La Sabiduría, la primera de toda la Creación, y la delicia eterna de Dios, es descrita como sigue:
“Cuando ponía los cimientos de la tierra,
yo estaba a su lado, poniendo la armonía.
Día a día encontraba en eso mis delicias,
Y continuamente jugaba en su presencia.
Me entretengo con este mundo, con la tierra que ha hecho,
Y mi gusto más grande es estar con los humanos”.
(Proverbios 8:30-31)
Si en verdad somos creados a la imagen de Dios, entonces nuestros juegos humanos están enraizados en el juego divino. Toda criatura juega, especialmente los hijos pequeños: desde gatitos y cachorros, hasta novillos y cachorros de tigre. Como niños/as jugamos en un abandono feliz, deleitando a nuestros padres, como la Sabiduría deleitó a Dios día tras día. Pero en nuestras oraciones, al niño en nosotros, a menudo lo reprimimos. Sin el sentido del asombro, nuestra oración a Dios se vuelve estéril…
Sin embargo, es el niño o la niña en nosotros los que pueden verdaderamente vivir preparados para llegar a ser, sin ataduras del pasado, siempre abiertos a crecer y a cambiar. Ellos, en nosotros, de verdad pueden estar siempre abiertos a la constante invitación de Dios: a nacer de nuevo, a ser parte de la Creación, la que es en sí misma recreada constantemente. Ellos, en nosotros, pueden entusiasmarse y sentirse cerca del origen de toda la Creación. Soy la delicia de Dios: yo puedo jugar espontáneamente frente a mi Creador, y alegrarme con la historia humana, a pesar de sus desastres. Puedo también seguir “poniendo la armonía” y colaborar con Dios en la formación del futuro.
Espacio sagrado
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