Celebramos, justamente a mediados de agosto, la fiesta de la Asunción; es decir, de la subida de la Virgen María al cielo.
Hay en Jerusalén una iglesia que se llama de la “Dormición”. La tradición cuenta que la Virgen se durmió, y los ángeles la subieron al cielo. Es una bella imagen, pero nada que ver con la realidad. La Virgen murió, como todos los mortales, incluido Jesús, y subió al cielo.
Es una hermosa fiesta. Popularmente se denomina esta fiesta, como la “Virgen de agosto”. En todas las festividades de la Virgen, debemos alegrarnos, porque son fiestas de nuestra Madre del cielo. La veneramos y nos alegramos de sus privilegios por ser la Madre de Dios; pero eso no basta. Lo importante es fijarnos en ella para sacar algo en que imitarla. El Evangelio nos ha narrado la escena de la “visita a su prima santa Isabel”. María ha sabido por el ángel de la Anunciación, que su prima va a tener un hijo, que sería Juan Bautista. Está ya de seis meses, y María, dice el evangelio que “fue aprisa por la montaña“ para atenderla (no la importó las dificultades del camino, aunque ella también estaba ya esperando a su hijo Jesús). La anima un gran espíritu de servicio. Un buen ejemplo para nuestra vida, cuando hay tanta gente a la que podríamos ayudar en un momento determinado, de una manera u otra.
Isabel le da la bienvenida, saludándola con aquellas palabras, que los cristianos hemos incorporado a la oración del Ave-María: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”. María acepta este elogio de su prima, pero no se lo atribuye a sus propios méritos. Y por eso contestará: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha hecho en mí grandes maravillas”. Es a Dios a quien hay que achacar el que se haya fijado en ella, “porque ha mirado la humillación de su esclava”. ¡Cuánta humildad y cuánto sentido común al mismo tiempo!
Pidamos a nuestra Madre, en esta hermosa fiesta, que nos ayude a vivir su espíritu de servicio, y que, hagamos lo que hagamos, sepamos hacerlo con humildad, ya que no podemos hacer nada que valga la pena, si no es con la ayuda del Señor.
Félix González
Corazones en red
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