Para relativizar la función del papado se aducen razones de conveniencia histórica. Pero pienso que la cuestión es más profunda. No hablamos del comportamiento de los papas. Estamos hablando de la esencia misma del cristianismo. A Dios no lo ha visto nadie, pero se ha encarnado en Jesús. Él es la transcripción humana de Dios, la referencia que tenemos de Él.
Una persona adulta no debe someterse a nadie sin que su propia conciencia admita como bueno lo que la autoridad manda. No basta que lo diga la autoridad, so pena de ser eternamente infantil.
Hemos sido educados para obedecer, porque así les interesa a los poderosos. Y el poder religioso es en este sentido el peor, porque se apropia de Dios.
Un grupo de personas nos reunimos quincenalmente en Valencia para leer textos de Marcel Légaut y rumiar, para incorporarlo a nuestras vidas, nuestras vidas lo que él expresaba de forma impresionantemente auténtica tras haber rumiado las experiencias cotidianas y profundas de su vida. Pasó de ser profesor de matemáticas a pastor de alta montaña. Su primer libro, sin ninguna cita de autoridad, lo escribió cuando tenía 68 años y le puso este título: El hombre en busca de su humanidad.
A continuación citaré y comentaré textos del último libro que hemos leído, Un hombre de fe y su iglesia. Editado por la Asociación Marcel Légaut en Cuadernos para la Diáspora. Nº 22. Hoy empezaré por el capítulo I: Fe y modernidad.
- · “Los cristianos….cuando hablan de Dios…no sopesan lo que dicen. …La existencia de Dios no se plantea….como para que tengan que responder de ella de forma real” (pág. 36).
Es decir: en todo sabemos lo que pensamos, menos en lo tocante a las cosas de Dios, en las que nos fiamos de lo que dice el cura o el papa. Da lo mismo: dejamos de lado nuestra propia conciencia, para dejarnos guiar por otro. ¿Nos hemos preguntado personalmente el por qué de nuestra fe?
- · “Su fe en Dios habrá ido llegando a formar un solo cuerpo con su fe en sí mismo y con su propio misterio.” (pág. 37).
¿Me convence la fe de Jesús? No se trata de imitarle puerilmente, sino de encontrar en él la inspiración para comportarme responsablemente. ¿Veo en él la mejor manera de ser persona? ¿Me hace feliz ser persona como él? ¿Por qué somos responsables de lo que pensamos y no de lo que creemos? ¿Por qué las cuestiones de fe quedan en la periferia de la persona?
- · “La fe en Dios en su desnudez difiere por completo del abrigo que las creencias atávicas dan” (pág 38).
Nuestro afán de seguridad nos hace creer en cosas en las que no se puede creer. Cuando nos encontramos con una curación para la que no hay explicación posible, pasamos a afirmar ¡milagro! Quedémonos simplemente en esto: no hay explicación. Seamos honrados con nuestra propia conciencia.
Todo lo cual no quiere decir que se agota el misterio, que sólo creeremos lo que comprendamos. El misterio no queda anulado, el misterio sigue. De Dios sólo sabemos lo que no es. La fe es “llamada” de ese Dios amoroso que nos llega a través de Jesús. Pero nuestra actitud crítica va limpiando la fe de las creencias aceptadas rutinariamente, pasivamente.
- · “La fe en Dios es de importancia capital para orientar la vida, darle su sentido”.
La fe vive rodeada de preguntas. No así las creencias, que no admiten la más mínima interrogación. Porque éstas forman el cuerpo de doctrina aceptada pasivamente, no de forma personal.
- · “Hay pecado cuando el hombre no responde a sus exigencias íntimas” (pág 46).
Para ser persona responsable (si no, no se es) no basta ser obediente. La fidelidad a uno mismo y a Dios está por encima de la obediencia.
- · “Hay fidelidades que llevan a exigir imperiosamente alguna desobediencia; del mismo modo que hay fidelidades que exigen a menudo mucho más de lo que la ley puede mandar. Y aún hay que añadir algo más: hay obediencias que son de hecho infidelidades”.
A buena hora va a estar una madre esperando que le manden lo que tiene que hacer. A este respecto hay una anécdota muy ilustrativa: cuando estaban levantando para colocarlo verticalmente el obelisco egipcio de 350 toneladas que hay en la Pl. de S. Pedro del Vaticano, el Papa Sixto V había prohibido hablar, bajo pena de muerte, para no entorpecer las órdenes que daba el ingeniero. Intervenían 900 hombres con 150 caballos e innumerables cuerdas y poleas. Un marinero, conocedor del manejo de las cuerdas para izar velas, vio que éstas echaban humo, y se romperían inmediatamente, por lo que gritó “agua a las cuerdas”. Desobedeció por fidelidad al bien común de lo que se estaba haciendo. Él y sus sucesores en premio venden en exclusiva en el Vaticano las palmas del Domingo de Ramos.
ATRIO
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