Wednesday, July 22, 2009

Niñatos… y niñatos


Supongo que mucha gente se sentiría más a gusto si de los agresores de Baena y de Isla Cristina –trece violadores para dos niñas- se pudiese decir que son ‘rumanos’, ‘gitanos’, ‘negros’, ‘hijos de familias desestructuradas’, ‘jóvenes procedentes de ambientes marginales’, ‘drogadictos’, ‘sudakas’, ‘moros’ o ‘curas’. Dado que esos no estaban allí para cargar con el escarnio, había que señalar otra categoría de perfil despreciable, y nos pareció apropiada la de “niñatos”, neologismo que parece definir niños viciados, depravados, perdidos, practicantes precoces de “violencia de género”. Al llamarles «niñatos», hemos bosquejado la imagen de unos chicos que nada tienen que ver con nosotros, y que, siendo lo que son, no es tan inexplicable que hayan podido hacer lo que han hecho.
Inventamos palabras para ausentarnos de lo que no nos gusta y negar lo que nos supera, pero la realidad es que estamos hablando de adolescentes a quienes entre todos hicimos a nuestra imagen y semejanza. Huiremos, pero no dejaremos de ser el árbol en que han madurado esos frutos amargos. Por mucho que lo intentemos, no podemos olvidar que esos trece muchachos han aprendido de nosotros a jugar con el sexo, a despreciar la ternura, a ignorar la compasión, a vejar la dignidad del otro, a profanar sus lágrimas, a idolatrar el poder, a humillar a los indefensos. En la hora de las promesas engañosas, a todos prometimos libertad sin fronteras: “Deja de preocuparte. Disfruta de la vida”. Ahora, en la hora de la verdad, sólo les ofrecemos la cárcel.
Hay niñatos y niñatos. El del diccionario es un “ternero que se encuentra en el vientre de una vaca muerta”. Mucho me temo que para éste, nuestra sociedad reclamaría atención y cuidados más cuerdos de los que parece dispuesta a exigir para sus propios hijos.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

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