Durante cinco días, los delegados de diferentes diócesis latinoamericanas discutirán sobre esta perspectiva pastoral
FABRIZIO MASTROFINIROMA
La “teología indígena” tiene un lugar específico en la Iglesia. Los contrastes y las desconfianzas del pasado parecen superados. Por lo menos si damos una ojeada al programa de trabajo del seminario que comenzará mañana en la Ciudad de México y que organiza la misma Conferencia Episcopal del país.
Durante cinco días, los delegados de las diferentes diócesis discutirán sobre la “teología indígena” y tratarán de identificar líneas de acción para la región, porque la realidad de las poblaciones originarias de América Latina no debe ser ignorada. Sobre todo a nivel político, como demuestran los casos de Bolivia o Venezuela, con presidentes que han hecho de la causa indígena una bandera. O Brasil, en donde la Iglesia tiene una larga tradición de defensa de las poblaciones indígenas.
En cambio, a nivel teológico, la situación es un poco más complicada. Durante los años 70, cuando nació la “teología indígena” fue interpretada como una de las versiones de la “teología de la liberación”, por lo que normalmente se analiza con ciertas sospechas. Con el pasar de los años, se han ido atenuando las discusiones iniciales, por lo que se ha logrado profundizar el trabajo de investigación de los teólogos y, gracias al compromiso de diferentes obispos, el juicio negativo comienza a cambiar.
En el fondo, la idea es muy sencilla. Es más, las dos ideas. Uno. Como explica el teólogo Eleazar López Hernández (mexicano y nombre más famoso de la “teología indígena”), la definición no es una reivindicación en contra de algo o de alguien, puesto que el primero que habló sobre el tema fue justamente el misionero y cronista dominico Fray Bartolomé de las Casas, crítico contundente del exterminio sistemático de las poblaciones locales. Dos. Se trata de reconocer que las poblaciones indígenas tienen una visión profundamente religiosa de la realidad y de la vida, que a veces se expresa con las formas ingenuas del pasado. Pero se trata de una visión profundamente religiosa con la que la Iglesia debe hacer las cuentas y reconocer sus bondades para poner en marcha un verdadero diálogo interreligioso.
Por ello, la realidad cultural de las poblaciones indígenas, incluida la religión, no debe ser cancelada, sino redescubierta, valorada y explorada. Tan es así que en México existe un departamento de los obispos dedicado a la teología indígena desde 1988. Lo mismo sucede en otras Conferencias Episcopales (por ejemplo en la de Brasil). Botón de muestra: las declaraciones finales de las asambleas de los obispos del Celam hablan justamente de “teología indígena”.
Así pues, la Ciudad de México se convertirá en una sede para la discusión sobre las realidades de las poblaciones indígenas, que a menudo sufren una gran marginación, y sobre cómo apreciar su aporte socio-cultural. La Iglesia deberá, pues, convertirse en una especie de intérprete de sus peticiones ante toda la sociedad civil. Según las estadísticas, en los diferentes países latinoamericanos, las poblaciones indígenas (522 grupos diferentes) representan más de 28 millones de personas. Solo en México hay alrededor de 9,5 millones.
Vatican insider
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