónimo de buen servicio.
Betania
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