Sunday, July 19, 2009

El triste sino de tres curas obreros en Cuba


Por José Manuel Vidal
RD

Domingo, 19 de julio 2009
Aunque no quiere confesarlo abiertamente, está preocupado y muy triste. Escalofríos recorren su frágil cuerpo, sobre todo por las noches. Se llama Isidro Hoyos y es el único superviviente de los tres curas españoles que, hace años, decidieron entregarse a los más pobres de Cuba. Primero apareció asesinado Eduardo de la Fuente el 13 de febrero, y sus dos amigos pensaron en la fatalidad. Pero cuando este lunes, también día 13, corrió la misma suerte Mariano Arroyo, a Isidro comenzó a rondarle el miedo a ser el siguiente. «En mi tierra dicen que no hay dos sin tres», comentaba preocupado tras enterarse de la noticia. Un poco más tranquilo, tras la detención del sospechoso de haber asesinado a Mariano, sigue preguntándose por el móvil. ¿Simple robo, crimen ritual satánico, obra de la mafia o de un desequilibrado?
A sus 75 años, curtido por más de tres décadas de cura obrero en Santander, el padre Isidro lleva casi diez años en Cuba. Dedicado a evangelizar, acompañar y compartir la vida de los más humildes. Viaja en guagua y hasta ha pedido la cartilla de racionamiento. Para ser uno más, como su gente, que lo arropa en estos momentos tan dolorosos que está atravesando. «Nunca me hubiera imaginado que nos podría pasar algo así. Es como una película de suspense. Como la novela ésa de Agatha Christie en la que van cayendo unos tras otros. Una horrible pesadilla», asegura con voz entrecortada por teléfono desde la casa de unos amigos, porque en su casita-parroquia de las afueras de La Habana no lo tiene. «¿Miedo? Sí y no. No soy valiente, pero tampoco quiero obsesionarme con esa idea de que puedo ser el siguiente. No pienso en eso, prefiero no pensarlo. No podría vivir así», confiesa. Y no es para menos. En cinco meses perdió a sus dos mejores amigos curas. «Mis amigos del alma», como él los llama. Y, además, asesinados «de una forma horrenda».
Eduardo de la Fuente fue el primero. Su cadáver fue encontrado en la cuneta de una carretera, a unos 20 kilómetros de La Habana el viernes 13 de febrero. Estrangulado, cosido a puñaladas y con las huellas de los pies y las manos quemadas. Era el primer cura asesinado desde el triunfo de la revolución cubana, el 1 de enero de 1959. Todo el mundo se preguntó, entonces, por las causas del crimen. Sobre todo, los 175 sacerdotes extranjeros que trabajan en la isla (entre ellos los 60 españoles) y, en especial, sus dos amigos, Mariano e Isidro. Un crimen que sigue sin esclarecerse, aunque fuentes del consulado aseguraban estos días a Isidro que «al parecer, hay dos o tres detenidos por el caso de Eduardo». Pero las autoridades cubanas no han dado más información sobre el tema.
A los cinco meses exactos del asesinato de Eduardo, aparece muerto el segundo del trío sacerdotal, de nuevo un día 13. Esta vez fueron a por el alma mater del grupo. Mariano Arroyo fue asesinado este lunes, decimotercer día de julio, en la casa parroquial del santuario de Nuestra Señora de Regla, a las afueras de la capital cubana. Torturado, cosido a puñaladas y con las huellas de manos y pies quemadas. Como Eduardo.
«Hay similitudes llamativas. Los dos fueron asesinados un día 13 y de la misma manera horrible, con el mismo procedimiento y con la misma muerte cruel», reflexiona en voz alta Isidro. Y repasa para Crónica las distintas hipótesis. Primero descarta el hurto, motivo que se atribuyó al crimen del padre Arroyo porque se encontró la caja fuerte de la casa parroquial donde vivía abierta. «No puede ser un robo, porque ha habido ensañamiento y tortura en ambos casos». También descarta, por «descabellada», la hipótesis de que fuese la banda terrorista española ETA. ¿El régimen castrista? «Ni por asomo. Al Gobierno estas muertes también le hacen daño. No es una imagen internacional que lo beneficie. Además, las relaciones con la Iglesia son muy cercanas y muy complacientes, sobre todo tras la visita del secretario de Estado del Vaticano, cardenal Bertone, a Cuba y su encuentro con Raúl Castro». Isidro tampoco avala la hipótesis de eventuales venganzas. «Mariano nunca recibió amenaza alguna. Nunca tuvo enemigos ni altercados ni problemas personales ni miedo alguno a nada ni a nadie. Su casa siempre estaba abierta y su coche era la ambulancia de la zona. Tanto él como Eduardo eran dos curas muy queridos por todo el mundo».
¿UN RITO SATÁNICO?
Sólo le parecen plausibles dos hipótesis. Una, de su propia cosecha: «Un desequilibrado, con la misma forma de proceder en ambos crímenes». Y otra, que avanza con cautela, porque se la comentó la policía de la embajada española: «Un crimen ritual, probablemente cometido por la santería satánica». Porque, «a la otra santería, digamos la normal, Mariano la conocía mucho y se sentía cercano a ella, como, en general, a toda la religiosidad popular, un campo en el que era un consumado experto».
De hecho, «babalaos y santeros» de la religión yoruba lo invitaban a sus festejos. Al lado mismo del Santuario de la Virgen de Regla se practica la santería, que llama Yemayá, la diosa del agua, a la Virgen de Regla. Más aún, la gente entra y toca a todos los santos del santuario católico por indicación de las santeras que están sentadas enfrente del templo. El padre Arroyo había logrado conciliar un puente de entendimiento y convivencia entre la iglesia católica y los populares cultos sincréticos.
Tras el análisis de las diversas hipótesis sobre el móvil del asesinato, Isidro concluye: «No hay explicación posible. No me puedo imaginar la causa. Es un enigma, un misterio». Un misterio que parece haber empezado a desentrañar la policía cubana, tal y como le ha pedido el propio Gobierno español. El pasado viernes, un comunicado del arzobispado de La Habana aseguraba que la policía había detenido al sospechoso del asesinato del padre Mariano y que no existe relación entre este crimen y el del padre Eduardo, a pesar de las analogías entre ambos sucesos.
Sin embargo, desde Tailandia, Vicente Gutiérrez, un misionero que antes estuvo en Cuba, sostiene todo lo contrario. «La clave, para mí, está en el asesinato de Eduardo. Creo que hay una mano oculta que asesinó a Eduardo. Mariano, por amistad, por cierta culpabilidad por haberle invitado a quedarse en Cuba, ha debido de estar preguntando e investigando por su cuenta. Esa mano oculta no quería que Mariano regresara a España por lo que fuera, por algunas ideas que tuviera o por si movía algo en España».
Y concluye: «Me inclino más a pensar que la muerte de Mariano ha sido consecuencia de la de Eduardo. La mano oculta puede ser algún tipo de mafia o de oligarca del lugar, con buenas conexiones para que no salga a la luz lo que pasó. Por eso ahora me preocupa la seguridad de Isidro, que es el tercer amigo. ¡Ojalá regrese a España con el cuerpo de Mariano! Si él se salva, todavía me preocupan los otros curas españoles que quedan».
¿Puede que Mariano le ocultara alguna información que conociera a Isidro? Éste lo niega tajantemente: «Estuve hablando con él el domingo, pocas horas antes de que lo asesinasen. Estaba totalmente tranquilo, como siempre. Entre nosotros dos no había secretos, nos lo contábamos todo».
ARROYO LOS CONVENCIÓ
Isidro y Mariano eran amigos de verdad. Y cuando Isidro lo recuerda, se le escucha llorar al otro lado del teléfono. Al rato, toma aire y pide disculpas. «Era mi mejor amigo. Con una amistad de muchos años. Vivimos juntos y coincidíamos en muchas cosas. Tanto en lo personal como en lo pastoral. Incluso compartíamos los mismos amigos, como Eduardo... Nos queríamos mucho. Y que haya terminado así, con una muerte tan cruel, me parte el alma y me deja un vacío muy grande, que sólo encuentra consuelo en la esperanza de la resurrección».
Y tras otro alto, recupera el aliento y, orgulloso de él, destaca que su amigo era sobre todo «maestro de la fe, una de esas personas que hacen creíble a la Iglesia y un sacerdote apasionado por evangelizar y por llegar al pueblo».
Si algo unía a estos tres curas, además de la amistad, era la pasión que compartían por los más humildes. O en términos clásicos, su «opción preferencial por los pobres». Cada cual a su manera. Pero siempre «encarnados» en la realidad del pueblo llano.
Mariano Arroyo era el aglutinante del trío y el que había conseguido que, tras recorridos vitales diversos, terminasen juntos en Cuba. Nacido el 20 de febrero de 1935 en Cabezón de la Sal (Santander), Arroyo se ordenó en 1960 y se licenció en Filosofía y Teología por la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid. Bien formado y con un brillante futuro clerical por delante, optó por irse de misionero a Chile. En la diócesis de Copiapó todavía lo recuerdan como el cura que, a pesar de su preparación intelectual, «nunca buscó los grandes puestos».
Regresó a Madrid y estuvo trabajando durante 10 años como formador del seminario y como cura comprometido. Fue en esa época cuando entró en contacto con los Hijos de la Caridad, una congregación dedicada a los más desfavorecidos de la periferia de Madrid. Y con Eduardo de la Fuente, clérigo de Carabanchel que recogía en su propia casa a todos los que le pedían ayuda. Llegó a adoptar incluso a cinco hermanos de etnia gitana que habían sido abandonados por sus padres.
Pero a Mariano le seguía picando la misión. Y, en 1980, regresó de nuevo a Chile, donde estuvo 17 años en puestos de responsabilidad. En 1997 se trasladó a Cuba, porque sentía que allí hacía más falta. Y una vez en La Habana llamó a sus dos amigos. Al de Madrid y al de Santander. El de Madrid, Eduardo, era el más joven de los tres. Llegó a La Habana con 58 y, tres años después, fue asesinado. Quizás por eso, Mariano llegó a sentirse culpable de su muerte.
EL SUPERVIVIENTE
El tercero en la lista maldita y el único superviviente, Isidro Hoyos, es un clásico cura obrero de los de antes. De hecho, su historia figura en un libro titulado Curas obreros (Editorial Herder), publicado el mes pasado y que recoge la vida y milagros de una treintena de esta especie de sacerdotes en vías de extinción. Segundo de cinco hermanos de una familia de campesinos, Isidro Hoyos nació el 10 de mayo de 1934 en Reinosilla (Santander), se ordenó sacerdote en 1957 y, desde siempre, tuvo muy claro que su universo pastoral iba a ser el mundo obrero.
Y por el mundo obrero hizo una opción radical: vivir como ellos. Por eso renunció a la paga de cura, a pesar de seguir colaborando en una parroquia, y buscó trabajo. Primero como peón en el puerto, después en una cadena de electrodomésticos o en una carpintería mecánica. Hasta que el sindicato Comisiones Obreras le pidió que hiciese la carrera de Derecho (por la Universidad a Distancia). Conseguido el título, pasó a ser abogado del sindicato hasta que se jubiló, en 2000, con 66 años.
Avelino Seco, que compartió más de 30 años de trabajo pastoral con Isidro en la parroquia santanderina de San Pío X, define a Isidro como «una grandísima persona, austero, sencillo, de fe profunda y encarnada y con una capacidad enorme de tirar palante». Y recuerda que «fue Mariano el que lo animó a trasladarse a Cuba».
Y se fue por amistad. Y, como él mismo dice, «por conocer la realidad de un país socialista y compartir con los pobres lo que tengo». Y allí trabajaron juntos. Hasta que el cardenal de La Habana nombró a Mariano rector del santuario de la Virgen de la Regla y a Isidro, sacerdote de Alamar, una parroquia de nueva creación de unos 120.000 habitantes, a las afueras de la capital cubana. Ahora, un asesino los ha separado. «Hasta que nos volvamos a ver en el cielo», dice Isidro, confiado.
Fiel hasta el final, ayer vino desde Cuba acompañando el féretro de su amigo. Y tras rendirle homenaje y, a pesar de que su nombre podría figurar en la lista maldita, el único superviviente del trío de sacerdotes lo tiene muy claro: «No se me ha pasado por la cabeza no volver a Cuba. Volveré con su memoria, que siempre permanecerá viva en Cuba y, no digamos, en mi corazón. Porque, como decía Ignacio Ellacuría, lo que más me dolería es que me acusasen de haberme alejado de los pobres y de haber olvidado a los amigos».

No comments: