Comienza la "primavera" del Papa Francisco
"El verdadero poder es el servicio" y
"el Papa, para ejercer el poder,
tiene que "servir"
(José Manuel Vidal).- Nuevo Papa, nueva era en la Iglesia católica. De la mano deFrancisco, el primer Papa latinoamericano, el primer Papa que habla español. Ante el delirio de cientos de miles de fieles. Y con la presencia de los poderosos de la tierra. Desde el Príncipe a Rajoy, pasando por Monti, Cristina Fernández y casi todos los presidentes latinoamericanos. Rodeado de sus cardenales, de miles de obispos y curas. Y al lado de Francisco (padre Carballo, general de los Franciscanos) e Ignacio(padre Nicolas, General de los jesuitas). Francisco entre Ignacio de Loyola y el Poverello de Asís. Y el cálido cariño de los fieles que ya le quieren como el Papa Bueno. Roncalli ha vuelto. Y, con él, una nueva era.
Día soleado en Roma. El "hermano sol" quiso sumarse a la fiesta de Francisco, en el día de la fiesta de San José, patrono de la Iglesia. Innumerables banderas en la plaza abarrotada. Antes de comenzar la eucaristía, el Papa hizo un recorrido lento y minucioso por toda la plaza. Saludando, bendiciendo, parándose para besar a un disminuido o para besar a los niños. O para señalar hacia lo alto con el dedo índice. Nuevos gestos para los nuevos tiempos que se abren en Roma.
La ceremonia comienza en el interior de la Basílica, paradójicamente desierta. El Papa, en procesión, se dirige a la tumba de Pedro, debajo del altar mayor de la Basílica. Para recibir Francisco, obispo de Roma, el palio, que representa al buen pastor, que carga sobre sus hoombros a la oveja perdida.
El Papa reza ante la tumba de Pedro y la inciensa, acompañado de los Patriarcas de las Iglesias orientales.
Y comienza la procesión de entrada a la eucaristía desde el interior de la Basílica, impresionantemente vacía y la enorme fila de cardenales concelebrantes que se dirigen a la Plaza de San Pedro, mientras los guardias suizos sde cuadran ante el Papa.
Antes de comenzar la misa, el cardenal protodiácono, monseñor Tauran, el del "habemus Papam", le entrega el palio, símbolo de Pedro, que confirma a los hermanos en la fe.
A continuación, la entrega del anillo, de plata dorada, todo "argentino". Francisco ya lleva el anillo del Pescador. "Anillo, sello de Pedro, el pescador, al que el Señor entregó las llaves del Reino de los Cielos...Hoy sucedes a Pedro..."
Seis cardenales, en nombre de todo el colegio, le juran obediencia al Papa. Y la misa prosigue con el canto del "confiteor", el "kyrie" y el "gloria", mientras el Papa, tranquilo y sereno como siempre, se recoge y reza con la cabeza baja y mirando al anillo que lleva en sus manos.
Tras la primera lectura del libro de Samuel en inglés, la segunda, leida en español, el canto del Evangelio en griego. Y el Papa se vuelve a recoger en oración.
Homilía esperada de inauguración del pontificado, leída de pié. Comienza recordando a San José y a su "venerado predecesor". Saluda a los cardenales y a todos los fieles y a los representantes de las demás religiones, asi como a los jefes de Estado y de Gobierno.
Homilía centrada en San José es custodio de María y de Jesús, pero también de la Iglesia. Homilía con preguntas y respuestas. ¿Cómo ejercita José esta custodia? Con humildad y con generosidad, incluso "cuando no entiende". Y, sobre todo, en la "cotidianeidad de la casa de Nazaret".
¿Cómo vive José la custodia de María, de Jesús y de la Iglesia? Siempre disponible. Y "José es custodio, porque sabe escuchar a Dios" y "sabe leer con realismo los acontecimientos".
Los cristianos estamos llamados a custodiar "la belleza de lo creado", como recomendabaFrancisco de Asís. "Custodiar a la gente, especialmente a los más frágiles, los niños y los ancianos".
"Los esposos se custodian recíprocamente" y custodian a sus hijos, que después los cuidan y custodian. "Un recíproco custodiarse en el respeto y en la confidencia".
Tenemos que ser "custodios" del mundo y, cuando no lo hacemos, surge la destrucción yvencen los "Herodes". "Quiero pedir por favor a todos los que ocupan puestos de responsabilidad, a todos lo hombre sy mujeres d ebuena voluntad, que seamos custodios de la creación...custodios del otro, del medioambiente..."
Para custodiar tenemos que preocuparnos por nostros mismos. "El odio, la invidia y la soberbia manchan la vida". Por eso, tenemos que vigilar nuestros sentimientos y nuestro corazón, porque de él salen la sintenciones buenas y malas.
"No tenemos que tener miedo de la bondad ni tampoco de la ternura". Custodiar requiere bondad y ternura. Ternura "que noe s la virtud del débil". "NO debemos temer a la bondad ni a la ternura".
Juanto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo sucesor de Pedro, que "comporta también un poder". ¿Pero de qué poder se trata? "El verdadero poder es el servicio" y que el Papa, para ejercer el poder, tiene que "servir".
Y "abrir los brazos, para acoger a todo el pueblo de Dios", especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños" (y lo recalca subiendo la voz y el gesto enérgico de la mano".
También hoy "necesitamos ver la luz de la esperanza". Tenemos que "abrir el horizonte de la esperanza" y llevar a los demás "el calor de la esperanza".
"Que el Espiritu Santo acompañe mi ministerio y a todos vosotros os pido: Rezad por mí".
Las claves de un pontificado. Su programa que pasa por estas palabras clave: Bondad, ternura, esperanza, pobres y servicio. Las claves en las que piensa desarrollar su ministerio petrino. Para llevar ternura y esperanza al mundo, especialmente a los más pobres, y custodiar la creación.
Texto de la homilía de Francisco completo
Queridos hermanos y hermanas
Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.
En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amen.
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