Sunday, March 17, 2013

Bergoglio ayudó a jesuitas perseguidos durante la dictadura


El Papa se entrevistó con Jorge Videla para intentar averiguar el paradero de dos religiosos que fueron secuestrados, torturados e interrogados en 1976



Ayer la Prensa local tuvo acceso al testimonio realizado por Jorge Bergoglio en el 2006, por la causa que investigaba la desaparición de dos jesuitas, Yorio y Francisco Jalics, y varios catequistas durante la dictadura. El 23 de mayo de 1976, unos 200 efectivos de un grupo de tareas de la ESMA rodearon la villa del Bajo Flores y encapucharon a los sacerdotes. Luego los trasladaron a uno de los sótanos de la ESMA, donde se les torturó y sometió a duros interrogatorios. Cinco meses después fueron liberados en un campo de Cañuelas. El caso fue uno por los cuales se condenó al ex teniente de navío Alfredo Astiz y otros represores en el juicio de la ESMA I, que se celebró en el 2011.
Varios meses antes del golpe del 24 de marzo de 1976, Bergoglio se había reunido con Yorio y Jalics y les dijo que estaba recibiendo presiones «muy fuertes de la provincia, de Roma y de sectores de la iglesia argentina» para que se disolviera la comunidad que había armado en la villa. En un escrito que presentó ante sus superiores y que se usó en el juicio oral por la ESMA, Yorio cuenta que se incursionó en la Teología de la Liberación y que hubo una orden del jefe de orden nacional –el superior de Bergoglio– de disolver la comunidad en 15 días. Contó varias reuniones que tuvo con Bergoglio y que éste les advirtió de que sus vidas corrían peligro. En 1974, la Triple A había asesinado al padre Carlos Múgica. Después del Golpe, el entonces arzobispo de Buenos Aires, monseñor Juan Carlos Aramburu, les prohibió dar misa. El 19 de marzo de 1976, Bergoglio (dos meses antes del secuestro), comunicó a Yorio que la comunidad se había disuelto. Al declarar, Bergoglio dijo que se enteró del secuestro por una llamada telefónica de un vecino y que, «al tiempo supo que los responsables pertenecían a la Marina, desconocía que estuvieran alojados en la ESMA». Destacó que «algunos jesuitas que se entrevistaron con los laicos liberados fueron quienes los informaron de que estuvieron detenidos en una dependencia de la Marina». Contó también que se reunió dos veces con el jefe de la Armada, el almirante Emilio Massera, para preguntar por los sacerdotes. «La primera vez lo escuchó, le dijo que no sabía nada al respecto y que iba a investigar». La segunda, «muy fea, no duró ni diez minutos y el comandante le indicó que ya había informado» al capellán castrense, monseñor Adolfo Tortolo.
Después se entrevistó con el presidente de la Junta Militar, Jorge Videla, y le dijo que creía que la Marina tenía a los secuestrados. Para verlo una segunda vez pidió a un capellán militar que informara de que estaba enfermo para que lo reemplazaran en una misa. Cuando fueron liberados, Bergoglio hizo que un ayudante del Nuncio Apostólico los llevara a declarar ante la Policía Federal y les pagó el viaje a Roma. En su declaración de 2011, explicó que el movimiento religioso era muy heterogéneo. «En algunos países ha estado involucrado, realizó mediaciones políticas y una lectura del Evangelio con una hermenéutica marxista, lo que dio lugar a la Teología de la Liberación. En otros, en cambio, optaron por la piedad popular, dejando de lado la política, dedicándose a los pobres».
En el fallo, los jueces Daniel Obligado, Ricardo Farías y Germán Castelli señalan que abrieron varias causas por falso testimonio. Pero con la declaración de Bergoglio no hicieron nada. Bergoglio recordó también que ayudó a muchos a esconderse. «Escondí a unos cuantos. No recuerdo exactamente el número, pero fueron varios», entre ellos, tres seminaristas que encontraron refugio en el colegio Máximo de la Compañía de Jesús de San Miguel donde en ese momento vivía el futuro pontífice. Incluso, se jugó el pellejo al sacar por la frontera de Foz de Iguazú a un joven que era muy parecido a él. Le dio su DNI y lo disfrazó de cura con una sotana negra y el clergiman –el cuello blanco que usan los sacerdotes– para que pudiera exiliarse y lo encomendó a Dios. «Salvó su vida», recordó.
La Razón

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