Sunday, July 19, 2009

La noche de los pobres está en vela


(Pedro Casaldáliga y José María Vigil).- Ya sabemos que la Solidaridad está en crisis. Hablar de crisis de solidaridad podrá parecer un tópico, pero se trata de una fuerte verdad que, por uno u otro lado, nos afecta a todos: a los que deberían dar solidaridad y a los que necesitan recibirla. O, mejor dicho, a todos los que necesitamos recibirla y darla; porque la solidaridad es un misterio de reciprocidad fraterna ineludible.

Datos de esa crisis no faltan. Nos referimos sobre todo a la solidaridad con América Latina. De los miles de comités de solidaridad que llegó a haber, en todo el mundo, con Nicaragua, por ejemplo, la mayor parte de ellos ha desaparecido. Y es curioso observar que, en España concretamente, han desaparecido los llamados comités «políticos» y permanecen los «cristianos». En bien de la verdad es justo reconocer que algunos de los primeros se han fundido con otros organismos más universales de solidaridad.
Sin embargo, permanece en pie la observación de Enrique Dussel: quizás en ciertas horas de decepción histórica, cuando la esperanza «científica» ha sido derrotada por los hechos, permanece, en la noche de la fe, más allá de las certezas científicas, la esperanza contra toda esperanza de los cristianos. Lo cual no significa que esa crisis no afecte profundamente también a los cristianos y cristianas, sobre todo cuando ellos también le dan su debido valor a la historia y a la ciencia.
Empezar por esa constatación de la crisis de la solidaridad no es negativismo. Se trata de una crisis de crecimiento en última instancia. Siempre que se recuerde y se asuma responsablemente lo que de hecho es la solidaridad a la luz de la fe.
La solidaridad es una forma plena de la caridad de siempre pero con vivencia crítica, histórica, política, geopolítica, de espiritualidad integrada. La solidaridad es la caridad potenciada por la opción por los pobres. La misma crisis que la opción por los pobres está pasando en el corazón de muchos y en muchos sectores de la Iglesia, la pasa lógicamente la solidaridad.
La opción por los pobres ha entrado en su noche oscura
Muchos se están preguntando «qué queda de la opción por los pobres». Entendida como la opción por las Causas de los pobres, y no solamente por sus sufrimientos o su marginación.
Los motivos de esta crisis mayor de la opción por los pobres y, consecuentemente, de la solidaridad con ellos, son muchos, estruendosos, totales.
El crac del Este Europeo y la caída del socialismo real. El fracaso de algunas revoluciones populares. El supuesto triunfo del nuevo imperio del liberalismo y la hegemonía omnímoda del mercado.
Porque no se «ve» un proyecto histórico de los pobres, alternativo, que sea viable en este momento globalizado de la política y la economía. Hoy la opción por los pobres ha de hacerse más a contramano, sin el respaldo sensible de un organigrama que lo respalde, sin la fuerza manejable de una esperanza mecanicista que le dé credibilidad de facticidad histórica próxima. La opción por los pobres y por sus Causas, en esta hora nocturna, ha de hacerse como en el aire de la fe, como al viento de la utopía .
Hablando en cristiano eso no es novedad, sino la verdad de siempre. Nuestra «esperanza contra toda esperanza» es una esperanza contra toda apariencia, la fe contra toda evidencia, el amor contra toda imposibilidad. O sea: la opción por los pobres y la solidaridad con ellos ha de ser hoy más teologal que nunca.
La posmodernidad, que en cierta medida es el cansancio de la modernidad o su autodecepción, proclama la renuncia a los «grandes relatos» y al sonambulismo de las «Grandes Causas», porque los cree inviables o inútiles, y porque opta sistemáticamente po r el pragmatismo palpable y por el consumismo diario.
La hora psicológica -convergencia de todos estos factores- es de un cierto agotamiento o depresión, de un cansancio de fin de día, de alergia a lo que tanto nos ha hecho sufrir y por lo que tantos y tantas, compañeros de camino, lo han dado todo, hast a la vida. De decepción también, porque muchos, compañeros igualmente, nos han fallado. Pasado el soplo fuerte de las banderas en alto, son tantos y tantas los que se han acomodado al ritmo del oportunismo o de la seguridad.
Hoy día hablar de análisis social, de coyuntura sociopolítica, de crítica racional, de evaluación ética, de juicio teológico, encima de la prepotencia y de la evidencia del sistema, resulta uno de aquellos «lenguajes duros» que le atribuían a Jesús de Nazaret los que no estaban muy decididos a seguirle radicalmente (cfr Jn 6, 60).
No hay que comulgar con ruedas de molino
Con frecuencia nos dejamos abatir porque magnificamos lo negativo y comulgamos gregariamente con las ruedas de molino que todo el mundo se traga en esta hora de la caída «del socialismo» y de la euforia neoliberal. También nosotros podemos acabar r econociendo, más o menos atolondradamente, que «la historia ya no va más allá».
La fe es esa luz que brilla en un lugar tenebroso, como decía el apóstol Pedro (cfr 2 Pe 1, 19). Y hay que usarla para iluminar críticamente las tinieblas de la historia, la mentira del poder y la fascinación de los ídolos.
Se impone un mejor análisis de «lo que pasó», sea en el socialismo real (o «nominal») del Este, sea en nuestras revoluciones latinoamericanas, sea en el «triunfo» del neoliberalismo. Mucha gente, aun de la que hace poco tiempo era crítica del proyecto capitalista y de la dominación imperialista, ahora -introyectando la visión del opresor- acepta las versiones que el capital y el imperio dan de «lo que pasó»: lo que pasó -piensan- es que el proyecto de los pobres -sea cual sea su nombre o su modalidad- se colapsó por sí mismo, internamente; porque era y es y será siempre un proyecto inviable; en la historia sólo sale a flote el proyecto de los ricos.
La guerra fría y, en nuestro caso, la guerra de baja (alta) intensidad, llevada a cabo por la potencia más agresiva de la tierra; las condenas internacionales, incluso por la Corte de la Haya; la violación de los derechos de los Pueblos que suponen las invasiones de Dominicana, Grenada, Panamá; la creciente deuda externa que nos imposibilita toda salida al sol de la normalidad_, todo eso, o no existió, al parecer, o ya no existe. Todo fue simplemente el autocolapso interno del proyecto «imposible» de los pobres.
•Se impone también un rechazo crítico del supuesto «triunfo» del capitalismo neoliberal. Porque nosotros, por los menos, no vemos por ninguna parte ese triunfo, si nos referimos a la inmensa mayoría de la humanidad. Con la añadidura de que el mismo capitalismo neoliberal triunfante no se siente tan seguro de sí, frente a sus contradicciones internas. Pero es que aunque se hubiese dado ese triunfo del egoísmo estructural, sería un fracaso ético de la familia humana; pues se estaría evidenciando, una vez más, la imposibilidad de una política y de una economía honestamente fraternas; se habría impuesto otra vez, como única posible, la «ética de los lobos».
•Hay que saber rechazar las falsas certezas que se nos están introyectando casi inconscientemente por la hegemonía del poder en alza. Nuestra «década perdida», por ejemplo, de hecho ha sido para ellos la década mejor ganada. Wall Street tiene los datos convincentes: ésa fue la década de mayores ingresos sostenidos en la banca mundial.
No podemos creer en el dios de la guerra, aquel dios que siempre gana, aquel que aplasta al otro, que está siempre del lado de los vencedores. En la misma Biblia Dios ha ido «corrigiendo a Dios». El Señor de los ejércitos, el bendecidor de los grandes rebaños y cosechas plenas, fue haciéndose cada vez más el «go'el» de los injusticiados y la madre de las entrañas de misericordia, hasta hacerse el Dios pobre, niño, marginado, perseguido, crucificado y derrotado en Jesús de Nazaret.
Tampoco podemos perder nunca la memoria histórica, fundamento de la identidad de un pueblo y autoconciencia de su viabilidad futura. Los triunfos y las caídas de los sucesivos imperios forman la rueda de la historia de la humanidad. Hoy estamos vivien do simplemente una nueva hora de un nuevo imperio, una más nomás. Aquí, en casa, la historia de los 500 años, sobre los pueblos indígenas y sobre el pueblo negro, en particular, nos puede iluminar oportunamente. Hoy esos pueblos están empezando a forjar u nos 500 años «otros», muy diferentes, de su lado.
No es verdad que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Ni el pasado remoto, ni el pasado inmediato. En primer lugar, porque el mejor tiempo para cada uno de nosotros, es el tiempo que Dios nos concede forjar con nuestra vida. Los cristianos y cristianas, sobre todo, debemos vivir siempre el hoy de Dios en nuestro hoy humano. Alguien incluso ha clasificado la Biblia entera como «un tiempo llamado hoy».
La prepotencia del mal aparece más fácilmente que la escondida fuerza de las semillas del bien. Hay mucha más vitalidad alternativa de lo que parece, en la Sociedad y en la Iglesia, en nuestro Tercer Mundo y en el Primer Mundo también. Son muchas las voces y las fuerzas que se están conjugando, en contestación, en profecía, en solidaridad. El que nos sintamos bajo la noche no significa que no haya muchas estrellas y un nuevo sol a la puerta del alba. Hoy, ciertamente, la conciencia, la autocrítica, la voluntad de cambio es más generalizada en el mundo porque es más realista y está más intercomunicada. Además de la CNN, o Televisa o la Globo hay otras muchos canales, gracias a Dios.
Nuestro Dios es solidaridad

Siempre, pero hoy más que nunca, debemos fundamentar teológica y teologalmente nuestra solidaridad. Sólo con esa fundamentación podrá ser plenamente solidaridad cristiana y vencer serenamente los avatares de la historia o del propio corazón.
Dios en sí, en su misterio original, es la plena solidaridad de tres personas en un una misma vida total. Como dicen las comunidades eclesiales de base de Brasil que «la santísima Trinidad es la mejor comunidad», podemos decir que «la santísima Trinidad es la mayor solidaridad».
El misterio de la Encarnación es la expresión máxima, histórica, sometida a nuestras vicisitudes, de la solidariad de Dios con la humanidad. Jesús es la solidaridad de Dios hecha carne y sangre, vida y muerte, pasión y resurrección. En El y por El sabemos cómo Dios es amor solidario.
No tenemos muchos mandamientos. Tenemos uno sólo: «ámense unos a otros como yo les he amado». El mandamiento nuevo del amor nuevo se traduce en la práctica diaria y en la vivencia social y en la organización política y económica de la sociedad, a travé s de la solidaridad efectiva: desinteresada y eficaz. Con todos, pero más específicamente y ante todo y siempre, con esos hermanos y hermanas «más pequeños», como nos pidió el mismo Jesús. En el antiguo testamento Dios preguntaba: ¿dónde está tu hermano? En el nuevo testamento Dios pregunta, más incisivo: ¿dónde está tu hermano pequeño?; más aún, Dios se hace hermano de los hermanos más pequeños.
Nuestra fe pasa siempre, necesariamente, por la cruz. Nuestra solidaridad, también. Frente a esas decepciones a que antes aludíamos, delante de cualquier género de fracaso, la solidaridad cristiana apela confiadamente a la esperanza de la resurrección. Ninguna vida verdadera muere para siempre. La solidaridad que se da totalmente es siempre un gesto, una celebración, un «sacramento pascual».
El Reino es la sociedad de la solidaridad. Semilla escondida, red barredera, tesoro desconocido para muchos, pero proyecto de Dios: su Causa. La Causa de la Solidaridad total. En el tiempo y más allá. La solidaridad va siendo ya, en esperanza escatológ ica y en caridad política, el «más allá de la historia».
Caminante, sí hay camino
Debemos ser realistas. Conocer la realidad, hacerse cargo de la misma, cargar con ella; eso nos pide el teólogo mártir Ellacuría. Llamar siempre a la realidad cambiante por su propio nombre. Abandonar la nostalgia del pasado que no volverá. Nosotros no vamos «en busca del tiempo perdido». Otra es nuestra memoria y la conciencia responsable de la lucha o de la sangre que heredamos.
Pisemos el suelo real del neoliberalismo, y busquémosle sus brechas. Hemos de encontrar creativamente los resortes de lucha que puede haber, que hay, en la nueva realidad neoliberal (con ciertas zonas de libertad); sólo formalmente democrática (pero con alguna democracia al fin); de mercado supuestamente libre (donde de hecho, como transitan las mercancías, se transmiten también las ideas y las causas); de mundialización niveladora (pero también de mundialización de intercambios fraternos y de humana comunión).
Sin hacer ascos a temas que hace unos años nos podrían parecer pequeño burgueses, debemos entrar en ese combate. Un modo también eficaz de combatir al neoliberalismo es combatirlo -sin contaminarse- en su propio terreno.
Ese realismo nos exige una nueva fidelidad a la solidaridad, que podría caracterizarse como la práctica de la solidaridad:
de noche oscura, aparentemente sin salida, en el ejercicio tenso de la fe;
gratuita, sin eficacismos, sin compensaciones; la fidelidad de los que se apuntan a la marcha de los vencidos y no al carro de los vencedores;
siempre profética, porque sigue creyendo en el Dios que oye el clamor de su Pueblo y desciende hasta liberarlo, y consuela a sus pobres y proclama como victoria la bienaventuranza de los marginados;
que hace de la opción por los pobres «la» opción evangélica, «firme e irrevocable», según palabras de Juan Pablo II en Santo Domingo;
que no pierde de vista la posibilidad de las sorpresas, lo inesperado de las coyunturas;
que responde como un eco a la fidelidad extrema de nuestros muchos mártires, ellos y ellas. Una Iglesia sólo es fiel cuando acompaña radicalmente al Testigo Fiel, Jesús, y a sus otros muchos testigos fieles que lo han seguido;
que sabe aprender del tesón de aquellos y aquellas que han mantenido su fidelidad durante siglos a causas derrotadas históricamente: la Causa Indígena, la Causa Negra, la Causa de la Mujer, la Causa Obrera, la Causa de los Pueblos menores...
Este realismo nos exige también buscar y encontrar nuevas formas de solidaridad, más actuales, eficaces hoy, germinadoras de futuro:
mundialicémonos; por la comunión más universal siempre, en primer lugar, y por la comunicación, cada vez más universal y más rápida. Como hay una guerra a muerte del Norte contra el Sur, debe haber una alianza de vida entre el Sur y el Norte. Además d e que no todo lo que hay en el Norte es ese Norte de Muerte.
Hagamos de la sociedad civil y sus varias estructuras y movilizaciones el gran espacio de la solidaridad. La ciudadanía es hoy una reivindicación universal. La mayoría de nuestros respectivos conciudadanos quiere, a su manera, participar. Facilitémosl es la participación solidaria.
Debemos seguir siendo «quinta columna» dentro del ámbito capitalismo neoliberal, y forzar desde dentro la evidencia de su perversidad, de sus contradicciones, de su no-futuro para la humanidad.
Todavía, hoy y siempre, debemos cultivar la forma de solidaridad permanente, necesaria, de lo pequeño, que se reproduce, que puede acabar haciendo germinar lo grande. Con muchas pequeñas «ollas comunes» se puede llegar a hacer una gran mesa socializad a.
Prepararemos el futuro, el relevo que agarre la antorcha. La insatisfecha rebeldía y la inagotable generosidad de la juventud nos esperan. Hoy el mundo es más solidario que ayer. Mañana lo será más que hoy. El mañana se llama solidaridad.
A veces habremos de saber enriquecer nuestro lenguaje, para hablar sin maniqueísmos de opresión-liberación; o el tono, cuando el análisis pudiese parecer excesivamente racional o pesimista; o el talante, cultivando la confianza en nosotros mismos y en los demás y echándole chile de buen humor al mal humor de la muerte impuesta; o la perspectiva, siempre, porque la Humanidad no es suicida y el Reino es mayor que la Iglesia, y nuestro Dios es el Dios de la vida, y lo nuestro -como lo Suyo- es, decididamente, el Reino.
Vamos aprendiendo. La toma del poder será, cada vez más, por las armas de la conciencia comunitaria, participante, alterativa. Y semejantemente, las mayores derrotas serán las derrotas éticas, de la conciencia, de la solidaridad, del amor. La más reciente rebelión del Continente, la de los zapatistas de Chiapas, todavía balbuciente como un grito, ya nos está enseñando otro modo de rebelarse, con unas perspectivas mayores y penetrando en los diferentes sectores de la sociedad; sin canonizar las armas; canonizando sólo las Causas.
Al detalle: ahí están las jornadas de solidaridad; las fechas memorables; las publicaciones; las visitas que vienen y van; las otras entidades -cristianas o no, pero comprometidas con alguna de las grandes Causas-; las ayudas concretas también -campañas, autoimpuesto, remesas de medicamentos o de alimentos o de ropa-; las vigilias; las acciones artísticas; la militancia diaria del tú a tú, que concientiza y compromete en la familia, en el trabajo, en la comunidad.
Terminamos, para no terminar y seguir andando juntos, con un soneto neobíblico que, en medio de la noche de los pobres, puede ayudarnos a recordar por dónde viene el día y Quién tiene la última palabra. Uno de los versos de este soneto dice que «la noche de los pobres está en vela».
Todos los pobres «con espíritu» y todos los que queremos ser solidarios con los pobres, debemos entrar de lleno en esa ardiente vigilia pascual.
Sólo una cinta en flor guarda el entorno
de la garita, libres los ejidos.
Tarda la lluvia, pero en el bochorno
ya estalla nuestra sed de redimidos.
Para que Dios se vea Dios ahora,
hay que ir haciendo el Reino, a contramano
de cualquier otro reino; y es la hora
de que este mundo lobo sea humano.
¿Qué fue del latifundio, centinela?
¿Qué hay de la esperanza, compañeros?
La noche de los pobres está en vela
y el Dueño de la tierra ha decretado
abrir todos los surcos y graneros
porque el eón del lucro ya ha pasado.

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