Wednesday, March 14, 2012

El rostro de los crucificados

Una menor marroquí de dieciséis años decidió poner fin a su vida, tras ser obligada a casarse con su violador. Podría ser un titular más entre la multitud de sucesos que llenan los periódicos. Pero esa víctima refleja la vejación a la que es sometida la mujer en determinadas culturas.

Que se haya suicidado pone al descubierto una práctica habitual en Marruecos, donde al violador si se casa con la víctima no sufre prisión. Los padres de la joven consideran reparado su honor con un matrimonio forzado. En nuestra sociedad esto no se entiende. Pero el mundo es muy grande y los países musulmanes son numerosos. Hoy hay voces que claman contra ello. Entre las reivindicaciones de los movimientos feministas figura la modificación de este artículo, que según Hafida Elbaz, directora de la Asociación Solidaridad Femenina, se trata de una "trampa" para evadir las sanciones.

Pensaba esta Cuaresma en tantas cruces que sufren miles de personas. Cruces con nombre de enfermedad, maltrato, genocidio, abuso. Cruces difíciles de sobrellevar, que siempre son abrazadas por Jesús. Esa niña no ha tenido valor para soportar una existencia llena de maltrato y vergüenza. La justicia había decidido darle la espalda y zanjar el tema premiando al abusador con la explotación de su víctima de manera permanente. Resulta aberrante que exista una justicia tan injusta. Hoy he rezado por la joven víctima de un sistema anacrónico y medieval. Y la he encomendado al Padre misericordioso que ha recibido su alma desde la misma cruz de Jesús.

Porque ese es el misterio de nuestra redención. Un Dios hecho hombre que comparte la vulnerabilidad del ser humano, el caos de la injusticia, el abismo del mal, para decirnos que ahí no finaliza la historia. La Resurrección de Cristo es la victoria sobre la muerte y la promesa de una justicia verdadera, donde las víctimas sean finalmente reparadas desde lo más profundo de sí mismas. Ese camino pasa también por una etapa incomprensible que es la del perdón. Así nos lo muestra Jesús “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y nos enseña a perdonar para poder reconstruir nuestra vida de manera pacífica y misericordiosa. Ese paso es el más difícil todavía, un perdón que no elude la justicia, porque de lo contrario sería cómplice del mal. Pero es un perdón que sana el interior dañado.

Por eso nuestra fe no deja en la estacada a esas víctimas que llegan hasta el pozo amargo del suicidio. No dejo de pensar que también para ellas hay un abrazo misericordioso que las salva. El suicidio por desesperación implica una depresión profunda en la persona. En cierto modo no se es dueño de la propia existencia. Y por eso, nunca debemos juzgar como cobardía lo que no ha sido sino la travesía de un oscuro túnel en el que no se vislumbraba ninguna luz.

Pienso hoy en todas esas mujeres violadas en los países en conflicto de África, y la vergüenza a ser rechazadas por su propia familia. Niñas con la vida rota para siempre. Y no dejo de ver la cruz, la misma cruz de Jesús, traicionado por los suyos, condenado injustamente. Y en esos momentos una siente el abismo del mal y se rebela. ¿Por qué el Señor permite tanto dolor?. Y allí está el crucificado mirándonos con su rostro de dolor físico y psíquico, hasta clamar de desesperación.

Y precisamente la Pascua muestra el triunfo del bien sobre el mal, incluso aunque no se vea de manera plausible, aunque sigan escuchándose el clamor de las bombas y los gritos de las víctimas. Con la Pascua nace la esperanza para el hombre de que Dios no olvida a ninguno de sus hijos. Y nace también la responsabilidad de cada cristiano para llevar el rostro triunfante del Resucitado a todos los rincones del mundo

Reconstruir una vida marcada por el dolor, en una vida llena de sentido y esperanza, es el milagro de una fe que se ofrece precisamente a los más desvalidos, a los pobres y marginados, a las víctimas de todo tipo y condición.

Carmen Bellver
Diálogo sin fronteras
RD

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