"La Iglesia católica está enferma. Hay que desarrollar el Vaticano II"
"Me hacía ilusiones, pero ahora tengo claro que el cambio no vendrá de la mano de Ratzinger"
Lleva 83 años en el seno de la Iglesia católica y no lo lamenta. Nunca ha querido darse de baja ni convertirse al protestantismo para perder de vista al Papa de una santa vez. Una aclaración que no sobra cuando se trata del cura suizo Hans Küng, una leyenda viva de la teología en lengua alemana, que todavía se mantiene en la brecha, ya sea reivindicando el sacerdocio de las mujeres o el uso de la píldora. A pesar de su edad, no le faltan ganas para explayarse en una conversación telefónica con este periódico desde su despacho de la Fundación Ética Mundial, una institución interdisciplinar con sede en Tubinga. Lo entrevista Isabel Urrutia en Diario vasco.
Bastan unos segundos para detectar de inmediato la energía y carácter que le han permitido seguir adelante y no arrugarse ante la Santa Sede: «¡Se ha retrasado diez minutos! Ya veo que su sentido metafísico del tiempo no coincide con el mío», se queja con fina ironía. Nunca le ha gustado que le hagan esperar ni mirar a las musarañas. Acaba de reeditarse en España 'La Mujer en el Cristianismo' (ed. Trotta) y en su país natal ya se ha hecho un hueco en las listas de 'best-sellers' su último trabajo, 'Ist die Kirche noch zu retten?' ('¿Puede salvarse todavía la Iglesia?').
Los que le conocen sospechan que es descendiente de Guillermo Tell, a la luz del arrojo con que dispara sus críticas. «Ya es hora de que el Vaticano abandone un sistema absolutista que data del siglo XI. Fue entonces cuando los Papas se hicieron con todo el poder e impusieron el clericalismo, es decir, la preponderancia de los curas que margina a los laicos. ¡Eso no puede ser!», reflexiona en voz alta, con la convicción de «un miembro fiel de Ia Iglesia, que cree en Dios y en Cristo, pero no en la Iglesia». He ahí el matiz.
Su condición de teólogo 'independiente', sin autorización eclesiástica, le permite hablar con total libertad. Desde que, en 1979, la Congregación para la Doctrina de la Fe le privara de la licencia, se siente un hombre nuevo. Se le castigó por hablar sin tapujos y, de rondón, se le dio alas para apuntar todo lo lejos que quisiera. Hace poco en la revista alemana 'Der Spiegel' llegó a comparar a Benedicto XVI con Vladimir Putin, «porque ambos han heredado un legado de reformas democráticas y, en lugar de ir hacia adelante, van hacia atrás».
A su juicio, el Concilio Vaticano II es la gran asignatura pendiente, una hoja de ruta que permitiría recuperar el camino perdido antes de que sea demasiado tarde. «La Iglesia católica está enferma. Su mal es una jerarquía absolutista que no forma parte esencial de su naturaleza. No es algo imprescindible. Hay que desarrollar el Concilio Vaticano II», insiste con pasión y los ojos puestos en aquella época, la década de los 60, cuando creía que el autoritarismo y el culto a la personalidad -«de eso hay mucho ahora»- no tardarían en superarse gracias al impulso de Juan XXIII.
Piña con Ratzinger
Entonces hacía piña con Joseph Ratzinger, cuando ambos eran unos treintañeros 'progres' y brillantes que aspiraban a renovar la Iglesia. No obstante, sus caminos no tardaron en separarse, llevados por las circunstancias y talantes muy dispares. Benedicto XVI se aferra a la tradición y el orden, mientras que Hans Küng todavía se inclina por el diálogo y el progreso. Son duros, constantes y con una inteligencia descomunal. Germanos de pura cepa, que se resisten a tirar la toalla.
Una actitud que tiene mérito a la vista de las estadísticas de 2010 sobre apostasías y bautizos en Alemania: por primera vez, había más abandonos (181.000) que ingresos (170.000). Desde los años 60, han perdido a decenas de miles de curas, cada vez más parroquias se quedan sin servicio religioso y los monasterios languidecen sin relevo generacional. La patria de Ratzinger, donde el 32% de la población es católica, no sigue en masa los dictados del Vaticano. Una tendencia que confirma la crisis del catolicismo, apostólico y romano en Europa.
- ¿Qué piensa de los movimientos conservadores (Opus, Legionarios, kikos...)?
- Me consta que en España se habla mucho de ellos. Y no dudo que habrá quienes depositen toda su confianza en ellos... Pero yo no. ¡La sociedad va en otra dirección! Si se apuesta solo por la línea conservadora, todos saldremos perdiendo.
- Si usted ahora tuviera 20 años, ¿le atraería hacerse cura?
- No me arrepiento de formar parte de la Iglesia. Ni mi bautizo ni mi ingreso como sacerdote son motivo de amargura. Todo lo contrario.
- Pero si fuera joven ahora...
- A ver, no me interrumpa. ¿Qué le puedo decir? La Iglesia actual es muy jerárquica, nada democrática y no responde a las expectativas de la mayoría de la juventud. Los movimientos conservadores, insisto, no representan a la gente joven.
- A estas alturas, ¿qué le parece el actual Papa?
- Me hacía ilusiones, pero ahora tengo claro que el cambio no vendrá de la mano de Ratzinger.
- ¿Cuándo fue la última vez que le escribió Benedicto XVI?
- Hace poco, me agradeció por mediación de su secretario el envío de mi último libro, 'Ist die Kirche noch zu retten?' ('¿Puede salvarse todavía la Iglesia?'). Me alegro de que la relación entre nosotros no se haya roto. Por lo demás, espero que el siguiente Papa sea muy distinto.
- Por cierto, usted critica el celibato entre los curas, pero ¿le parece sano el de los monjes y monjas?
- Ah, eso es diferente. Las órdenes religiosas son como asociaciones privadas, con una serie de cláusulas que se aceptan libremente. El celibato forma parte de su identidad. Les enriquece. Nada que ver con el supuesto de los curas, en los que hay una imposición sin ningún fundamento.
- Una curiosidad: ¿por qué Dios es Padre y no Madre?
- No, no, Dios está más allá de la identidad sexual. En las Sagradas Escrituras hay metáforas tanto masculinas como femeninas. En fin, ya ve, es una de tantas confusiones que han ido arraigando a lo largo de la historia.
RD
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